Uno de los pioneros que exploraron las tierras de los esquimales fue Hudson, Vicario Apostólico de Bai, quien en cierta ocasión llevó a un esquimal a la ciudad de Churchill, el único bastión de civilización en el Vicariato.
El esquimal contemplaba en silencio las maravillas: los escaparates relucientes, los trenes veloces, los rascacielos imponentes, hasta que finalmente expresó: ‘Estos blancos poseen un ingenio admirable; construyen imponentes edificaciones que desafían las alturas, erigen largas moradas que surcan los rieles, y generan luz mediante el fuego que viaja por los hilos conductores. Sin embargo, no los veo dedicarse a la oración en ningún momento. Nosotros, en Iglulik, quizás no poseamos el mismo conocimiento que estos blancos, pero rezamos con más fervor y hallamos mayor felicidad‘. *
¡Qué gran enseñanza! ¡Cuántos seres desdichados por no comprender el valor de la oración, por buscar la felicidad exclusivamente en los placeres!
Qué gran dicha encierran estas palabras: «Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre»… « ¡Qué bonito y consolador es saber que Jesús nos conoce a cada uno, que no somos anónimos para Él, que nuestro nombre le es conocido! Para Él no somos “masa”, “multitud”, no. Somos personas únicas, cada uno con la propia historia, [y Él]nos conoce a cada uno con la propia historia,cada uno con el propio valor, tanto como criatura cuanto como redimido por Cristo. Cada uno de nosotros puede decir: ¡Jesús me conoce! Es verdad, es así: Él nos conoce como nadie más. Solo Él sabe qué hay en nuestro corazón, las intenciones, los sentimientos más escondidos. Jesús conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades, y está siempre preparado para cuidar de nosotros, para sanar las llagas de nuestros errores con la abundancia de su misericordia. En Él se realiza plenamente la imagen del pastor del pueblo de Dios, que habían delineado los profetas: Jesús se preocupa por sus ovejas, las reúne, venda la que está herida, cura la que está enferma. Así podemos leerlo en el Libro del profeta Ezequiel (cfr. Ez 34,11-16).» (Papa Francisco)
*Fuente: ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959
Un comentario sobre “el camino que nos lleva a la felicidad del cielo”