Una conducta y una actitud afables ayudan mucho a quienes te tratan

cara sonrienteOtra gran obra de misericordia: la alegría. La alegría presta un inmenso servicio a los demás… y, por lo tanto, se trata de un hábito que podemos y debemos adquirir. Santo Tomás de Aquino sitúa a la alegría bajo el epígrafe general de la virtud cardinal de la justicia, aquella que nos dispone a dar a otros lo que les corresponde por deber o por obligación. Nosotros estamos obligados a ayudar —y no a poner obstáculos— en su camino hacia el cielo a quienes nos rodean en este mundo. Y no solo hemos de ayudar con nuestra limosna a los que padecen necesidad y con nuestro consejo a los que yerran: también debemos prestar ayuda a los que conocemos o tratamos con nuestra amabilidad, nuestra comprensión y nuestras maneras afables.

Una conducta y una actitud afables ayudan mucho a quienes te tratan. Si eres hosco, triste y huraño, la gente se sentirá incómoda y tú te sentirás aún más tentado de dejarte llevar por la tristeza. Pero, si eres alegre, infundirás ánimo en los demás, les invitarás a hacerte confidencias e incrementarás su esperanza de ser buenos servidores del Señor.
Si tu actitud ante la vida y ante todos los que te rodean es permanentemente pesimista, tal vez seas un caso grave de autocompasión: te dejas abatir por tus penas e infortunios. O quizá la envidia anula todos tus esfuerzos por ser alegre porque solo te fijas en las cosas buenas que tienen los demás y de las que tú careces. O tal vez seas víctima de tus emociones. Puede que tu temperamento tienda a la tristeza y que hayas tomado la postura de dejarte gobernar por él.

Propósito para este año de la misericordia: esforzarme por ser un poco más amablemente alegre

5 comentarios sobre “Una conducta y una actitud afables ayudan mucho a quienes te tratan

  1. Hay que ser misioneros de la alegría. No se puede ser feliz si los demás no lo son. Por ello, hay que compartir la alegría. Id a contar a todos vuestra alegría de haber encontrado aquel tesoro precioso que es Jesús mismo. No podemos conservar para nosotros la alegría de la fe; para que ésta pueda permanecer en nosotros, tenemos que transmitirla. San Juan afirma: «Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo» (1Jn 1,3-4).
    A veces se presenta una imagen del Cristianismo como una propuesta de vida que oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría. Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos por las manos de Dios. Tenemos la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la «buena noticia» de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él. Mostrad al mundo que esto de verdad es así.

    Por lo tanto, seamos misioneros entusiasmados de la nueva evangelización. Llevemos a los que sufren, a los que están buscando, la alegría que Jesús quiere regalar. Tenemos que llevarla a nuestras familias, a nuestras escuelas y universidades, a nuestros lugares de trabajo y a nuestros grupos de amigos, allí donde vivimos. Veréis que es contagiosa. Y recibiremos el ciento por uno: la alegría de la salvación para nosotros mismos, la alegría de ver la Misericordia de Dios que obra en los corazones. En el día de nuestro encuentro definitivo con el Señor, Él podrá decirnos: «¡Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor!» (Mt 25,21).

    Que la Virgen María nos acompañe en este camino. Ella acogió al Señor dentro de sí y lo anunció con un canto de alabanza y alegría, el Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1,46-47). María respondió plenamente al amor de Dios dedicando a Él su vida en un servicio humilde y total. Es llamada «causa de nuestra alegría» porque nos ha dado a Jesús. Que Ella nos introduzca en aquella alegría que nadie nos podrá quitar.

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