El Papa Francisco y la polarización

Autor: JAVIER MARTÍNEZ BROCAL en Aceprensa.

El Papa Francisco y la polarización
El Papa bendice a la gente tras el rezo del “Regina caeli”, 1-04-2024 (foto: Evandro Inetti / ZUMA Press Wire / Europa Press)

Cuando en 1973 Jorge Mario Bergoglio, de 36 años, fue nombrado “provincial” de los jesuitas en Argentina, su principal tarea fue impedir que el choque entre las dos corrientes de la Compañía de Jesús en su país provocara rupturas o parálisis. Como explica su biógrafo Austen Ivereigh en El Gran Reformador, era el contraste entre un grupo que priorizaba la acción a partir de la reflexión académica e intelectual; y otro que privilegiaba la religiosidad popular y proponía una fe cercana a la gente, en especial a los pobres.

Fue quizá su primera experiencia de polarización. Bergoglio intentó reconciliarlas con una síntesis que salvaba lo mejor de cada una de ellas. Así, por ejemplo, exigía a los novicios horas de estudio, pero también de trabajo social en barriadas desfavorecidas. Esta estrategia no resolvió las tensiones y cuando en 1986 Roma nombró nuevos superiores, éstos comenzaron a desmantelar las medidas de su mandato.

La situación entre los jesuitas era también un reflejo de la compleja situación social que atravesaban tanto Argentina como la Iglesia. A ese periodo se remonta la búsqueda de Bergoglio de modos de reconciliar posiciones encontradas, en especial entre quienes comparten una misión común. Como dejó de tener cargos en su congregación, decidió tomarse un año sabático y trasladarse a Frankfurt (Alemania) para comenzar una tesis doctoral sobre la polarización. Se titulaba Oposición polar como estructura de pensamiento cotidiano y de proclamación cristiana y su eje central era la obra El contraste de Romano Guardini (BAC, Madrid, 1996) y su teoría sobre las oposiciones polares. Curiosamente, seis meses más tarde, las mismas tensiones que le llevaron a marcharse a Alemania le convencieron de que debía regresar a Argentina. La tesis quedó aparcada, pero lo que allí estudió le marcó definitivamente.

En esta obra, su primer libro sobre metafísica, Guardini recogió sus lecciones de 1923 y 1924 en la Universidad de Berlín, cuando la sociedad alemana, tras la I Guerra Mundial, se debatía entre la humillación y el rencor a causa de las sanciones. Su propuesta fue superar la dialéctica hegeliana “tesis, antítesis, síntesis” con una tercera vía, para que las diferencias no bloqueen el camino a quienes intentan avanzar en la convivencia y en el diálogo.

Guardini explica que igual que existen oposiciones inconciliables (como el bien y el mal o la belleza y la fealdad), en la realidad se dan otras oposiciones que no suponen ruptura y que están unidas por una “tensión” que aporta fecundidad. Son realidades opuestas, pero no pueden existir la una sin la otra. Es el caso de “individuo y comunidad” o “palabra y silencio”. Las denomina “oposiciones polares” pues la tensión que las mantiene unidas abre a un sentido mucho más amplio. Por eso, si se les trata como si fueran “oposiciones inconciliables”, y se elige entre uno de sus polos o se busca una síntesis que elimine la tensión, se destruye esa capacidad de crecimiento. El drama de la polarización consiste precisamente en confundir una “oposición polar” con una “oposición excluyente”, que obliga a elegir entre uno de sus polos.

El Papa describió este proceso en su libro Soñemos juntos, un diálogo con Austen Ivereigh. Según su visión, “las ideologías y los políticos sin escrúpulos” presentan “como contradicciones lo que en realidad son contraposiciones”. De esta forma, se “exige una elección” entre uno de los polos, y se “reduce la realidad a simples binarios”.

Esa “tensión polar” se aplica también a las personas: quien no tiene mi opinión, no es necesariamente un adversario, y esa “tensión” es lo que permitirá colaborar para construir algo nuevo. Lo complicado es encontrar una “unidad mayor” en la que estas “tensiones polares” convivan y sean fecundas. En el caso de la polarización en la Iglesia católica, Francisco considera que la evangelización es el elemento unificador capaz de hacer fecundas las tensiones entre bautizados.

Francisco expuso su visión en 2013 en el texto programático de su pontificado, Evangelii gaudium. Allí recogió los cuatro principios que ayudan a no confundir “contraposiciones” con “contradicciones”, a no ser esclavos de ideologías: principios que considera “criterios que promueven el bien común y la paz social”.

El primero es que “El tiempo es superior al espacio”, y se refiere a la tensión entre el ‘tiempo’, en sentido amplio, y el ‘momento presente’. “Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos”, explica el Papa. “Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”, aconseja.

El segundo principio es que “La unidad prevalece sobre el conflicto”. Se trata de no quedarse “atrapados en el conflicto”, para poder resolverlo. “No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de una facción en la otra, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna”, escribe. Se trata de “sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una ‘diversidad reconciliada’” entre las componentes de la sociedad, en la que las diferencias suman, no restan.

El tercer principio para huir de falsas dicotomías es que “La realidad es más importante que la idea”, o sea, “evitar que la idea termine separándose de la realidad” pues la realidad es siempre mucho más compleja. Es el problema de las ideologías. El Papa avisa de que “hay políticos —e incluso dirigentes religiosos— que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica”.

El último principio es que “El todo es superior a la parte”. Se trata sobre todo de no absolutizar lo que es secundario, de “prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana”, y al mismo tiempo, “caminar con los pies sobre la tierra”.

En mayo de este año, Francisco viajó a Verona, la ciudad natal de Romano Guardini, y recibió como regalo su certificado de nacimiento. Este momento le permitió retomar los puntos fundamentales de su propuesta para sortear la polarización: las tensiones son parte del dinamismo de la sociedad y por eso, no hay que evitarlas, siempre que no deriven en violencia; el conflicto no se resuelve ni ignorándolo, pues tarde o temprano estalla, ni haciendo que una de las partes prevalezca, pues se suprimiría la pluralidad; y, sobre todo, “de un conflicto no se puede salir solos”, pues o todas las facciones salen de él, o éste sigue latente.

A muchos sorprenden las tensiones y polarizaciones que han aflorado también dentro de la Iglesia durante el pontificado de Francisco. No es que éstas antes no existieran, es que, según su teoría de las “oposiciones polares”, las tensiones no deben ser ignoradas, porque son fuente de fecundidad. Por eso, él habla sin dramatismo de problemas internos, de resistencias y de dificultades. No puede acusársele de “irenismo” o de “relativismo”, como a quien niega que haya un problema o da la razón a todos para no tener que resolverlo. Tampoco ha “exacerbado” esta división, tomando parte hacia uno de los bandos. El Papa piensa que la actitud más cristiana es la del “reconciliador”, quien desenmascara las falsas oposiciones y trabaja para abrir a los implicados a la posibilidad de una nueva síntesis que no anule ninguno de los polos, sino que conserve lo que es bueno y válido en los dos, asumiéndolos en una nueva perspectiva. Evidentemente, no es tarea fácil.

Jorge Mario Bergoglio tuvo que interrumpir su tesis primero en 1986, y también más adelante en 2012 cuando planeaba retomarla tras su jubilación, fue elegido Papa y dejó esos apuntes en un cajón. De alguna forma, la está coronando con su pontificado.

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