«¡Tarde te amé! Belleza tan antigua y siempre nueva, tarde te ame… Belleza escondida»

La vida de san Agustín es apasionante. Nos ha dejado además una colección de obras literarias extraordinarias. Libros como las Confesiones o la Ciudad de Dios han sido lecturas obligadas durante siglos. Este hombre, que entre lágrimas al final de su vida se repetía «¡Tarde te amé! Belleza tan antigua y siempre nueva, tarde te ame!… Belleza escondida», al hablar del amor humano emplea un lenguaje casi místico. Aquí os dejo con este hermoso fragmento:

«Ahora que vais a ser marido y mujer, os esperan tiempos difíciles pero seréis una luz en la oscuridad, una luz de amor. Por eso os digo que si estáis en silencio, estad con amor. Si habláis, hablad con amor. Si os adoctrináis, adoctrinaros con amor. Si perdonáis, perdonad con amor.

Que el amor crezca dentro de vosotros, porque sólo el bien puede subir desde su origen. Amad y vivid en paz. El amor perdura en la adversidad. Nos da prudencia en la prosperidad. Es fuerte ante el sufrimiento. Se regocija en las buenas obras. Está libre de la tentación. Es generoso en la hospitalidad, alegre entre los amigos de verdad, paciente con los descreídos. Es el espíritu de las Sagradas Escrituras, la virtud de la profecía, la salvación de todos los misterios. Es la fuerza del conocimiento, la recompensa de la fe. Es riqueza para los pobres, vida para los moribundos.

El amor lo es todo… «.

3 comentarios sobre “«¡Tarde te amé! Belleza tan antigua y siempre nueva, tarde te ame… Belleza escondida»

  1. Sí, el amor lo es todo, pero creo que para una buena convivencia debemos tener en cuenta las palabras. Las palabras no las lleva el viento, las palabras dejan huella; tienen poder e influyen positiva o negativamente. Curan o hieren a una persona. Por eso los griegos decían que la palabra era divina. Debemos cuidar nuestros pensamientos porque ellos se convierten en palabras, porque ellas marcan nuestro destino. Pensemos muy bien antes de hablar. Calmándonos cuando estemos airados o resentidos y hablar solo cuando estemos en paz. De las palabras depende muchas veces la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Una cometa se puede recoger después de echarla a volar, pero las palabras jamás se podrán recoger una vez que han salido de nuestra boca. Las palabras tienen mucha fuerza, con ellas podemos destruir lo que hemos tardado mucho tiempo en construir. ¡Cuántas veces una palabra fuera de lugar puede arruinar algo por lo que hemos luchado¡ ¡Cuántas veces una palabra de aliento tiene el poder de regenerarnos y darnos paz¡. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien puede herir, pero si la envolvemos en un delicado papel y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.
    Las palabras son manifestación de nuestro mundo interior. Al cuidar de nuestro lenguaje lo purificamos. Debemos cultivar cualidades, verdad y gratitud, creando un sólido mundo interior en donde la bondad y la verdad brillen; para luego extender este mundo interior a las personas de nuestro alrededor. Si todas nuestras palabras son amables, los ecos que escucharemos también lo serán. De nosotros depende si las usamos para bien o para mal, tanto para cada uno como para los demás. Cuidemos nuestras palabras. Ellas tienen poder. Hablemos de tal manera que en nuestra alma y en la de los demás quede PAZ.

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  2. Hoy es 23 de Abril, festividad de S. Jorge

    Los santos jóvenes —los de nuestro siglo— difícilmente podrían
    venir al mundo de incógnito. Sus fotografías, el rostro de los santos,corren de mano en mano y nunca faltan más o menos retocadas en la cubierta de sus vidas. Cosa que no pasa con los santos veteranos. San Jorge, por ejemplo, podría pasearse tranquilamente a pie o a caballo, y hasta pasar a nuestro lado con cara de labriego holandés, viajante florentino o distinguido militar, sin que lográramos identificarle.
    En los archivos de los historiadores —esos pobres hombres que
    se pasan la vida masticando polvo de biblioteca— la ficha de San Jorge casi está en blanco. Los más sabios sólo han puesto, y a lápiz, estas palabras: «Mártir en Oriente a principios del siglo IV». No es de extrañar. Nosotros apuntamos en un papel el día y la hora de visita al dentista, la dirección del notario, pero ningún novio, para no olvidarse, apunta en su agenda el día de su boda, ni ninguna madre escribe en una libreta el día del cumpleaños de su hijo. Las fiestas grandes se recuerdan fácilmente. Y los grandes santos —a San Jorge
    le llaman en Oriente «el Gran Mártir»— no han tenido necesidad de huellas dactilares ni de partida de nacimiento, legalizada y todo, para sobrevivir al tiempo. Estad seguros: la vida de San Jorge no la hallará nunca nadie en los mamotretos sin color, calor ni vida de los beneméritos historiadores.
    Todos los caminos van a Roma, decimos frecuentemente. Y es
    verdad. Pero tened cuidado y mirad qué camino escogéis para seguir la vida de San Jorge. ¿A que viene enterarse que en Lydda hubo un templo dedicado al Santo, que una inscripción del siglo VI nos habla de sus reliquias, que su fama era inmensa en Oriente, que los reyes merovingios, al establecer su árbol genealógico, se creyeron descendientes de un hijo de San Jorge, que en Regensburg tenía una capilla dedicada desde la época de la ocupación romana, que Ricardo Corazón de León le nombró patrono de los cruzados y que éstos extendieron su culto por Occidente?

