Fiódor Dostoievski: —Acepta el dolor. Eso tienes que hacer y así te salvarás…

Ya sabéis que los últimos viernes están siendo dedicados al Fiódor Dostoievski, y que estamos siguiendo el libro  de José Ramón Aiyón, “10 ateos cambian de autobús”. Esta entrada es continuación de Fiodor Dostoievski: El superhombre contra Dios.

El sufrimiento humano -todo el dolor físico, psicológico y moral- se ceba en los personajes de Dostoievski. Y esa suprema objeción contra Dios parece que solo admite una respuesta religiosa: la que ofrece maravillosamente el starets Zósima en Los hermanos Karamazov. Un starets es en Rusia un monje célebre por su santidad y sabiduría, al que acude la gente en busca de confesión, consuelo y consejo. Zósima es un religioso especialmente querido por el pueblo, al que visitan gentes afligidas que vienen de muy lejos. Como esa mujer que llora de rodillas con mirada extraviada…

—¿Por qué lloras?

—Lloro por mi hijito, padre. Solo le faltaban tres meses para cumplir tres años. Por mi hijito lloro.

Nikituchka y yo hemos tenido cuatro, pero los niños no viven mucho tiempo entre nosotros. He enterrado a los tres primeros y no he tenido tanta pena, pero a este último no puedo olvidarlo. Parece como si lo tuviera siempre delante de mí, no se marcha. Tengo el alma deshecha. Miro su ropa, su camisita, sus botines y no hago más que llorar.

Ningún recurso del entendimiento, de la imaginación o de la voluntad parecen capaces de mitigar este dolor. Por eso es admirable la respuesta del monje. Primero intenta consolar a la madre explicándole que el niño está gozando de la bienaventuranza de Dios. Pero la mujer ya estaba convencida de ello, y lo que le dice el anciano no le aporta ningún consuelo. Entonces comprende el starets que se halla ante un dolor sin remedio, y con serenidad le dice:

—También lloró así Raquel a sus hijos y no pudo consolarse de su falta, y ese mismo destino os está reservado a muchas madres. No te consueles y llora, pero cada vez que llores recuerda que tu hijito es un ángel de Dios que te mira desde allá arriba, ve tus lágrimas, se alegra y se las muestra al Señor. Durante mucho tiempo llorarás aún, pero luego tu llanto se volverá dulce y alegre, y tus lágrimas amargas serán lágrimas de purificación que borrarán pecados.

Los hechos no han cambiado, pero sí su significación: ahora el peso agobiante del dolor se aligera porque conduce a Dios y es fuente de una serena resignación. Después descubre el starets los ojos anhelantes de una campesina joven y enferma.

—¿A qué has venido, hija mía?

—Alivia mi alma, padre -dijo ella dulcemente, y se arrodilló con una profunda reverencia hasta tocar el suelo-. Padre, he pecado y me da miedo mi pecado.

El monje se sentó en el último escalón del atrio y la mujer se acercó hasta él.

—Hace tres años que soy viuda -empezó diciendo a media voz-. Era imposible vivir con mi marido. Era viejo y me pegaba mucho. Cayó en cama enfermo y yo pensaba, mirándolo: «¿Qué ocurrirá si se restablece y se levanta de nuevo?». Y aquella idea no se apartaba de mí…

La mujer acercó sus labios al oído del monje y continuó con una voz que apenas se oía. Muy pronto terminó.

—¿Hace tres años? -preguntó el starets.

—Tres años. Antes no pensaba en ello, pero ahora se ha presentado la enfermedad y estoy angustiada.

Aquí nos encontramos con el dolor producido por una culpabilidad objetiva. Es solo un pensamiento, pero en él se encierra el mayor de los suplicios: la terrible convicción de una condena eterna. El starets vuelve a comprender todo con admirable profundidad y ofrece la única solución posible: el arrepentimiento ante Dios.

—¿Vienes de lejos?

—He recorrido quinientas verstas.

—¿Has confesado?

—Sí, he confesado dos veces.

—¿Has sido admitida a la comunión?

—Me han admitido. Pero tengo miedo. Tengo miedo a morir.

—No temas nada y no tengas nunca miedo, no te preocupes. Mientras haya arrepentimiento, Dios lo perdona todo. No hay pecado en la tierra que Dios no perdone al que se arrepiente sinceramente. El hombre no puede cometer un pecado tan grande que agote el amor infinito de Dios. Piensa sin cesar en el arrepentimiento y borra todo temor. Piensa que Dios te ama como no puedes imaginar, que te ama con tu pecado y a pesar de tu pecado. Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por diez justos: hace mucho que se ha escrito esto (…). El amor lo redime todo y todo lo salva. Si yo, que soy un pecador como tú, me he enternecido y he sentido piedad por ti, con más razón la sentirá el Señor. Vete y no temas.

En Dostoievski es firme la convicción de que la aceptación religiosa del dolor abre la puerta al perdón divino. Dios ama y perdona al que acepta el sufrimiento de su vida. De esto dan testimonio las palabras de Sonia a Raskolnikov:

Acepta el dolor. Eso tienes que hacer y así te salvarás… Luego ven a mí, que yo cargaré también con tu cruz y entonces rezaremos y marcharemos juntos.

Deja un comentario