La corrección fraterna

6444.990x740Una vez cometida la ofensa, el pecador huye. Pero Dios siempre sale a su encuentro, como antaño. ¿Te acuerdas? Al pregunta por el paradero de Abel, Caín,, herido por su propia vergüenza, responde airadamente: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?». Pues sí, Caín, todos somos responsables de nuestros hermanos. No en un sentido de control, sino de caridad. Somos guardianes en el amor; somos los que no pueden ver con indiferencia que otros se pierdan a causa de sus faltas. Es cierto que a veces no es fácil decir las cosas, pero es peor callar.

«No descuides la práctica de la corrección fraterna, muestra clara de la virtud sobrenatural de la caridad. Cuesta; más cómodo es inhibirse; ¡más cómodo!, pero no es sobrenatural.
—Y de estas omisiones darás cuenta a Dios» (Forja 146).

El modo en que se ha de realizar la corrección fraterna viene detallado en el evangelio mismo (Mateo 15, 21-28). El Señor nos explica que el pecado ha de ser corregido a solas. Este primer detalle es importante. Corregir en público, a la vista de todos, es, en muchos casos, una humillación.

Por otra parte, es necesario preparar bien ese encuentro. Generalmente no sienta bien que te corrijan. Por eso hay que rezar por quien va a ser amonestado: dedicarle tiempo de nuestra oración, pedirle al Señor que sepamos explicarnos y que el otro pueda entenderlo y enmendar su conducta, rogar a la Virgen que no se ofenda y rectifique… El modo de elevar al cielo esta petición puede ser múltiple: en el rato de meditación, en el rosario, como intención de la Misa… En cualquier caso, la corrección debe ir avalada de abundante oración, fiados en que es Dios quien cambia los corazones.

Después, Jesús apunta que, si el infractor no hace caso, es oportuno acudir a otro o a otros dos. En efecto, resulta muy conveniente consultar las correcciones con personas que detenten más experiencia que nosotros: el confesor, una persona mayor, alguien que tenga autoridad… De este modo, no correremos el riesgo de corregir a otros a causa de manías personales o asuntos menores.

Todo este conjunto de advertencias –y las que siguen en el evangelio– nos hacen pensar que corregir fraternalmente no es tarea fácil. Por tanto, si alguna vez eres corregido, «no menosprecies la corrección del Señor ni te desanimes cuando seas reprendido por Él; pues el Señor a quien ama, reprende, y azota a todo el que recibe por hijo. Soportad la corrección. Dios os trata como a hijos. ¿Hay algún hijo a quien su padre no corrija?» (Hb 12, 5-7).

Y, si en alguna ocasión te toca corregir, no olvides que todos somos un poco pastores de los demás; no mercenarios ni perros mudos.

  • Gastamos nuestra vida por la santidad de los demás (Jn 10, 11-13). Queremos velar por ellos… porque les amamos.
  • Cuando el padre Israel consiguió que el joven no se lanzara por el puente, todo el mundo lo consideró una proeza. La opinión pública se volcó con el asunto. La prensa escrita dedicó mucha tinta al poder de convicción del sacerdote, y la televisión dio juego al vídeo grabado por el móvil de uno de los testigos. El sacerdote había salvado una vida. Difícilmente habría podido llevar el resto de sus días la carga de no haberlo intentado. «Si el centinela ve llegar la espada, pero no toca la trompeta y la gente no lo atiende; si llega la espada y hiere a alguno de ellos, este perecerá por su culpa, pero reclamaré su sangre de mano del centinela» (Ez 33, 6). Esta evidencia respecto a la vida corporal es igualmente patente en relación al alma. Hay que hacer sonar la trompeta de la corrección cuando vislumbramos pecados e incluso defectos en el prójimo. ¿A quién le hará mal advertirle de que grita mucho, o habla mal, o es desagradable, o bien critica de continuo al prójimo? ¿No lo agradecerá con sinceridad y se alegrará de conducir su alma por los caminos más altos?
  • Trata de vencer excusas tales como la pereza, el temor a contristar (cfr. Hb 12, 11-13), la falsa humildad, la comodidad o el abandono. Convéncete, más bien, de que la salud del alma es tanto o más importante que la del cuerpo. Entonces hallará fundamento tu corrección y tu conducta será de sincera caridad.

Fuente: Fernando Espa, en “Agosto con Él, 2013”

4 comentarios sobre “La corrección fraterna

  1. Estoy totalmente de acuerdo con el tema. Es más, es una ayuda «enorme» en nuestro avanzar por el camino de la vida.

    Al corregir, procuremos usar una gran bondad, mansedumbre y miramiento, y un hondo sentido de la justicia y equidad. Y previamente, aparte de la oración y la consulta creo que debemos examinarnos nosotros de aquello que vamos a intentar corregir.

    Si somos corregidos no nos rebelemos ni tomemos a mal la corrección, sino con buen ánimo, con humildad y sencillez, según Tus palabras: «Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no te abatas cuando seas por Él reprendido; porque el Señor reprende a los que ama, y castiga a todo el que por hijo acoge» (Hb 12, 5-6; Prov 3, 11-12).

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  2. Gracias. ¡Qué difícil! Ya que lo fácil es humillar, gritar, hacer quedar mal a los otros, para nosotros quedar por encima. Y sobre todo cuando uno no es capaz de ver su viga en el ojo.
    Veo que no sé realizar la corrección fraterna y que, desde luego, se fundamenta en el amor a los demás, mientras que la crítica descansa en el rencor, la envidia o el deseo de destrucción de los demás.
    Mucho por aprender, mucho por lo que reflexionar para analizar nuestro comportamiento.

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  3. Gracias Rosa! por tus comentarios siempre tan profundos y aleccionadores y tu recuerdo. Aunque como ya sabéis, no siempre puedo seguiros, acudo cada vez que puedo.
    También os tengo presentes en mis oraciones diarias.
    Tan_gente me parece una gran guía cristiana.

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