6. Marta, Marta

Un lunes más, continuamos con el libro Dios y las artes del hogar, de Pablo Prieto. El capítulo sexto está dedicado a esa tentación al activismo que late en nuestro obrar y que puede infiltrase también en las tareas del hogar.

¿Nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude (Lc 10,40).— Marta al menos pide ayuda. Pues hay otras doñas Atareadas que se encastillan en su ajetreo y ni reconocen sus límites ni admiten colaboración. Si se quejan es para despertar compasión en los demás, y así alimentar su ego.

A veces, en efecto, cuesta más pedir ayuda que ayudar. Y más aún entre hermanas. Menos mal que está Jesús entre nosotros: «Dile Tú que me ayude…, o al menos ayúdame a decírselo yo».

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Te preocupas e inquietas por muchas cosas, pero en verdad una sola es necesaria. (Lc 10 41-42).— Marta había dejado de percibir el unum necessarium, el latido común a todas las tareas domésticas. Como médico que olvida tomar el pulso, sentía la casa como un cuerpo dolorido, al que no sabe diagnosticar la enfermedad ni devolver la salud.

María, en cambio, si se aparta un rato del trabajo, es para auscultar mejor lo que pasa en él. Sentada a los pies de Jesús para escuchar su palabra(Lc 10, 39) comprende su hogar como un todo vivo y santo que palpita al unísono de este sagrado Corazón.

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Cuando se trabaja por amor, las manos «escuchan» más que los oídos. Al prójimo se le entiende más sirviéndole que oyéndole.

 

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…Te preocupas e inquietas por muchas cosas.— Las cosas te ocultan a las personas. Queriéndome servir, me pierdes; cuanto más me cuidas más me olvidas. Preparas con gran esfuerzo nuestro encuentro, pero al hacerlo tú misma te aíslas. De tanto pensar en los medios te has olvidado de los fines.

 

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María ahonda en la raíz, Marta se pierde en las ramas. La acción de María aún no ha comenzado, pero será intensa y fructífera; la que ahora desarrolla Marta es llamativa y ruidosa, pero estéril.

 

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María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada (Lc 10, 42). —¿Le será quitada? —preguntó posiblemente Marta—. ¿Cuándo?

 

—Ahora, cuando se levante para ayudarte —respondería Jesús—. Pues la paz que yo doy no la turba el trabajo, al contrario, crece con él. Después de estar conmigo, o sea después de orar, los quehaceres no roban la serenidad, por absorbentes y acuciantes que sean, porque se realizan por mi amor y con mi amor.

 

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Ha elegido la mejor parte.— La «mejor parte» no es dejar de trabajar sino habituarse a contemplar. Ahora bien, la contemplación no se opone al trabajo sino que es su raíz. Quien trata a Dios y medita su Palabra desea ardientemente traducirla en obras, encarnarla en labor bien hecha, útil y bella.

 

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¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, en la cárcel… y no te asistimos? (Mt 25, 44)— No siempre asistir es hacer, y menos aún en el hogar. Hacer muchas cosas, útiles e incluso necesarias, no es suficiente para asistir al prójimo. Es más, a veces asistir implica abstenerse de hacer, detenerse, suspender toda ocupación práctica para acompañar, tranquila y sosegadamente, a quien lo necesita: el enfermo, el niño, el anciano, el atribulado, el visitante.

 

Por eso María de Betania, puesta a los pies del Señor y escuchando su palabra (Lc 10, 39), ejercía de ama de casa tanto o más que Marta. Asistiendo a Jesús con su interés y amabilidad no desempeñaba menos el oficio doméstico que su hermana, trajinando en la cocina. Ciertamente el almuerzo que preparaba Marta era indispensable para estos huéspedes cansados y hambrientos, ¿pero acaso María, sentada y quieta, no ofrecía el plato, más necesario aún, del amor y la hospitalidad?

 

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La tonta de la casa.— Quien sirve prefiere fomentar la iniciativa del prójimo en vez de exigirle, de modo taxativo y burocrático, su deber, o de humillarle reprochando su desidia y poltronería. Obrando así sabe que se expone a quedar defraudado, y a cargar muchas veces con el peso de los que escurren el bulto.

 

¡Cuántas mujeres apuestan de este modo por los suyos, con idéntico espíritu que san Pablo: «Nosotros, necios por Cristo; vosotros, prudentes en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros honrados, nosotros despreciados»! (1 Cor 4, 10). Promotoras y guardianas de la libertad ajena, se esconden como semilla en el surco, aún a costa de pasar por necias, con tal que el marido y los hijos maduren, prosperen y triunfen.

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3 comentarios sobre “6. Marta, Marta

  1. Hoy, también nosotros —atareados como vamos a veces por muchas cosas— hemos de escuchar cómo el Señor nos recuerda que «hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola» (Lc 10,42): el amor, la santidad. Es el punto de mira, el horizonte que no hemos de perder nunca de vista en medio de nuestras ocupaciones cotidianas.

    Porque “ocupados” lo estaremos si obedecemos a la indicación del Creador: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1,28). ¡La tierra!, ¡el mundo!: he aquí nuestro lugar de encuentro con el Señor. «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,15). Sí, el mundo es “altar” para nosotros y para nuestra entrega a Dios y a los otros.

    Somos del mundo, pero no hemos de ser mundanos. Bien al contrario, estamos llamados a ser —en bella expresión de Juan Pablo II— “sacerdotes de la creación”, “sacerdotes” de nuestro mundo, de un mundo que amamos apasionadamente.

    He aquí la cuestión: el mundo y la santidad; el tráfico diario y la única cosa necesaria. No son dos realidades opuestas: hemos de procurar la confluencia de ambas. Y esta confluencia se ha de producir —en primer lugar y sobre todo— en nuestro corazón, que es donde se pueden unir cielo y tierra. Porque en el corazón humano es donde puede nacer el diálogo entre el Creador y la criatura.

    Es necesaria, por tanto, la oración. «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ‘Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria’ (Lc 10,41-42)» (Juan Pablo II).

    No hay oposición entre el ser y el hacer, pero sí que hay un orden de prioridad, de precedencia: «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10,42).

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