La promesa de seguridad

Se cuenta que al remover las ruinas de Pompeya, ciudad italiana sepultada bajo las cenizas del Vesuvio en el año 79, se encontró el cuerpo de una mujer con las dos manos llenas de joyas: pulseras, collares, anillos y un par de magníficos zarcillos.
Los expertos aseguran que son notables muestras de la orfebrería de esa época. Uno se imagina a esa mujer: al ver acercarse el peligro, corre para salvar lo que tiene de más precioso, pero la lluvia de cenizas, más rápida que ella, la alcanza y la cubre con su manto de muerte.
Diecinueve siglos después de la catástrofe, ¡qué imagen de ese tesoro casi intacto al lado de un cuerpo sin vida! El dinero es el símbolo de todos los bienes que no son Dios. Es tan deseado y buscado porque promete todo tipo de placer. Promete, sobre todo, seguridad; aquella seguridad que sólo Dios puede dar.


El dinero resulta a veces el más peligroso antagonista de Dios y el más engañoso. Por eso Jesús nos advierte: «Nadie puede obedecer a dos señores… Es imposible servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas» (Mt 6,24). También Pablo en la carta a Timoteo 6,10 nos recuerda: «la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciado por algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.«

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