    Encontré hace años una pista de la vida de San Jorge. Desde
    entonces el 23 de abril vuelvo a reseguirla cada año. Y cada año, al atardecer, vuelvo a casa contenta.

    Día 23 de abril. Barcelona. Son las cinco de la tarde. Estamos en la Plaza Nueva. Aquí, junto a la catedral, empieza nuestro itinerario. Es corto. Pavimento enlosado y afortunadamente sin vehículos. Muchas personas siguen el mismo camino. Voces atipladas de niños dialogan alegres con sus madres. Setenta pasos bordeando la catedral y una calle estrecha, pacífica, serena. Una fila larguísima avanza pausadamente, sonrientemente. Aquí, en esta calle —la calle del Obispo—, camino de la Diputación, donde se venera la reliquia del
    Santo, es fácil recordar, vivir la Historia. La cuentan las madres a los niños. Y las madres nunca engañan.
    «San Jorge nació lejos, muy lejos, cerca de la tierra de Nuestro
    Señor. Su padre era un labrador muy rico, con muchos criados y
    muchas tierras. Su madre era muy buena. El pequeño Jorge siempre hacía lo que le mandaban y traía siempre buenas notas. Cuando mayorcito, el pobre se quedó sin padre y sin madre. Tenía veinte años. Y le hicieron capitán. Sabía mucho de guerra y siempre le condecoraban. Era el capitán más joven y más guapo. El emperador le quería mucho. Pero el emperador era malo. Y un día mandó matar a todos los cristianos del mundo. Él no sabía que San Jorge lo era,
    aunque todos notaban en él algo especial. Jorge, el capitán Jorge, no pudo aguantar aquello. Se puso las mejores ropas, entregó sus bienes a los pobres y fue y le dijo al emperador unas cuantas cosas delante de todos los ministros del Imperio. El emperador —se llamaba Diocleciano— no supo qué contestar. Pero montó en cólera y gritó: «Ahora sabrás lo que es bueno». Le metió en la cárcel y empezaron a azotarle como a Nuestro Señor. San Jorge se acordó de Jesús y ni abrió la boca. Se cansaron los verdugos de azotarle. Y él nada, seguía
    sin gritar y sin llorar. Todos los de la cárcel decían: “Es un valiente.

    Vale la pena ser cristiano». Corrieron a decírselo al emperador.
    Entonces…»
    (La calle está jalonada de trecho en trecho por mozos de
    escuadra. Altos; pantalón, chaleco, chaquetilla corta azul turquí con trencilla blanca y vivos grana, alpargatas blancas con cintas azules, chistera con un ala levantada y sujeta por una escarapela con un escudo, tienen un aire marcial distinguido y una sonrisa familiar que no aleja. No usan armas; hoy encajarían mal en esta calle con rosas de San Jorge, que el prelado ha bendecido por la mañana, en todas las solapas. Los mozos de escuadra (un capitán, un teniente, cuarenta mozos), al hablar de San Jorge, de su San Jorge, muestran satisfactoriamente que su Patrón fue un valiente.)

    «Entonces vino un nuevo tormento: le enterraron en un hoyo que
    estaba lleno de cal viva. Sus últimas palabras fueron: «Dios mío,
    escucha mi oración; haz que te ame siempre y envía un ángel que me libre ahora, como un día lo hiciste con los tres jóvenes que un rey malo metió en un horno de fuego. Le enterraron mientras hacía la señal de la cruz. Nuestro Señor siempre escucha cuando se le reza. A los tres días el emperador se enteró de que el capitán Jorge vivía y seguía amando a su Dios.
    Y más tormentos: le pusieron unas sandalias ardiendo al rojo
    vivo, le dieron veneno… El siempre rezaba y el Señor siempre le
    escuchaba. Otro día le metieron en un templo de los dioses falsos. Entrar San Jorge y venirse al suelo las imágenes de los dioses fue una misma cosa. El Señor estaba con él. Finalmente, le cortaron la cabeza. Tenía ganas de estar con Jesús.»

