Lo que no es, y lo que sí es tibieza

tube miedo y lo escondíRecordamos hoy la parábola en la que Jesús cuenta que confió cinco talentos de plata a un empleado, a otro dos y, finalmente, al último uno. Los dos primeros hicieron rendir lo que habían recibido. El acreedor de un solo talento, conviene anotarlo, no pierde su capital, sencillamente lo esconde y después encima se justifica: tuve miedo de ti. No lo malgastó y por eso pensó que lo había hecho bien (el niño expulsado de clase por no hacer nada). Pero fue perezoso, por eso es ejemplo de hombre tibio. El diablo no lo tentó con un pecado grave, pero poco a poco le llevará a él haciéndote abandonar una cosa tras otra, todas pequeñas. Así enterrarás tu talento y, poco tiempo después, serás presa de faltas aún mayores. Es cuestión de táctica… y de tiempo.

Lo que no es tibieza

La tibieza no es falta de ánimo. Por ejemplo, experimentar que no apetece nada ir a Misa, rezar o haber perdido el fervor de la primera vez. Esto, recuérdalo, le pasa a todo el mundo: desde el Papa hasta el último de los bautizados. De hecho, de ordinario rezar cuesta sacrificio, porque significa cargarse de fe para sentarse delante de un Dios al que no veo con los ojos de la carne. Es natural que encuentres dificultad en relacionarte con aquel que difícilmente es percibido por los sentidos del cuerpo. Esto no es tibieza: es normalidad.

Tampoco es tibieza sentirse imperfecto. Santa Teresa de Jesús nos advierte que la falsa humildad que viene del diablo es aquella que inflama nuestros defectos y nos destruye, porque nos conduce a abandonar la oración –total, parece que no sirve de nada– y desertar de nuestros propósitos. Por eso, con gran sentido común, san Francisco de Sales señala: dulces con los demás, dulces con nosotros mismos. Si el asno cae en el hoyo, le ayudarás a salir, y no lo atizarás hasta matarlo: lo mismo el alma. Si cae, ayúdale a salir, y no seas duro con los demás ni contigo mismo. El sentimiento de imperfección bien puede ser una prueba; una cruz, que el Señor desea para nuestra vida y nos ayuda a crecer. (Cántaro roto) De hecho es lo que ocurre cuando sufrimos grandes tentaciones, basta con reaccionar prontamente: esas tentaciones, por insistentes o fuertes que sean, no necesariamente significan que nuestra alma no arda en amor de Dios.

Tampoco es tibieza que por cansancio o enfermedad (realidades que nos hacen más humildes) nos cueste más cumplir los consejos de la dirección espiritual, o que nos resulte imposible concentrarnos en la oración… En estos casos obedecer aunque no veamos nada, será el mejor consejo.

«La guerra del cristiano es incesante –dice san Josemaría Escrivá– porque en la vida interior se da un perpetuo comenzar y recomenzar, que impide que, con soberbia, nos imaginemos ya perfectos. Es inevitable que haya muchas dificultades en nuestro camino; si no encontrásemos obstáculos, no seríamos criaturas de carne y hueso. Siempre tendremos pasiones que nos tiren para abajo, y siempre tendremos que defendernos contra esos delirios más o menos vehementes» (Es Cristo que pasa, n. 75.)

Lo que sí es tibieza

En definitiva, ¿qué es exactamente este mal del alma, que no la deja fría del todo, pero que impide vibrar con vibración de apóstol?

1) «Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor…» (Camino 331)… Consiste, por tanto, en constatar jornada a jornada que nuestra oración es pobre, poco esforzada, y no hacer nada para cambiarlo. Percibir que, un día sí y otro también, nos olvidamos de la Virgen; hacer con negligencia el examen de conciencia o poner una voluntad mínima en las cosas de Dios. Como mucho hay inercia; con certeza, falta el amor. No son cosas grandes, no. Se trata, a lo mejor, de detalles, como, por ejemplo, empeñarse en no usar un libro en la oración a causa de la pereza: indolencia para llevarlo en el bolso o meterlo en el coche; indolencia incluso para abrirlo, aun cuando sabes que está a tu lado sobre el banco de la iglesia… y siendo perfectamente consciente de lo mucho que ayudaría abrirlo para centrar la oración distraída. Se trata de tentaciones pequeñas son detalles, como rezar el rosario contando con los dedos. Evidentemente no pasa nada, pero piensa si eso no es fuente de distracciones: cuántas veces te habrás confundido, sin saber si llevas cinco o diez Ave Marías, o si estás en el tercer, cuarto o quinto misterio. Salta a la vista que no es el mejor modo de rezar el rosario… Puede ser que llegues siempre tarde a Misa o participes en ella sin el debido recogimiento; recuerda que la preparación es importante para el encuentro con Dios y poquito a poco… ha desaparecido. ¿Apagas el teléfono en Misa?… Lo que antes fuera un gustoso deber para con Dios se ha convertido en un pesaroso cumplimiento. Eso es tibieza.

