«Nada hay más poderoso que una idea a la que ha llegado su momento» (Víctor Hugo)

Cuenta un viejo relato cómo, en unos días de intensa lluvia, se produjeron unas inundaciones importantes, como consecuencia del desbordamiento de un gran río. El nivel del agua fue subiendo sin parar. Los sistemas de emergencia de la región pusieron en marcha todos los Operativos de salvamento disponibles.

Una de las lanchas se detuvo a la puerta de un caserío y exhortó al aldeano que allí se encontraba para que abandonara cuanto antes su vivienda, pues el agua estaba alcanzando ya el nivel de su puerta de entrada. Pero el aldeano les dijo: «No, no; id a por otros, que a mí me salvará la Providencia».
Pasaron unas horas, y el agua llegaba hasta la altura del piso superior de la casa del aldeano. Apareció una segunda lancha de salvamento, pero el hombre volvió a decirles lo mismo.
Tuvo suerte, porque, cuando el agua llegaba al nivel del tejado, y aquel hombre estaba sentado sobre él, una tercera lancha le ofreció Socorro, pero el aldeano insistió en que la Providencia le salvaría.
No llegó ninguna otra lancha y el aldeano murió ahogado. Llegó a su juicio en el Cielo y compareció allí con una protesta:
«Yo, confiando en la Providencia…, y la Providencia, nada, que deja que me ahogue».
«¿Cómo que nada? ¡Tres lanchas te hemos enviado! », se escuchó.

Hay personas que, como este pobre aldeano, esperan que la Providencia se manifieste de un modo extraordinario que ni ellos mismos saben bien en qué consiste. Sin embargo, lo normal es que la Providencia se manifiesten ante nosotros de modo cotidiano, a través de las situaciones corrientes de nuestra vida, por medio de las personas que tratamos de modo habitual. Así sucedió también, por ejemplo, a Romano Guardini:

«Un domingo fui a Misa a la iglesia de los dominicos de la Oldenburgerstrasse. Me encontraba en un estado critico. Cuando vi al hermano lego encargado de la colecta pasar con el rostro tranquilo y sonriente, portando su cestilla tintineante, me dio mucha envidia y pensé de repente: ¿No podrías tú llegar a ser como él? Entonces tendrías su paz. Y luego me dije: ¡Podrías ser sacerdote! Y entonces fue como si todo adquiriese tranquilidad y claridad. Volví a casa con un sentimiento de felicidad que desde hacía mucho tiempo no había sentido».

(…) Así sucede, por ejemplo, cuando una persona descubre su vocación viendo la vida de otros, y se encuentra con que se descubre a sí mismo proyectado en esas personas. Cuando piensa «yo quiero ser así», o «yo quiero ser como ese», o «mi referencia personal es ese tipo de vida», o «esto es lo mío», Dios está desvelándole su designio a través de ese buen ejemplo. Pero, al tiempo, la propia libertad de quien se siente llamado está participando en laconfiguración del camino que se marca a sí mismo para seguir ese designio divino.

(…) Pero la historia está llena de personas que abrieron caminos totalmente nuevos. Un ejemplo podría ser la vida de Kiko Argüello. Era uno de los prototipos contestatarios de los años sesenta en España. Procedía de una familia católica acomodada.

«Al ir a la universidad –contaría él mismo años después–, entré en crisis con mi familia y conmigo mismo, sobre todo por el ambiente en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, que era entonces completamente ateo, marxista. Enseguida me di cuenta de que la formación que yo había recibido, tanto en la familia como en el colegio, no me servía para responder a los problemas que tenía de todo tipo: afectivos, psicológicos, de identidad. Me preguntaba: ¿quién soy yo?, ¿por qué existe la injusticia en el mundo?, ¿por qué las guerras? Me fui alejando de la Iglesia hasta dejarla totalmente. Había entrado en una profunda crisis buscando el sentido de mi vida. Dios permitió que yo hiciese una experiencia de ateísmo, o, si queréis, una kenosis, un profundo descenso al infierno de mi existencia, una existencia sin Dios».

Por entonces Kiko ganó un Premio Nacional de Pintura y se hizo un personaje conocido en su mundo. A pesar del éxito profesional, no era feliz.

«Había muerto interiormente. Vivir cada día significaba todo un sufrimiento. Cada día lo mismo. ¿Para qué levantarme? ¿Quién soy yo? ¿Por qué vivimos? ¿Para qué ganar dinero? ¿Para qué casarse? Y así, todo ante mí carecía de sentido. Se abría un gran abismo dentro de mí. Escapaba de mí mismo. Ese abismo era una llamada profunda de Dios, que me estaba llamando desde el fondo de mí mismo…».
«Me había dado cuenta de que, en el fondo, yo era un racionalista que me estaba destruyendo a mí mismo. Me di cuenta de que, para negar que todo tiene un sentido, para negar que Dios existe, se necesitaba tanta fe como para creer que existe. Y yo había dado el paso de aceptar que Dios no existía. Sin embargo, con la intuición llegaba a reconocer que todo tenía un sentido, que existía Dios y que El sabía por qué existo yo. Pero no sabía cómo encontrarlo».
Un día, agobiado por esas arduas reflexiones, entró en su habitación y comenzó a gritar a ese Dios: «¡Si existes, ayúdame! ¡No sé quién eres, pero ayúdame!» «Y en aquel momento, Dios tuvo piedad de mí, pues tuve una experiencia profunda de encuentro con el Señor, que me sobrecogió.
»¿Qué era lo que me había pasado? Fue un toque, un testimonio profundo que me decía no solo que Dios existe, sino que Cristo es Dios (…). Yo sabía que hacerse cristiano tenía que ser algo muy serio. Así es como, por fin, hice Cursillos de Cristiandad, una iniciativa que surgió en España por aquellos años. Y me ayudó. Comencé una verdadera búsqueda del Señor».
Siguiendo las huellas del Padre Charles de Foucauld, en 1964 deja todo para vivir entre los más pobres, en las chabolas de la periferia de Madrid. «¿Pero qué hacía allí, y en esas condiciones? Dios me quería en las chabolas para empezar un camino de conversión para muchísima gente».

En contacto con los pobres, el Señor le lleva a formar una comunidad que vive celebrando la Palabra de Dios y la Eucaristía. Conoce por entonces a Carmen Hernández y juntos comienzan un camino de iniciación cristiana a la fe y se va construyendo lo que después será el Camino Neocatecumenal. Hoy está extendido en más de cinco mil parroquias de un centenar de países del mundo, y ha supuesto una profunda renovación espiritual para cientos de miles de personas. También ha provocado un sorprendente impulso misionero que ha hecho que familias enteras se desplacen a aquellos lugares de la tierra donde es necesario evangelizar. Han surgido decenas de seminarios y numerosísimas vocaciones. Y todo empezó por la reflexión de una persona sobre el sentido de su vida.

Fuente: Alfonso Aguiló en «La llamada de Dios»

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