Una parábola sobre la colaboración con lo divino

En un sueño vívido, una mujer se adentró en una tienda singular, atendida por seres angelicales. Intrigada, inquirió sobre la naturaleza de sus productos, a lo que los ángeles respondieron con serenidad: «Aquí vendemos todo aquello que tu corazón anhela».

Con un toque de timidez, la mujer expresó el más profundo deseo del ser humano: «Paz, amor, felicidad y sabiduría para mí y para el mundo entero». Tras una pausa reflexiva, añadió: «¿Acaso una pequeña bolsa contiene el poder de transformar al planeta?».

Los ángeles sonrieron con comprensión y respondieron: «Creo que has malinterpretado nuestra esencia. Aquí no comercializamos frutos ya cosechados, sino semillas con un potencial infinito».

Y así prosiguieron: «Para que una semilla germine y florezca en una planta robusta, es preciso primero romper la tierra endurecida y abrir surcos profundos. Luego, debemos desmenuzar y aflojar el terreno, permitiendo que la semilla se adentre en él. Riega abundantemente para mantener la humedad y, con paciencia, observa cómo la vida brota y se expande».

«Sin embargo», continuaron los ángeles, «¿acaso una planta prosperará bajo el peso de las piedras y en un suelo árido?Ciertamente no».

Recordando la historia del niño que regaba con esmero la semilla de mostaza, la mujer comprendió la analogía. Las plantas, al igual que nuestros anhelos más profundos, requieren de nuestra colaboración para crecer y florecer.

«¿Cómo podemos cultivar el amor en nuestros hogares?», preguntaron los ángeles. «¿Qué acciones podemos emprender para sembrar la paz y la felicidad en nuestro entorno? ¿De dónde brotan la sabiduría y la dicha sino de la fuente divina?».

«Es por ello que debemos implorar a Dios que nos conceda la semilla», afirmaron. «Dentro de ella reside el potencial para transformarse en una planta frondosa, pero su crecimiento depende de nuestra colaboración y compromiso. Dios nos ha otorgado el don de la libertad, y espera que, a través de ella, colaboremos con su designio, permitiendo que la semilla que Él siembra en nuestros corazones se desarrolle en todo su esplendor».

En este punto, la invitación se extendía: «Conversemos sobre qué semilla anhelamos recibir de Dios y cómo podemos cultivarla para que florezca en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea».

Esta parábola nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad que compartimos con lo divino en la construcción de un mundo más armonioso y pleno. Las semillas de paz, amor, felicidad y sabiduría yacen latentes en nuestro interior,esperando ser nutridas por nuestras acciones y nuestra colaboración con la fuerza creadora del universo.

Reflexiones adicionales:

  • La parábola del niño y la semilla de mostaza sirve como un recordatorio de la importancia de la perseverancia y el cuidado en el proceso de crecimiento.
  • La imagen de la tierra endurecida y los surcos alude a los obstáculos y desafíos que debemos superar para alcanzar nuestros objetivos.
  • La invitación a conversar sobre las semillas que deseamos cultivar y cómo colaborar con su crecimiento es un llamado a la acción y a la responsabilidad individual y colectiva.

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