Sábado después de ceniza

LUCAS 5, 27-32
Amigos, el Evangelio de hoy cuenta la historia de cuando el Señor llama a Leví, también conocido como Mateo. Mientras Jesús estaba pasando, vio a Mateo en su puesto de recaudador de impuestos. En aquel tiempo, un recaudador de impuestos era un Judío que colaboraba con la opresión de Roma sobre su propio pueblo; era una figura despreciable entre los judíos.
Jesús miró a Mateo y simplemente dijo: “Sígueme”. ¿Invitó Jesús a Mateo porque este recaudador de impuestos lo merecía? ¿Estaba Jesús respondiendo a algún pedido de Mateo o algún anhelo en el corazón del pecador? Ciertamente no. La gracia, por definición, viene espontáneamente y sin explicación.
En la magnífica pintura de Caravaggio sobre esta escena, Mateo, vestido anacrónicamente con finas vestimentas del siglo XVI, responde al llamado de Jesús señalándose de modo incrédulo y con expresión burlona, como si dijera: “¿Yo? ¿A mí me buscas?”.
Así como la creación es ex nihilo, así la conversión es una nueva creación, la recreación de una persona mediante la gracia a partir del no ser de su pecado. Se nos dice entonces que Mateo se levantó inmediatamente y siguió al Señor.

2 comentarios sobre “Sábado después de ceniza

  1. Siempre me he preguntado cómo sería el impacto físico y emocional que pudieron haber sentido aquellas personas del Evangelio que fueron «vistas» y «miradas» por Jesús.

    En la homilía que el Papa Francisco pronunció en Holguin, Cuba, en 2015, se refirió a esta mirada sobre Mateo. «Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dió una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a Maria Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero».

    Hay unas bellísimas palabras del teólogo bizantino Nicolás Kabasilas, al que cita Benedicto XVI en su libro «La belleza, la Iglesia» que afirman: «Él ha enviado a sus ojos el rayo ardiente de su belleza».

    Gracias siempre, D. Rafael.

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