¿Quien sostiene tu vida?

Aconcagua

Ser cristiano a veces comporta riesgos, pequeños actos de confianza, de abandono… La vida interior se ha comparado muchas veces a una ascen­sión. Hay quien ha comparado la vida cristiana con una escalada de alta montaña, pero en la que vamos siempre asegurados por Dios: «el Señor sostiene mi vida» (Sal 53).
Cuentan que un alpinista empeñado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Pero como quería la gloria para el solo, subió sin compañeros. Su afán por llegar a la cumbre lo llevó a continuar el ascenso cuando ya apenas se podía ver y al poco la noche le llegó inesperadamente. No se veía  absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y cayó al vacío en medio de la oscuridad. Sintió como pasaba por su cabeza todos los momentos buenos y malos de su vida. Y de repente, sintió el tirón de la cuerda fortísimo en su cintura, por donde le sujetaba. Tras recobrar el sentido y comprender su desesperada situación suspendido en el aire, comenzó a gritar:
–¡Ayúdame Dios Mío! ¡Dios mio ayuda!
En ese momento escuchó como una voz interior que le contestaba:
–¿Qué quieres hijo mío?
–Sálvame Dios mío.
–¿Realmente crees que yo te pueda ayudar?
–Por supuesto Señor.
–Entonces, corta la cuerda que te sostiene.
Pero aquel alpinista, aterrorizado, se agarró todavía más fuertemente a la cuerda. Al día siguiente, el equipo de rescate encontró al alpinista muerto, agarrado fuertemente con las manos a la soga… ¡a tan solo dos metros del suelo…!
Si vamos sujetos a Él no tenemos porqué preocuparnos. Necesitamos fiarnos del Señor, porque hay sucesos que no entendemos o cosas que puede que no le veamos sentido, por ejemplo la mortificación. Por eso lo más difícil en la vida espiritual es el abandono, la confianza absoluta en Dios, aunque a uno le parezca que es lo contrario a lo que nos pide. Fiarse de Dios, que nos quiere.

Hace poco al pasar por una calle, saludé a un alumno del colegio que estaba esperando a alguien. Al cabo de un buen rato volví a pasar y seguía allí. Así que le pregunté: ¿Que haces aquí? ¿A quien esperas? A mi novia, -me respondió. Pero llevas mucho rato esperando, ¿estás seguro de que vendrá? El me miró, y sonriendo me dijo: Sí, estoy seguro. ¿Por qué estás tan seguro? le dije sonriendo también. El sentenció: «porque se que me quiere, confío en su amor, y sé que vendrá». Nos despedimos sin decir nada. Me había dado una lección de amor confiado aquel mocoso: ¡Ojala sepa yo confiar así en ti, Señor, y tenga para ti esa actitud de espera enamorada!

Fiarse de Dios, porque sabemos nos quiere

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