En el viaje histórico que realizó al Reino Unido Benedicto XVI, hace ahora casi un año 16-20.IX.2010, nos recordaba el santo Padre: «cada uno de nosotros tiene una misión, cada uno de nosotros está llamado a cambiar el mundo, a trabajar por una cultura de la vida, una cultura forjada por el amor y el respeto a la dignidad de cada persona humana» (Benedicto XVI, Saludo en la vigilia de oración por la beatificación del cardenal John Henry Newman, 18-IX-2010)
Quizás a alguno podría surgirle ante este empeño del Papa la siguiente duda: para un cristiano ¿no es precisamente su fe un handicad o inconveniente para su libre actuación en todos los campos de la vida social, publica, política, etc? La respuesta reside en entender la libertad: «cuando se comprende a fondo el valor de la libertad, cuando se ama apasionadamente este don divino del alma, se ama el pluralismo que la libertad lleva consigo» (Conversaciones, n.98) y se descubre que «no hay dogmas en las cosas temporales».
Pero tampoco se trata de sostener una especie de «libertinismo cristiano» que separe la fe de la vida social, sino más bien se trata de que la fe ilumine todos los problemas temporales porque no es posible para el cristiano serlo y dejar de serlo según convenga en los distintos ámbitos de su vida: «no puede haber separación entre lo que creemos y vivimos» (Benedicto XVI, Saludo en la vigilia de oración por la beatificación del cardenal John Henry Newman, 18-IX-2010).
Pero ¿entonces como conjuga un cristiano su fe y la libertad de actuación en la vida social y política que le toca vivir? Primero, conviene aclarar que las iniciativas del cristiano no pueden proponerse de modo fundamentalista. Tampoco deben comprometer o vincular a la Iglesia con sus opciones personales, por muy oportunas y buenas que sean. Benedicto XVI responde así a esta cuestión clave: «el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas (objetivas), como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos» (Benedicto XVI, Discurso pronunciado en el encuentro con representantes de la sociedad británica en Westminter Hall, 17-IX-2010). De aquí se deduce un sano pluralismo.
Nos dice Benedicto XVI que hemos de ser concientes de que «como hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas» (Benedicto XVI, Saludo en la vigilia…).
La libertad es el mayor tesoro que nos ha legado el Creador. Y fue lo que Jesucristo nos ganó con su muerte redentora en la Cruz, de modo sublime y con plena libertad, nos alcanzó la libertad de los hijos de Dios. Cristo nos expresó así el amor infinito a la voluntad del Padre y su deseo de liberar a todos los hombres.
Hacer presente a Cristo en los asuntos temporales no significa imponer una única perspectiva, ni pretender unificar las ideas, como si existiese una única solución («católica») para resolver las cuestiones humanas. ¿Qué significa entonces? Significa la defensa de la libertad en todo el inmenso campo de lo opinable, cualquiera que sea el terreno profesional: ya sean ideas políticas, sociales, económicas, culturales, teológicas, filosóficas, científicas o artísticas. Significa la participación activa de los cristianos en los más variados tipos de asociaciones, sindicatos, partidos políticos, etc, para intervenir y estar presente en las decisiones humanas de las que dependen el presente y el futuro de la sociedad. Pero sobre todo significa que el cristiano influirá en la sociedad con su presencia, su ejemplo y su apostolado, cumpliendo con coherencia de vida sus deberes familiares y profesionales: siendo un cristiano formado, contemplativo en medio del mundo.