2) Para el hombre tibio, la cruz no puede ser aceptada ni amada. Por eso, poco a poco, desaparecen las mortificaciones de su conducta habitual. No ama la cruz. Un modo sencillo y bien concreto de ser mortificado es tener a disposición una lista de pequeñas renuncias: pequeñas y constantes como el latir del corazón, que rieguen de gracia y dedicación toda nuestra conducta. ¿Quieres más ejemplos?: ceder el sitio a otras personas en el transporte público, comer de lo que menos me gusta o escoger lo peor si hay opción para ello (dejando a otros lo mejor), sentarme con la espalda bien apoyada y no de cualquier manera, guardar la vista por la calle (asociando cualquier distracción a un bonito piropo a María)… ¡hay mil posibilidades! La desgana y el descuido de tantos detalles oscurece el alma del tibio: considera que la mortificación, en el fondo, es inútil, y comienza a regirse por la ley del mínimo esfuerzo. En las cosas de Dios, sus gestos se vuelven teatro, porque cuesta hacerlos bien: la genuflexión hecha de cualquier forma, ponerse de rodillas de mala gana y con nulo sentido de adoración… En los asuntos de los demás, el tibio se hace aprovechado, y trata de servirse del prójimo antes que servirlo. Por eso, la vida de familia comienza a ser un poquito insoportable: porque mis hermanos, mis padres, mis hijos… (¡quien sea!)… limitan mi comodidad…Por todo esto, para salir de un estado de vida mediocre bien puede ser una solución revisar (o hacer de nuevo) la lista de mortificaciones.

3) Una última manifestación de tibieza: eres tibio «si buscas con cálculo o “cuquería” el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos»…. Examina tus conversaciones porque, si son en exceso banales, ausentes de todo contenido sobrenatural e incluso impregnadas por un punto de amargura… puede significar que giras entorno a ti mismo. Quien piensa así encuentra casi todas las cosas un tanto pesadas, y el caminar por la vida chirría por el óxido de la falta de entrega. En estos casos, se actúa por motivos meramente humanos: nos olvidamos de lo maravilloso que es obrar para agradar a Dios, para darle motivos de estar contento, consolarle en sus tristezas, acompañarlo al calvario… o bien felicitar a María, llevarle el regalo de nuestra conducta, decirle siempre y muchas veces, con nuestras pequeñeces, lo guapa que es… Todo eso deja de estar presente, y se pasa a hacer solo lo que procura algún provecho… o bien aquello que es necesario para los demás, pero de mala gana.

Piénsalo: todo esto nace por la falta de amor que no intenta hacerse nuevo. ¡Hay solución! Humíllate de nuevo delante de Dios. Vuelve, que no estás tan lejos. Renueva en tu corazón, en tu trato íntimo con Dios, tu entrega y tus deseos de santidad. ¡Ahora!  Hoy empiezo. Toma una decisión clara: porque sin ella nada cambiará…. ¡Ah! No lo dudes, la Virgen María te ayudará en este propósito.

Fuente: Fulgencio Espa, Septiembre con Él

 

4 comentarios sobre “Lo que no es, y lo que sí es tibieza

  1. La tibieza consiste en un relajamiento espiritual; frena las energías de la voluntad, inspira horror al esfuerzo y retarda pesadamente los movimientos del vivir cristiano. Se le ha clasificado como una forma de desidia espiritual, de pereza espiritual. Tibios somos cuando perdemos toda sensibilidad espiritual y adolecemos de posibilidades para reaccionar contra el mal o la imperfección, viviendo en ella con la tranquilidad y gusto con que viven los peces en el agua.

    Una vez habiendo caído en la tibieza hay que emprender el camino auténtico, ahora doblemente difícil, pues la conciencia no ha sido lacerada en vano: el camino de la conversión, de la superación, de la perfección. Habrá que desandar por donde se fue entibiando: el camino de las cosas pequeñas, sin esperar las grandes aparatosidades. Camino tremendo, si no fuese Cristo delante.

    La tibieza no tiene otra solución que Dios mismo. Es decir, sólo la gracia de Dios nos hará salir de ella; Dios deberá iluminar la mente hasta darse cuenta de cómo está. La esencia de la tibieza y su gravedad consiste en que el alma se encuentra cómoda consigo misma, no quiere cambiar.

    Propongamos pequeñas metas para lograr de ese amor, que no ha muerto, un nuevo comienzo, un volver a arder como una llama, incendiando a ese corazón nuevamente. Recordar con la Sagrada Escritura: «Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera.» (Apoc 2,5). Para el alma tibia es recomendable una vida de oración y de sacramentos más asidua para lograr encontrarse realmente con Dios, y así Dios pueda quitar esa venda que impide ver con claridad.

    También quisiera dejar constancia de que si nos convertimos en personas tibias necesitamos llevar una vida más ordenada, priorizada según una escala de valores cristianos. Debemos ver cómo en la vida hay muchas cosas, pero unas tienen más importancia respecto a otras; esta constatación exige una recuperación de los valores, alterados o cambiados por la tibieza. No tengamos temor a exigirnos algún tipo de sacrificio, porque uno de los síntomas de la mediocridad lo constituye el horror al sacrificio para así fortalecer la voluntad. Contamos con la gracia de Dios y la ayuda de Nuestra Madre.

    Me gusta

  2. Gracias por ambos textos y muy propicios para un 1 de septiembre, comienzo para muchos de nosotros como un nuevo año en el que trabajar con renovado esfuerzo y dedicación no solo en lo laboral sino en lo espiritual..

    Me gusta

Deja un comentario