Convivir con todos

Lake eolaAquí te dejo con esta meditación que está basada en un texto de Francisco Fernandez de Carvajal.  Por si te ayuda en tu meditación. A mi me ha ayudado.

Un cristiano no puede estar encerrado en sí mismo. Jesucristo, modelo de convivencia.

1. Después de responder a la llamada del Señor, Mateo dio un banquete al que asistieron Jesús, sus discípulos y otras gentes. Entre éstos, había muchos publicanos y pecadores, todos amigos de Mateo. Los fariseos se sorprenden al ver a Jesús sentarse a comer con esta clase de personas, y por eso dicen a sus discípulos: «¿Por qué come con publícanos y pecadores?» (Mc 2, 13-17).

Pero Jesús se encuentra bien entre gentes tan diferentes. Se siente bien con todo el mundo, porque ha venido a salvar a todos. “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos» (Mc 2, 17). Y como todos somos pecadores y nos sentimos algo enfermos, Jesús no se separa de nosotros. En esta escena, contemplamos cómo el Señor no rehúye el trato social; más bien lo busca. Se entiende Jesús con los tipos humanos y los caracteres más variados: con un ladrón convicto, con los niños llenos de inocencia y de sencillez, con hombres cultos y pudientes como Nicodemo y José de Arimatea, con mendigos, con leprosos, con familias…

Dice el Padre: «No ocultaba que podemos encontrar más dificultad en coincidir con el carácter de unos que con el de otros; pero insistía en que hemos de pasar por encima de esos sentimientos. Así lo apreciaba, por ejemplo, en 1953: si nos hemos dedicado a Dios, para servir a las almas, en medio del mundo, quiere decir que hemos de mantener un trato continuo de vibración apostólica con los compañeros de profesión y con quienes nos rodean, sin hacer ninguna discriminación, y sin dejarnos llevar por antipatías y por simpatías. No podemos aislar el fuego de Cristo; es más, hay que aumentar, extender y propagar este fuego divino en todos los ambientes…. En innumerables ocasiones, argumentaba a sus hijas y sus hijos que no podían rechazar a ninguna alma: si alguien llama a vuestra puerta, atendedle con paciencia, con el mismo amor y la misma solicitud con que desearíais que se ocuparan de vosotros si os encontraseis en esas mismas necesidades. Otras veces concluía, como con un clamor que brotaba de su alma: no rechacéis a nadie. Si un alma os busca cien veces al día, atendedla cien veces con la caridad de Cristo» (Memoria del Beato Josemaría, cap. II, 3).

2. Jesús es un ejemplo vivo para nosotros porque debemos aprender a convivir con todos, por encima de sus defectos, ideas y modos de ser. Debemos aprender de Él a ser personas abiertas, con capacidad de amistad, dispuestos siempre a comprender y a disculpar. Un cristiano, si de veras sigue a Cristo, no puede estar encerrado en sí mismo,-despreocupado y ajeno a lo que pasa a su alrededor.

Aquí viene bien recordar aquella divertida anécdota del que llega a New York y toma un taxi

Y todo esto, por amor a Dios, porque este es el primer mandamiento, en el que se funda el amor a los demás, por Dios. Una buena parte de nuestra vida se compone de pequeños encuentros con personas que vemos en el ascensor, en la cola de un autobús, en la Facultad, en la sala de espera del médico, en medio del tráfico de la gran ciudad o en la única farmacia del pequeño pueblo donde vivimos… Y aunque son momentos esporádicos y a veces fugaces, son muchos en un día e incontables a lo largo de una vida. Para un cristiano son importantes, pues son ocasiones que Dios nos da para rezar por ellos y mostrarles nuestro aprecio, como corresponde a hijos de un mismo Padre. Y lo hacemos normalmente a través de esas muestras de educación y de cortesía, que se convierten fácilmente en vehículos de la virtud sobrenatural de la caridad. Son personas muy diferentes, pero todas esperan algo del cristiano: lo que Cristo hubiera hecho en nuestro lugar.

La virtud humana de la afabilidad.

También tratarnos a personas muy distintas en la propia familia, en el trabajo, en el vecindario…, con caracteres, formación cultural y humana y modos de ser muy diversos. Es necesario que nos ejercitemos en la convivencia con todos. Santo Tomás señala la importancia de esa virtud particular -que encierra en sí muchas otras-, que «ordena las relaciones de los hombres con sus semejantes, tanto en los hechos como en las palabras» (2-2, q. 114, a. 1). Esta virtud particular es la afabilidad, que nos lleva a hacer la vida más grata a quienes vemos todos los días.

Esta virtud, que debe formar como el entramado de la convivencia, no causa quizá una gran admiración; sin embargo, cuando falta se echa mucho de menos, se vuelven tensas las relaciones entre los hombres y se falta frecuentemente a la caridad; a veces, este trato se torna difícil o quizá imposible. La afabilidad y las otras virtudes con las que se relaciona hacen amable la vida cotidiana: la familia, el trabajo, el tráfico, la vecindad… Son opuestas, por su misma naturaleza, al egoísmo, al gesto destemplado, al malhumor, a la falta de educación, al desorden, al vivir sin tener en cuenta los gustos, preocupaciones e intereses de los demás.

