¡Entrega lo que venerabas y abraza lo que quemabas!

Clodoveo, rey de los francos, ha abrazado la fe cristiana, llevando consigo a todo su reino. El momento del Bautismo ha llegado. Rodeado por su pueblo, lo espera San Remigio, el obispo que ha guiado su conversión. A un lado de la pila bautismal yacen los ídolos paganos, mientras que al otro se alza el Santo Crucifijo. El rey se acerca al prelado con humildad.

Antes de iniciar el bautismo, el obispo señala a los ídolos y ordena: «¡Quema lo que adorabas!» El rey, sin dudar, prende fuego a las estatuas de los falsos dioses. Luego, el obispo, señalando la Cruz con dulzura, le dice: «¡Adora lo que quemabas!» El rey se postra con sumisión y besa los pies de Cristo en la Cruz.

Esta escena se repite cada vez que un pecador se acerca al sacramento de la penitencia. Allí nos espera Jesús, invitándonos a:

  • Quemar lo que adorábamos: Nuestra carne, la vanidad, la ambición… Debemos consumir todo esto en el altar del arrepentimiento y del amor.
  • Adorar lo que quemábamos: La mortificación, la virtud, la penitencia y la Cruz, que antes despreciábamos, ahora deben ser objeto de nuestra adoración y abrazo.

Solo así podremos recuperar la gracia perdida por el pecado y recibir el perdón por las ofensas cometidas contra Dios. Acerquémonos a este Santo Tribunal con este espíritu de conversión. No se nos concederá el perdón si no estamos dispuestos a «quemar lo que adorábamos» y «adorar lo que quemábamos», tal como lo hizo el glorioso rey Clodoveo ante la pila bautismal, abriendo las puertas de Francia a la fe cristiana.

Fuente: ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 136

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