Como cada jueves aquí os dejo con la historia que nos trae en esta ocasión la Orejita de Jesús. Que la disfrutéis!!
Llevamos toda la mañana buscando a Tomás. Tenemos que contarle lo que nos pasó a noche. Es muy raro que no aparezca… Él siempre ha sido muy familiar. Estoy preocupada por él y Mamá también. Todos los estamos. Y no contenemos más las ganas de poder contarle lo acontecido ayer….
Salgo al patio y miro al cielo… Pensando dónde podía estar, y le pido a Jesús que nos ayude a encontrar a Tomás. Entonces, a los segundos me acuerdo de Jesús en el Huerto de los Olivos. A Tomás también le gustaba mucho ir ahí…. ¡Pues claro! ¡Está en el Huerto de los Olivos!
Me pongo a correr como un rayo, con la esperanza de encontrar allí a Tomás. Cuando llego al lugar, mi corazón da un vuelco… «Aquí Jesús sudó sangre…» Me quedo quieta unos minutos, recordando el jueves…
De pronto, oigo el llanto, débil, de alguien… Busco con la mirada, pero no veo. Sigo recto y escucho cada vez más fuerte el llanto. Hasta que me asomo detrás de una gran roca que hay y, efectivamente: es Tomás.
-¡Tomás! ¡Tomás! ¡Llevamos todo el día buscándote! ¡No sabes lo que nos ha pasado! ¡JESÚS HA RESUCITADO! ¡LO HEMOS VISTO TODOS AYER! ¡YA RESUCITADO, ESTÁ VIVO!
Tomás se gira y me mira. Pobre Tomás… Tiene los ojos rojos de llorar y no dormir. Está bañado en un mar de lágrimas. Está sin ningún tipo de ilusión por nada. Toda su ilusión murió al ver, de lejos, cómo metían a Jesús en el sepulcro. Está sin ganas de vivir, sin ilusión, sin ánimo ni alegría. Está, incluso, lleno de enfado: no entiende nada. Está tan decepcionado, que no es capaz de recibir ninguna alegría.
Pobre Tomás… En vez de refugiarse en el abrazo de los demás y de la Virgen, se ha venido a la soledad… No me extraña que esté tan triste. Ha preferido hundirse en la miseria de la tristeza, de la soledad y de la decepción, en vez de buscar consuelo y ayuda en sus hermanos, los apóstoles, y en Su Madre, María.
Yo empiezo a contarle todo, con pelos y señas. Pero él, después de mirarme, poco a poco va perdiendo su mirada hacia lo lejos, con gesto triste.
-Tomás, ¿Me estás escuchando?
No contesta nada. Se vuelve a sentar como antes, dándome la espalda.
-Tomás, ¡Por favor! ¡Créeme!
No contesta nada.
-¡Tomás, ven con el resto y verás cómo te lo cuentan! ¡Ven!
Entonces me pongo a llorar y a insistirle tanto en que venga, que acabo convenciéndole. Él no ha dicho ni una sola palabra desde que le he visto. Está como muerto. ¡Necesitas que Jesús lo resucite!
Al entrar en la casa, todos se llenan de alegría y rodean a Tomás.
-¡Tomás! ¡Tomás! ¿Dónde estabas? ¡EL MAESTRO! ¡EL MAESTRO ESTÁ VIVO: HA RESUCITADO!
Y comienzan a explicarle todo. Tomás sigue impasible: como una piedra sobre la que corre el agua.
Y se hace un silencio en la sala. Tomás, mirando a todos, se abre paso y da unos pasos hacia la escalera, en silencio. Justamente , La Virgen está bajando.
-¡Tomás, hijo mío! ¡Que Jesús te habite! ¡Tú no estabas ayer, pero Él está contigo!
Y abraza a Tomás y besa su frente. Entonces, Tomás comienza a llorar y a decir, con voz temblorosa, en alto, mirando a todos:
No puedo creer esto. Lo siento… no puedo. Si vosotros, testigos como yo de su muerte, habéis necesitado verle para creer esto que me estáis contando, yo también lo necesito. Así que, si no veo al Maestro Resucitado, igual que vosotros, no me creeré nada de lo que decís. Es más : si no veo y toco las llagas que atraviesan sus manos y sus pies, y si no meto mi propio dedo en la lanzada de su costado, no creeré.
Todos intentan convencerle, mientras él sube las escaleras, pero no hay manera.
Todos nos hemos quedado sin palabras. Mamá rompe el silencio:
-Oremos por él.
A los días, estamos todos orando en la misma habitación. Tomás también está. De pronto…
-¡Jesús! ¡Jesús!
Me lanzo a sus brazos. Todos los demás también. Todos…. Menos Tomás que, congelado por el impacto de verle, está inmóvil, mirando a Jesús. Se arrodilla, mirándolo.
Todos se apartan para dejar que Jesús se acerque a Tomás. Jesús llega hasta donde él está:
-Tomás, hijito… No sufras más. No seas incrédulo, sino creyente. Sólo así, con esperanza y fe, podrás ser feliz y transmitir el Evangelio.
Tomás comienza a llorar y se abraza a Jesús, y Jesús, abrazándose a Tomás, lo levanta y le besa y acaricia. Tomás no para de llorar. Entoces, Jesús, cogiendo la mano derecha de Tomás, la pasa por sus llagas y, al tocar el costado, Tomás vuelve a caer de rodillas y, mirando a Jesús a los ojos, llorando, dice:
–Jesus… Jesús… Jesús… Tú eres Dios… Jesús, tú eres Dios. Perdóname. Perdón por dejarte solo y por no creer. Dios mío… No hay más Dios que Tú, Mi Jesús. ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO! Creo, firmemente, que estás aquí. Ten piedad de mí.
Y comienza a besar las llagas de sus pies y de sus manos. Todos estamos impactados. Es la primera vez que oímos a alguien llamarle directamente «Dios» a Jesús. Y Jesús, al oír estas cosas a Tomás, sonríe.
-Tomás… Mi pequeño Tomás… Me has visto y has creído… Tú debes ser creyente siempre y no incrédulo.
-Sí, Señor, sí. Eso haré, con tu ayuda. Si no me ayudas, fallaré.
-Jamás te faltará mi ayuda.
Y, soplando, nos dio a todos Su Espíritu y nos dijo:
-¡Id! ¡Id a todo el mundo! ¡Id al mundo entero, a todos los confines de la tierra, y proclamad la alegría de Mi Resurrección y que el Cielo está abierto para todos aquellos que acepten mi Nombre! Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Y, dando un beso a Tomás en la cabeza, desapareció de nuestra vista sensible, pero de la del alma, jamás.
«La historia del jueves» por Ovejita de Jesús
La orejita o la ovejita?? (malditoz correctorez!!)
Me gustaLe gusta a 1 persona
La ovejita, ya siento el error🤦♂️
Me gustaMe gusta