Cristo y la belleza de los lirios del campo

Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, vive su humanidad y su divinidad en cada uno de los momentos de su existencia terrena. Cualquier acción de Cristo –una mirada, un gesto, una sonrisa– es al mismo tiempo una acción humana y divina, algo que nace de la única persona del Verbo.

  • Cuando el Señor en su vida oculta arregla un tejado, en esa acción está todo lo que Él es. La autoridad de Cristo se funda precisamente en que lo que hace se identifica con su ser: es lo que hace y es lo que dice. En cada acción, en cada palabra está toda la divinidad y toda su humanidad.En Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2, 9). Cuando Cristo llora, Dios realmente llora.
  • En la acción de arreglar un tejado –con todo lo que conlleva de creatividad, de espíritu de servicio, de esfuerzo– Cristo (el Verbo) está escuchando a su Padre –a través de esa actividad– y su respuesta inaugura un diálogo humano y divino, una oración filial.

¿En qué se traduce su filiación divina en su humanidad –en su ser hombre–, mientras trabaja? Primeramente, en la escucha. Es el Obediente, el Hijo que ama y vive de la voluntad de su Padre.

  • El Hijo no dice nada que no haya escuchado a su Padre [133]. “Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 12). Cfr. También Jn 12-50; Jn 14, 10; Jn 17, 8.

Veámoslo con más detalle. En los treinta años de vida oculta, Jesús va descubriendo la voz de su Padre en la belleza de la creación, en sus relaciones de familia y de amistad, en el trabajo de cada jornada.

  • El Señor se deslumbra ante los lirios del campo, porque en la delicadeza de esa flor está viendo la gloria y el amor de su Padre.
  • Esa vivencia, esa capacidad de escucha y de visión, el hombre la ha perdido en gran medida por el pecado original.
  • (Ayudaba los silencios y el misterio de la Liturgia)
  • Escuchar en la creación y en el acontecer de la vida la voz de Dios, a modo de resplandor que se atisba, nos lleva a descubrir en todas las cosas una belleza más profunda.
    • Ante la blancura de un lirio, la mirada de Jesús transciende la armonía de formas sensibles –sin perderla– y se llena de estupor porque percibe la gloria de su Padre, que se derrama en todo lo creado: «Considerad los lirios del campo, cómo crecen… ni Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo … Dios la viste así... (Mt 6,28-29)
  • La belleza trascendental
    • A esa mirada contemplativa, que descubre la belleza y la gloria de Dios en la creación, está llamado todo hombre.
    • Una belleza que trasciende lo sensible, sin perderlo, y que interpela en lo profundo del alma. “El hombre debe hacerse capaz de belleza. Todo hombre lo es. Tiene esa capacidad por naturaleza. Pero la pierde con facilidad. Necesita unos preámbulos para poder recibir lo bello como bello y gozar con ello” [134].

(2 el diálogo del 3º hijo)

  • *El trabajo de Cristo como artesano se hace diálogo (oración) con su Padre
    • En la actividad de arreglar un tejado, Cristo artesano está viviendo su identidad de Hijo (hijo, ve hoy a trabajar a mi viña Mt 21,28 el 3º hijo). Hace todo eso suyo, se identifica con su actividad, con su trabajo, se inserta en esa trama creatural hasta el fondo. Es el modo que tiene de vivir su filiación.
    • ¿Qué le piden esos materiales como el barro y el cincel? Es decir, ¿qué mensaje de su Padre lee Jesús en ese fragmento de creación, que es un trozo de barro para construir una teja?
    • Y, al mismo tiempo, ¿en qué modo este trabajo ayuda y revierte en los demás? El Señor, como todo hombre, está imbricado en un tejido de relaciones humanas –que es principalmente lo que constituye el mundo– y su actividad se entrelaza con la de los demás hombres. El trabajo de por sí está inmerso en una red de relaciones humanas. Su Padre le pide que le ame y que ame a todos los hombres; y el Señor lo hace trabajando.
    • ¿Cuál es por tanto la esencia de ese trabajo? Ser diálogo con su Padre, oración: escucha y respuesta.
    • Traducido a los hombres, podríamos decir que el trabajo también es oración. No en el sentido de que en el tiempo de oración medito sobre mi trabajo o recito alguna jaculatoria mientras trabajo, sino que aprendo a escuchar la voz del Padre en mi actividad profesional, en las realidades más prosaicas de la vida humana. Como Cristo, en el trabajo vivo mi filiación obedeciendo, escuchando y respondiendo al Padre.
    • Voy así devolviendo, transfigurado, en el Hijo, el mundo al Padre.
  • ¿Qué es entonces santificar de la vida ordinaria?
    • Santificar la vida ordinaria es precisamente introducirse en ese coloquio filial del Padre con el Hijo en medio y a través de la trama del mundo.
    • Por este camino, la presencia de Dios se va descubriendo cada vez más profunda en el alma y, al decir de los místicos, se va de claridad en claridad. Vivencia que se va explicitando, poco a poco, por el cauce de una vida “escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 3).
    • De alguna manera, el hombre aprende a dar todo lo que es mientras trabaja. Una experiencia que se configura como fuente de creatividad, de entrega, de plenitud. Hasta que llega un momento en que no se distingue el cielo de la tierra, la prosa de la poesía, el trabajo de la oración. Cantaré al Señor mientras viva, tocaré para mi Dios mientras exista: que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor” (Sal 104, 33).

Notas

  • [133] “Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 12). Cfr. También Jn 12-50; Jn 14, 10; Jn 17, 8.
  • [134] ERNESTO FERNÁNDEZ, Correspondencia, o.c.

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