¿Por quién hacemos las cosas cada día?

«No hace mucho, -cuenta Ronal Knox-, oí una historieta de esas que procuré no olvidar para contarla en ocasiones  como esta. Es una tontería: había un mozo de estación que iba golpeando las ruedas de los vagones con un martillo, como solía ocurrir a veces cuando el tren se paraba en algunas estaciones. Un pasajero, al verle, se asomó a la ventanilla y gritó: «¿Desde cuándo viene haciendo eso?». «Desde hace veinte años, señor», contestó el mozo. «¿Y para qué lo hace?», volvió a preguntar el viajero. «No tengo ni idea». (R.A. Knox, Retiro para gente joven).

Puede ocurrirnos también a nosotros en nuestro ajetreo diario. Si alguien nos preguntara, por qué tanto deporte, por qué tanta responsabilidad, por qué tantos trabajos, o encargos, o desasosiegos, o prisas… Por qué, por qué… Claro que hay una razón: “Por supuesto –sigue diciendo Knox-, la primera vez que monté en un tren, pregunté a mi padre qué es lo que hacía el hombre del martillo golpeando las ruedas. Me dijo que lo hacía para asegurarse de que no había ninguna rota, pues cuando el metal se quiebra suena distinto”.

Todo nuestro quehacer tiene un por qué, aunque la inercia y el propio dinamismo nos lo haga olvidar. Existe una razón de amor que inspira desde la raíz toda nuestra actividad.

Marta se afana en preparar todo perfectamente para su Señor: la mesa muy bien puesta, la comida en su punto, los cubiertos en orden, la limpieza de la estancia, la conversación agradable…  Pero comienza a cansarse y deja de mirar a Jesús y empieza a fijarse en su hermana María que está allí, sin hacer nada, escuchando a los pies de Jesús. Ya solo atiende a lo que ella hace: si yo estuviera como María, Jesús ni los invitados comerían nada hoy –se dice-. Tengo que quedar bien ante los invitados, todo tiene que estar perfecto, etc… Y, claro, se agota. Quizás si se hubiera parado un poco a pensar por qué hacía todo aquello, hubiera seguido ofreciéndole a Dios su trabajo, no se hubiera obsesionado y comparado con su hermana María, y no hubiera terminado haciendo aquel triste comentario: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.” El Señor que sabía lo que le estaba pasando le dijo: “Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

Por eso vamos, tú y yo, a no fijarnos tanto en los demás, en lo que hacen o dejan de hacer, a no compararnos continuamente. Párate un segundo y piensa ¿Por qué hago esto? O mejor aún ¿Por quién lo estoy haciendo? Y entonces pondremos una razón de amor en nuestro obrar y descansará nuestra alma en la actividad y volveremos a encontrar ese alegría y paz que serena nuestro corazón.

Madre ayúdame a no ser como ese mozo de estación que se dedica a dar golpes a las ruedas sin saber por qué lo hace; sin alcanzar a ver por quién, ni para quien está viviendo su vida.

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5 comentarios sobre “¿Por quién hacemos las cosas cada día?

  1. ¿Qué difícil es no compararse? Cuando nos sentimos como Marta y le preguntamos al Señor: «¿no ves todo lo que hago para que las cosas salgan bien? Me siento cansado, agobiado y veo que otros, sin atender a las obligaciones cotidianas viven felices y cómodos. Se aprovechan de mi».
    Entonces queremos que Dios reconozca ese esfuerzo, como Marta deseaba, pero la respuesta de Jesús es muy dura.
    La situación de Marta y la del hijo mayor en la parábola del hijo pródigo me resultan muy difíciles de aceptar y comprender.
    Posiblemente se deba a la dureza de corazón y la falta de fe.
    Pero ¿quién no necesita una palmadita en la espalda?…
    Cuando operaron a mi hija de su corazón, conocí a unos médicos excelentes, ejemplares, pero absolutamente estresados y rotos por el cansancio. Se notaba en su mirada. Más ellos sacrificaban su tiempo por muchos niños en situación como la de mi hija o mucho peor. Entonces pensé: «Cuantas personas trabajan por nosotros cada día, de forma anónima y sacrificada, para que nuestra vida y la de nuestros semejantes sea mejor».
    Siento mucho reconocimiento por esos médicos (cristianos o no) que han solucionado el problema de mi hija.
    Creo que hay muchas Martas, que con su sacrificio y dedicación, ofrecen espacio y tiempo, para que otras personas puedan vivir.
    Reconozco que no entiendo muy bien a Jesús en este mensaje, que daría un abrazo consolador a Marta y le pediría a María que echara una mano a su hermana…. Seguro que me equivoco. Tengo que rezar más.

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    1. Buen comentario, como siempre Joaquín. A mi me parece que no faltaron ni la sonrisa de Jesús a Marta, ni su aprobación ante la excelente comida que les había preparado. Quizás quería insistir en la necesidad de la oración, de la referencia sobrenatural en nuestra vida. Ya sea una vida activa (como la de Marta) o más contemplativa (como la de María). Es una opinión también. Un abrazo

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  2. Tienes razón. No sería un reproche sino con una sonrisa y lleno de agradecimiento. Quizá incluso a veces, cuando invitamos a gente a casa estamos tan preocupados de que todo esté correcto que nos olvidamos de disfrutar de la compañía que tenemos.
    ¡¡Qué importante es que nos guíen en los textos sagrados!!
    Un abrazo

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    1. Sigo pensando en lo que decías y buscando alguna otra conclusión. Las palabras del Señor son siempre sorprendentes conforme más las meditamos. Ya te diré otra idea que se me ha ocurrido. Por cierto, lo de la operación de tu hija, fue cuando era pequeña ¿no? Siempre la he conocido tan sana, que no sabía nada. Un abrazo

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  3. Leire tenía una comunicación intrauricular. Hubo que intervenirla con 6 años. Gracias a Dios y a unas manos excepcionales del médico Gutiérrez Larraya (gracias a Dios), todo salió muy bien. Puede llevar una vida normal, aunque tenemos controles anuales rutinarios.
    Un abrazo

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