El gran bulo de las tumbas de niños en Canadá

Memorial por los niños supuestamente enterrados en Kamloops (foto de Amber Bracken para “The New York Times”, premio World Press Photo 2022 / Archivo Europa Press)

La noticia de que se habían descubierto 215 tumbas junto al lugar que ocupó un antiguo internado para niños indios en Canadá se propagó por medio mundo. Muchos creen que en aquellas escuelas murieron millares de alumnos, a causa de malos tratos. Pero nada de eso se ha probado. Un libro reciente revisa este egregio caso de rumor. (Aceprensa)

El 27 de mayo de 2021, una tribu india de la Columbia Británica anunció que se habían hallado 215 tumbas no marcadas de niños en un lugar de su reserva llamado Kamloops, cerca de la escuela residencial para alumnos indios que operó allí de 1890 a 1978, regida hasta 1969 por una orden religiosa católica. El descubrimiento sugería que habían muerto niños durante su estancia en la escuela y que fueron enterrados clandestinamente.

La revelación se difundió inmediatamente en Canadá y en muchos otros países. “Pena y tristeza tras el descubrimiento de 215 cuerpos en tumbas no marcadas”, tituló al día siguiente Global News. El New York Times fue más gráfico: “Una historia de horror: informan de una fosa común de niños indígenas en Canadá”.

En realidad, el anuncio no dijo que se hubieran hallado cadáveres, y la jefa de la tribu, Rosanne Casimir, negó expresamente que hubiera una fosa común. Que había tumbas era la conclusión “probable” de una exploración mediante radar. Este método detecta irregularidades en el subsuelo, pero no puede determinar si se deben a tumbas, a movimientos de tierra por cultivo o construcción, o a otras causas, ni identificar objetos sepultados.

El 4 de junio, en una rueda de prensa, Sarah Beaulieu, la arqueóloga que había hecho el estudio con radar, manifestó su convicción de que lo detectado eran tumbas, pero advirtió que, para confirmarlo, sería necesario hacer excavaciones. También rebajó el recuento de tumbas a 200, porque se había enterado de que en un sector del sitio se había removido la tierra para hacer unas obras en torno a los años 1970.

Cascada de “descubrimientos”

En las semanas siguientes se produjo una cascada de supuestos hallazgos de tumbas en las ubicaciones de otros antiguos internados indios.

La indignación se extendió como un incendio. El primer ministro Justin Trudeau entonó el mea culpa por los anteriores Gobiernos canadienses y por la Iglesia católica, a la que reprochó mostrarse remisa a reconocer su responsabilidad. Se declaró un día nacional para el recuerdo de los niños de los internados y, en señal de luto, las banderas canadienses ondearon a media asta durante más de cinco meses.

No se han encontrado tumbas ni restos de niños en los internados donde se ha excavado

El furor no se quedó en palabras. Más de ochenta iglesias, en su mayoría católicas, fueron destruidas, dañadas o profanadas.

Sin embargo, hasta hoy no se han encontrado tumbas ni restos humanos en Kamloops, pues no se ha excavado. En cuatro antiguos internados donde sí se ha hecho tampoco se ha hallado nada.

Este es un caso de bulo digno de estudio. En un libro titulado Grave Error(un juego de palabras, pues grave significa también tumba), C.P. Champion y Tom Flanagan han recopilado artículos de distintos autores que revisan los hechos, exponen los datos y analizan cómo se dio pábulo a los rumores.

Asimilación

Los internados indios eran parte de la red de escuelas que el Gobierno canadiense creó, en el siglo XIX, con las que mantenían desde muchos años antes las Iglesias cristianas, más otras nuevas que se les encomendaron también, a cambio de financiación federal.

Con las escuelas en las reservas se pretendía asimilar a los indios a la sociedad y a la cultura de origen europeo, en un momento en que el modo de vida indígena estaba en crisis por el hundimiento del comercio de pieles y otras causas. La mayoría de esas escuelas eran diurnas; los internados –unos 80– estaban en regiones de población dispersa.