El cristiano sabrá convertir los múltiples detalles de la virtud humana de la afabilidad en otros actos de la virtud de la caridad, al hacerlos también por amor a Dios. La caridad hace entonces de la misma afabilidad una virtud más fuerte, más rica en contenido y con un horizonte mucho más elevado.

3. Todo el Evangelio es una continua muestra del respeto con que Jesús trataba a todos: sanos, enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, mendigos, pecadores… Tiene el Señor un corazón grande, divino y humano; no se detiene en los defectos y deficiencias de estos hombres que se le acercan, o con los que Él se hace el encontradizo. Es esencial que nosotros, sus discípulos, queramos imitarlo, aunque a veces se nos haga difícil.

Otras virtudes necesarias para la convivencia diaria: gratitud, cordialidad, amistad, alegría, optimismo, respeto mutuo…

Son muchas las virtudes que facilitan y hacen posible la convivencia: la benignidad y la indulgencia, que nos llevan a juzgar a las personas y sus actuaciones de forma favorable, sin detenemos mucho en sus defectos y errores.

La gratitud, que es ese recuerdo afectuoso de un beneficio recibido, con el deseo de corresponder de alguna manera. En muchas ocasiones, sólo podremos decir gracias, o algo parecido; cuesta muy poco ser agradecidos, y es mucho el bien que se hace. Si estamos pendientes de quienes están a nuestro alrededor, notaremos qué grande es el número de personas que nos prestan favores diversos.

Ayudan mucho en la convivencia diaria la cortesía y la amistad. ¡Qué formidable sería que pudiéramos llamar amigos a las personas con quienes trabajamos o estudiamos, a los padres, a los hijos, a aquellas personas con las que convivimos o nos relacionamos! Amigos, y no sólo colegas o compañeros. Esto será señal de que nos hemos esforzado en muchas virtudes humanas que fomentan y hacen posible la amistad: el desinterés, la comprensión, el espíritu de colaboración, el optimismo, la lealtad. Amistad particularmente honda dentro de la propia familia: entre hermanos, con los hijos, con los padres. La amistad resiste bien las diferencias de edad, cuando está vivificada por el ejemplo de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, que ejercitó las virtudes humanas acabadamente, en plenitud.

En la convivencia diaria, la alegría, manifestada en la sonrisa oportuna o en un pequeño gesto amable, abre la puerta de muchas almas que estaban a punto de cerrarse al diálogo o a la comprensión. La alegría anima y ayuda al trabajo y a superar las numerosas contradicciones que a veces trae la vida. Una persona que se dejara llevar habitualmente de la tristeza y del pesimismo, que no luchara por salir de ese estado enseguida, sería un lastre, un pequeño cáncer para los demás. La alegría enriquece a los otros, porque es expresión de una riqueza interior que no se improvisa, porque nace de la convicción profunda de ser y sentirnos hijos de Dios. Muchas personas han encontrado a Dios en la alegría y en la paz del cristiano.

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Virtud de convivencia es el respeto mutuo, que nos mueve a mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios. La convivencia nos enseña también a respetar las cosas porque son bienes de Dios y están al servicio del hombre. El respeto es condición para contribuir a la mejora de los demás, porque cuando se avasalla a otro se hace ineficaz el consejo, la corrección o la advertencia.

4. El ejemplo de Jesús nos inclina a vivir abiertos hacia los demás; a comprenderlos, a mirarlos con una simpatía inicial y siempre creciente, que nos lleva a aceptar con optimismo la trama de virtudes y defectos que existen en la vida de todo hombre. Es una mirada que alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que existe en todos. Una persona comprendida abre con facilidad su alma y se deja ayudar. Quien vive la virtud de la caridad comprende con facilidad a las personas.

Muy cercana a la comprensión está la capacidad para disculpar con prontitud. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos separados de las personas de la familia o con quienes trabajamos.

«Sancta María, Sedes Sapientiae» -Santa María, Asiento de la Sabiduría. -Invoca con frecuencia de este modo a Nuestra Madre, para que Ella llene a sus hijos, en su estudio, en su trabajo, en su convivencia, de la Verdad que Cristo nos ha traído (Surco, 607).

Un comentario sobre “Convivir con todos

  1. Me ha encantado la exposición porque toca todos los puntos.

    La amabilidad es pariente del amor, de la bondad y de la solidaridad. La persona amable cree en el ser humano, ve a los otros como hermanos. Sí, en esta actitud se manifiesta el mandamiento divino del amor al prójimo y, también, la fraternidad.

    En el trato cotidiano va más allá de cumplir con las normas de educación; es cortés, pero, además, muestra verdadero interés por las personas. En la actividad laboral, en el comercio, en las instituciones y en su casa, son amables quienes además de cumplir con su trabajo y responder correctamente a los compañeros, al público y a la familia se muestran generosos y te ayudan; te miran a la cara, te escuchan y se interesan por ti. Las personas amables te hacen sentir que les importas.

    Esta tarea tan ardua, pero a la vez tan natural es capaz de «mover»
    el mundo. Reflexionando, nos damos cuenta que nos gusta ese trato. Tendremos que empezar cada uno de nosotros viviéndolo en nuestro ambiente. Además es «contagioso».

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