La fe, la serpiente y la Cruz

Me envía Paco R. V, este extraordinario testimonio cristiano de dos hermanos, narrado por  D. Rubén, un sacerdote que estuvo un tiempo en La Habana, de secretario de la nunciatura. De ahí lo enviaron para El Chad, y ahora desde hace pocas semanas está en Francia. Me ha impresionado y creo que os gustará y ayudará.

Hace dos meses que estoy en Francia, mi nuevo destino, pero antes de comentar mis anécdotas en las tierras de los galos no quiero olvidarme de compartir una de mis últimas experiencias vividas en el Chad. 

Hace 3 años, cuando llegué a N’Djaména, tuve que buscar un técnico para reparar la única computadora de nuestra pequeña Nunciatura y me presentaron un joven musulmán de unos 25 años, estudiante de informática. A lo largo de mi período saheliano lo he visto algunas veces, con ocasión de consultas por programas, antivirus, etc. Hace ya unos cuantos meses este joven me envió un SMS, justo a la hora del Angelus, en el que me preguntaba si “un musulmán podía hacerse católico y ser un buen creyente». Resumo los próximos pasos: el joven se convierte y comienza a prepararse para su ingreso en el catecumenado. En una de las conversaciones que tuve con él a este propósito, le regalé un crucifijo y hablamos de su significado.

CHADLas conversiones de musulmanes en el Chad son raras no obstante las usuales buenas relaciones que existen en el país entre las diversas confesiones. Este joven, dado que pertenece a una tribu musulmana, trató de tener bastante precaución con su ambiente. Sus padres ya habían fallecido, y su hermana menor, de unos 18 años, estaba de acuerdo con su decisión de hacerse católico.

Cuando llegó el tiempo del Ramadán -durante el cual, después de un exigente ayuno diurno, los musulmanes celebran una fiesta familiar todas las noches- el joven sugirió a su hermana que fuera a pasarlo junto al resto de su familia en el pueblo de proveniencia. Él se quedaba en la ciudad para seguir su trabajo y sus estudios.

Ya en el pueblo, la joven entró en confianza con su tía y le comentó que su hermano se había convertido y que si la Iglesia se lo permitía ella también deseaba ser católica. La tía tomó muy a mal la noticia y la comentó con los otros parientes. Los familiares, enojados por lo que acababan de enterarse, arrojaron una serpiente en la habitación de la joven la cual terminó siendo mordida. La chica, afectada por el veneno, permaneció con vida varios días pidiendo a gritos y sin éxito que la llevaran a un médico. Luego, los parientes llamaron al joven comunicándole el deceso de su hermana y lo convocaron para el sepelio pero sin decirle nada más.

Llegado a la localidad, el muchacho observó algo extraño: sus parientes lo esquivaban a la hora de hablar con él. Intrigado, fue a visitar a un amigo de la infancia el cual le relató la verdad de los hechos y le avisó que en realidad lo habían llamado para poder tener “un doble funeral”. En efecto, al oscurecer, algunos parientes armados con machetes, intentaron entrar en la habitación del joven, quien -habiendo sido ya alertado- logró escaparse con tiempo por la ventana. Cuando llegó a la ciudad entre mil y una peripecias, el muchacho no se sentía seguro ya que allí viven algunos miembros de su clan. Tuvo entonces que decidirse a emigrar al vecino Camerún hasta que las cosas se calmaran.

Antes de cruzar la frontera, pasó a saludarme. Llevaba consigo solamente dos bolsas plásticas con lo único que había podido recoger de su casa a toda velocidad. En una bolsa tenía algunas ropas y en la otra: la Biblia, el Catecismo y su librito de primeras oraciones. Impactado por la fe de este joven, me pregunté si yo habría hecho la misma elección de cosas para llevar conmigo en una situación similar.

Otro particular que me llamó mucho la atención fue que llevaba al cuello, por primera vez en su vida, una cruz; era aquella que le había regalo y sobre la cual habíamos hablado. Me dio mucha alegría ver que espontáneamente hubiera decidido usarla pero por prudencia yo no podía no decirle que en las circunstancias en las que se encontraba tuviera cuidado (ya que él es fácilmente identificable como perteneciente a una etnia conocida como musulmana). A lo que me respondió que para él, aun no siendo bautizado, el crucifijo le aseguraba dos cosas muy importantes en el caso que lo llegaran a matar: primero, que sería enterrado como cristiano por las personas que encontrasen su cuerpo; y segundo, que quedaría claro -y esto le hacía muy feliz- que él moría por lo que había entendido de la explicación del crucifijo, esto es: “por un Dios que por amor había muerto primero por él”.

Autor: Mons. Rubén Darío Ruiz Mainardi, Noviembre de 2013

Un comentario sobre “La fe, la serpiente y la Cruz

  1. Impresionante historia que me hace recapacitar si tu y yo también queremos hasta el extremo de poder morir por Cristo siendo para ello necesario el VIVIR por Él.
    Un cristiano que no vive por Cristo, jamás podrá morir por Él. Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios .Lucas 9:62.
    Si alguno no aborreciere a madre o padre y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo. Lucas 14:26

    S. Pablo decía: «Para mi el vivir es Cristo»- Filipense 1:21; En 2 Corintios 11:24-29. Por eso es necesario que estemos dispuestos a padecer por Cristo si es necesario.

    «Y en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de salvación; y esto es de Dios. Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no solo que creáis en Él sino también que padezcáis por Él.» (Filipenses 1:28-29)

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