    (Poco a poco hemos ido subiendo. En el patio, quince naranjos
    que le dan nombre contrastan con los animales feroces de las
    gárgolas. Un surtidor brota encima de una imagen de San Jorge a caballo. La melodía del órgano, cada vez más próxima, prepara el ánimo para la adoración de la reliquia del Santo. Dos seminaristas la dan a besar. Los fieles al venerarla —una reliquia que donó a la Diputación el embajador de Felipe II en Alemania—, oyen las palabras: «San Jorge, rogad por nosotros”. En el altar una imagen de San Jorge, armadura articulada, oro, plata, cara policromada, recuerda
    lo de siempre: la vida del hombre sobre la tierra es milicia, es lucha.)

    La leyenda es la historia de los iletrados. Símbolo siempre y
    lección constante. La de San Jorge es el mensaje luminoso y siempre actual mensaje que los cruzados sacaron de la imagen del Santo, tan venerada en Oriente. El Santo a caballo mata un dragón y salva a una doncella. Desde entonces cuentan que había un dragón que desolaba una ciudad. Vivía junto a un lago. Su aliento era mortal. Para mantenerle alejado de la ciudad le llevaban todos los días primeros reses y luego personas. Un día le tocó a la hija del rey. Mal día para el
    rey. Mejor, buen día para todos. Porque, sin saber cómo, de pronto se presentó un guerrero y en el nombre del Señor Jesús mató el dragón. La ciudad respiró y desde entonces empezó para ellos una nueva vida. La doctrina de Jesús que les enseñó San Jorge les hizo libres.

    ¿Leyenda? ¿Parábola? Mensaje de ayer, mensaje de siempre.
    (En este momento —son las seis— el carillón de la Diputación
    lanza su melodía. En el patio treinta y seis puestos de flores —los que por la mañana han concurrido al concurso de la flor de San Jorge—
    siguen ofreciendo rosas. Es imposible pasar de largo. Una rosa de San Jorge recuerda a los que deben dar testimonio —todos— la vida de un mártir, de un testigo de Cristo. Un mártir que es patrono.)
    ¿Por que, sino, las madres cuentan a sus hijos la vida de S. Jorge?

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  3. Ser Feliz….

    Podemos tener defectos, vivir ansiosos y estar irritados algunas veces, pero no nos olvidemos de que nuestra vida es la mayor empresa del mundo. Solo nosotros podemos evitar que ella vaya en decadencia. Hay muchas personas que te precisan, admiran y te quieren.

    … Me gustaría que siempre recordáramos que ser feliz no es tener un cielo sin tempestades, caminos sin
    accidentes, trabajos sin cansancio, relaciones sin decepciones.

    Ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el palco del miedo, amor en los desencuentros.

    Ser feliz no es solo valorizar la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza.

    No es apenas conmemorar el suceso, sino aprender lecciones en los fracasos.

    No es apenas tener alegría con los aplausos, sino encontrar alegría en el anonimato.

    Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones y períodos de crisis.

    Ser feliz no es una fatalidad del destino, sino una conquista de quien sabe viajar para dentro de su propio ser.

    Ser feliz es dejar de ser víctima de los problemas y volverse un actor de la propia historia.

    Es atravesar desiertos fuera de sí, más ser capaz de encontrar un oasis en lo recóndito de nuestra alma.

    Es agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida.

    Ser feliz es no tener miedo de los propios sentimientos.

    Es saber hablar de uno mismo.

    Es tener coraje para oír un “NO”.

    Es tener seguridad para recibir una crítica, aunque sea injusta.

    Es besar a los hijos, mimar a los padres y tener momentos poéticos con los amigos, aunque ellos nos hieran.

    Ser feliz es dejar vivir a la criatura libre, alegre y simple que vive dentro de cada uno de nosotros.

    Es tener madurez para decir “me equivoqué”.

    Es tener la osadía para decir “perdóname”.

    Es tener sensibilidad para expresar “te necesito”.

    Es tener capacidad de decir “te amo”.

    Deseo que nuestra vida se vuelva un jardín de oportunidades para ser feliz… Que en nuestras primaveras seas amante de la alegría. Que en nuestros inviernos seas amigo de la sabiduría. Y, cuando nos equivoquemos en el camino, comencemos todo de nuevo. Pues así seremos cada vez más apasionados por la vida.

    Y descubriremos que… Ser feliz no es tener una vida perfecta sino usar las lágrimas para regar la tolerancia. Usar las pérdidas para refinar la paciencia. Usar los fallos para esculpir la serenidad. Usar el dolor para lapidar el placer. Usar los obstáculos para abrir las ventanas de la inteligencia.

    Jamás desistamos de las personas que amamos. Jamás desistamos de ser felices, pues la vida es un espectáculo que no podemos perdernos ¡Y todos somos un ser humano especial!

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