Dale tú lo que puedas dar

Con la gracia de Dios es seguro que tu vida se hará grande y tu corazón se dilate, porque seas capaz de descubrir lo precioso de cada una de esas cosas que realizas cada día, por pequeña que sea.

Fíjate en la mirada emocionada de Jesús al ver a la pobre viuda echar aquellos dos reales como donativo en el Templo. Clávatelo bien en la inteligencia: Cristo se emociona, le encanta, se goza, es feliz, cuando te vences en ese pequeño servicio de poner o recoger la mesa, de tu pelea diaria por levantarte puntual, a la hora; de responder bien a tu madre y de tener algún detalle de aprecio con los que convives, etc. Jesús que lo ve y te lo aseguró, se alegra, porque le encandilan los corazones que luchan, que se dan generosos.

«¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco ni en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des» (camino 828, san Josemaría).

Ten como telón de fondo, ahora que va a comenzar el Adviento y la Novena de la Inmaculada, el propósito de purificar tu intención. Recuerda: no se trata tanto de lo mucho o poco que des, sino de darse del todo con amor: sabed que esta pobre viuda ha echado más que nadie, porque … ha echado todo lo que tenía para vivir.

Además, si pones a ilusión en las cosas, es un buen termómetro de la juventud de tu espíritu, no permitirás que la rutina enfríe la alegría joven de tu alma. Pídeselo a María, causa de nuestra alegría.

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