Semillas para hacerlas fructificar

Cuentan que un joven paseaba una vez por una ciudad desconocida, cuando, de pronto, se encontró con un comercio sobre cuya marquesina se leía un extraño rótulo: «La Felicidad». Al entrar descubrió que, tras los mostradores, quienes despachaban eran ángeles. Y, medio asustado, se acercó a uno de ellos y le preguntó:

  • Por favor, ¿qué venden aquí ustedes?
  • ¿Aquí? —Respondió el ángel—. Aquí vendemos absolutamente todo.
  • ¡Ah! —Dijo asombrado el joven—. Sírvanme entonces el fin de todas las guerras del mundo; muchas toneladas de amor entre los hombres; una gran bidón de comprensión entre las familias; más tiempo de los padres para jugar con los hijos…

Y así prosiguió hasta que el ángel, muy respetuoso, le cortó la palabra y le dijo: —Perdone usted, señor. Creo que no me he explicado bien. Aquí no vendemos frutos, sino semillas.

J. L. Martín Descalzo, Razones para vivir.

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