En 165 años de existencia de los internados indios (1831-1996), unos 150.000 niños y niñas recibieron una educación que les dio una oportunidad de prosperar. Algunos dejaron testimonios agradecidos; el libro Grave Error trae varios ejemplos.

Pero también hubo casos de negligencia, maltrato y abusos sexuales. En los años 1990 afloraron denuncias, y algunos acusados fueron llevados a juicio y condenados.

Luego siguió una avalancha de demandas civiles, que se resolvieron en 2005 con un acuerdo de compensación. Todo exalumno de un internado indio se hacía acreedor a una reparación de 10.000 dólares canadienses, más otros 3.000 dólares por cada año que hubiera pasado en la escuela. A quien alegara haber sufrido malos tratos se le daba dinero adicional según un baremo, de modo que cuantas más denuncias presentara y más graves fueran los hechos, mayor indemnización recibía. Las acusaciones no se comprobaban, lo que fomentaba exageraciones y abonaba la idea de que los abusos en los internados fueron la norma.

Pliego de cargos

Los actuales cargos contra los internados indios se pueden resumir en esta frase de un discurso pronunciado por Murray Sinclair en 2010, ante el Foro Permanente sobre Asuntos Indígenas, de la ONU: “A lo largo de siete generaciones, casi todos los niños indígenas de Canadá fueron enviados a un internado. Fueron arrancados de sus familias, tribus y comunidades, y forzados a vivir en esas instituciones de asimilación”.

Ottawa, 1 de junio de 2021: Toque de tambores durante un homenaje público a los niños del internado de Kamloops (foto: Wandering Views / Shutterstock)

Parece una declaración autorizada, pues proviene de quien entonces presidía la Comisión para la Verdad y la Reconciliación (TRC, en las siglas del nombre original inglés), creada por el Gobierno canadiense para que elaborase un informe –que se publicó en 2015– sobre los internados indios. Sin embargo, esas afirmaciones son falsas.

Muchas familias indígenas querían llevar a sus hijos a las escuelas indias porque temían que sufrieran acoso racista en las públicas

Los niños indios que fueron a internados no pasaron nunca del 30%; la mayoría estaban en escuelas diurnas, y alrededor de un tercio no fueron a escuela alguna.

Se conocen casos de matriculación sin consentimiento de las familias o tribus. Pero lo más común era que los padres quisieran que sus hijos recibieran educación, y concretamente en las escuelas indias –diurnas o residenciales– de su confesión religiosa, porque temían que sufrieran acoso racista en las escuelas públicas. Muchas familias indias apoyaban esas escuelas; el internado de Kamloops fue iniciativa del jefe de la tribu en aquella época.

Lo que no se puede negar es las pretensiones de asimilación, que era admitida en otros tiempos, pero hoy se considera abusiva. Ahora bien, de ahí a afirmar –como se puede leer en el informe de la TRC– que se cometió un “genocidio cultural”, hay un salto injustificado. De hecho, los misioneros cristianos que regían las escuelas contribuyeron a preservar los idiomas aborígenes: crearon transcripciones al alfabeto latino y elaboraron diccionarios y gramáticas. Según un informe de una organización india, publicado en 2018, los exalumnos de internados conservan las lenguas indígenas en mayor proporción que los indios que fueron a otras escuelas.

“Genocidio” con aumento de población

El informe de la TRC culpa a los internados también de genocidio sin más. Pero ese supuesto intento de exterminio no tuvo efecto: en los últimos cien años de la red de internados, la población india se multiplicó por más de diez, hasta sobrepasar el millón de personas.

Lo que nos devuelve a las tumbas y los niños muertos y enterrados ocultamente. No hay datos completos, pero tampoco son secretos. El informe de la TRC, a partir de archivos de escuelas y de registros oficiales, estima en 3.200 los alumnos de internados fallecidos desde 1867 (una media de casi 25 por año). Consta el lugar donde murieron 1.241 niños: algo más de un tercio, en hospitales; otro tercio, en las enfermerías de los internados; un cuarto, en sus casas, y el resto, en otras escuelas.

Otro estudio, de una investigadora independiente, halló los certificados de defunción de alumnos de 47 internados. Muestran que la mayoría de las muertes ocurrieron en hospitales; en 150 casos se consigna el lugar de la sepultura, y lo más común es que sea un cementerio de la reserva.

Que no se hayan encontrado tumbas de niños internos no significa que no exista ninguna. Los internados solían estar en misiones cristianas con una parroquia para los fieles de los contornos, alumnos incluidos –en algunos casos, la misma capilla de la escuela era la parroquia–, y con un cementerio. La sensacional noticia, dada en el verano de 2021, de que cerca del antiguo internado de Marieval (Saskatchewan), el radar había descubierto 751 tumbas, no era revelación alguna: ya se sabía que aquel sitio fue el cementerio de la misión católica de Marieval. El registro parroquial muestra que entre los enterrados allí hay alumnos de la escuela.

Por otra parte, aunque tampoco se han encontrado fosas comunes en los internados, puede haber algunas, como las hay en otros lugares de Canadá donde se declararon epidemias que causaron gran número de muertes en poco tiempo. Los internados y sus alrededores acusaron mucho la gripe de 1918-19, y en algunos se produjeron contagios generalizados de tuberculosis entre los alumnos y el personal.

En cuanto a las tumbas no marcadas, tampoco hay gran misterio. Los indios cristianos solían señalarlas con cruces de madera, que se deshacían tras años de estar a la intemperie. Cuando un cementerio es abandonado, acaba por no quedar ninguna.

Aun sin todos estos datos, ¿es creíble que centenares o miles de niños matriculados en internados no regresaran a casa en vacaciones y nadie de la familia o de la tribu los echara en falta ni alertara de su desaparición? Pues no se conoce ni una sola denuncia semejante, y nadie sabe decir el nombre de ningún niño desaparecido.

Epidemia de credulidad

La cuestión es cómo tanta gente ha podido llegar a creer algo tan inverosímil, y sin pruebas. Varios capítulos de Grave Error señalan algunas causas de esta epidemia de credulidad.

Influyó el acuerdo de compensación de 2005, que estimulaba las denuncias y la exageración. Aquello favoreció un clima general de opinión contra los internados, en una época de revisión de la historia y de mala conciencia colectiva por el trato dispensado a los indios en el pasado.

El bulo de las tumbas muestra que las autoridades, los medios de comunicación y el público pueden caer en una completa suspensión del sentido crítico

Sobre todo, algunos autores sostienen que el informe de la TRC creó el caldo de cultivo para el gran bulo que se formó seis años después. La Comisión, en primer lugar, recibió del Gobierno un encargo sesgado: “Documentar exhaustivamente los daños personales y colectivos perpetrados [en los internados] contra los pueblos aborígenes”. La conclusión estaba decidida de antemano, y aunque el informe recoge testimonios favorables a los internados en los gruesos volúmenes de documentación, en el resumen los deja en la sombra y solo destaca los contrarios.

Así, gran parte del público aceptó la “revelación” de Kamloops porque concordaba con sus prejuicios. Por su parte, el Gobierno, aunque se hubieran publicado sospechas de delitos tan graves como la eliminación de personas y ocultamiento de sus restos, no permitió a la policía realizar una investigación criminal, con el pretexto de que los interrogatorios, los análisis forenses y demás serían una falta de sensibilidad hacia el dolor de la comunidad aborigen.

En fin, algunos autores de Grave Error dirigen serios reproches a los principales medios de comunicación, que aceptaron las sensacionales noticias sin verificarlas.

Este caso nos enseña que la histeria colectiva no es exclusiva de los tiempos oscuros de las brujas de Salem, ni las fake news se quedan en nichos de gente exaltada. También las autoridades, los medios de comunicación serios y la opinión pública pueden caer en una suspensión completa del sentido crítico que se ufanan de tener. Hasta el punto de dar crédito a un rimero de falsedades y afirmaciones sin pruebas a partir de unas tumbas nunca encontradas.

Autor: RAFAEL SERRANO, en Aceprensa

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