“La aventura del matrimonio” (V): Una aventura para todos

Hoy he tardado un poquito más en poner la entrada de lo viernes que la estamos dedicando al matrimonio. Esta vez se trata de las dificultades que se presentan cuando llegan los niños, la alegría se mezcla con las preocupaciones. El sueldo no llega, el tiempo no llega, la relación cambia…

A continuación te proponemos preguntas y textos para reflexionar que te pueden ayudar a utilizar este video personalmente, en reuniones con tus amigos, en tu escuela o en tu parroquia.

41424844_352305625538833_7205183651039727899_nPreguntas para el diálogo

— ¿Puedes describir la situación familiar antes del nacimiento de la primera hija?

— ¿Cuáles fueron los razonamientos detrás de la decisión de Sole de quedarse en casa en vez de seguir trabajando fuera del hogar? ¿Cuál fue la actitud de Juampi?

— ¿Cómo describen los protagonistas el día a día de una familia numerosa? ¿Qué valor ven los protagonistas en tener varios hijos?

— ¿A qué conclusión llega Juampi respecto a qué es lo más importante para cuidar bien a los hijos?

— ¿Qué es «lo que no podemos perdernos»?

Propuestas de acción

— Reflexionar sobre nuestro proyecto familiar.

1) ¿Qué consideramos valioso y qué superflu0?

2) ¿En qué invertimos el tiempo?

3) ¿Qué objetivos tenemos como padres para todos y cada uno de nuestros hijos?

— Planificar momentos para compartir en familia:

1) Poner intención de disfrutar «lo cotidiano» y descubrir modos sencillos y asequibles para divertirse juntos.

2) Buscar oportunidades paramultiplicar las ocasiones de festejar en familia: celebrar aniversarios, santos, pequeños y grandes logros…

— Dedicar tiempo para hablar con cada hijo.

Meditar con la Sagrada Escritura

— Así pues yo les digo: pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe; y el que busca encuentra; y al que llama se le abrirá… (Lucas 11, 5-8).

— Y fueron presurosos y encontrarona María y a José y al Niño reclinado en el pesebre… (Lucas 2, 1-20).

— Hijos: obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es lo justo. Honra a tu padre y a tu madre. Este es el primer mandamiento con promesa: para que te vaya bien y vivas largo tiempo en la tierra. Padres: no irritéis a vuestros hijos; antes bien, educadles en la doctrina y enseñanzas del Señor (Efesios 6,1-4).

Meditar con el Papa Francisco

— El amor que no crece comienza a correr riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más alegres (Amoris Laetitia, 134).

— El amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas en segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para fortalecer la relación… Los agentes pastorales y los grupos matrimoniales deberían ayudar a los matrimonios jóvenes o frágiles a aprender a encontrar esos momentos, a detenerse el uno frente al otro, e incluso a compartir momentos de silencio que los obliguen a experimentar la presencia del cónyuge (Amoris Laetitia, 224).

— A los matrimonios jóvenes también hay que estimularlos a crear una rutina propia, que brinda una sana sensación de estabilidad y de seguridad, y que se construye con una serie de rituales cotidianos compartidos. Es bueno darse siempre un beso por la mañana, bendecirse todas las noches, esperar al otro y recibirlo cuando llega, tener alguna salida juntos, compartir tareas domésticas. Pero al mismo tiempo es bueno cortar la rutina con la fiesta, no perder la capacidad de celebrar en familia, de alegrarse y de festejar las experiencias lindas (Amoris Laetitia, 226).

— Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad. No son un problema de biología reproductiva, ni uno de los tantos modos de realizarse. Y mucho menos son una posesión de los padres… No. Los hijos son un don, son un regalo (Audiencia, 11 febrero 2015).

Meditar con san Josemaría

— No has visto en qué “pequeñeces” está el amor humano? Pues también en “pequeñeces” está el Amor Divino (Camino, 824).

— Me conmueve que el Apóstol califique al matrimonio cristiano de ¨sacramentum magnun¨- sacramento grande. También de aquí deduzco que la labor de los padres de familia es importantísima.–Participáis del poder de Dios, y por eso el amor humano es santo, noble y bueno: una alegría del corazón, a la que el Señor – en su providencia amorosa- quiere que otros libremente renunciemos.– Cada hijo que os concede Dios es una gran bendición divina: ¡no tengáis miedo a los hijos! (Forja, 691).

— Ten una devoción intensa a Nuestra Madre. Ella sabe corresponder finamente a los obsequios que le hagamos.Además, si rezas todos los días, con espíritu de fe y de amor, el Santo Rosario, la Señora se encargará de llevarte muy lejos por el camino de su Hijo (Surco, 846).

— Si tuviera que dar un consejo a los padres, les daría sobre todo éste: que vuestros hijos vean –lo ven todo desde niños, y lo juzgan: no os hagáis ilusiones- que procuráis vivir de acuerdo con vuestra fe, que Dios no está solo en vuestros labios, que está en vuestras obras; que os esforzáis por ser sinceros y leales, que os queréis y que los queréis de veras (Homilía “El Matrimonio, vocación cristiana” enEs Cristo que pasa, 28).

Textos y enlaces para seguir reflexionando

— El bien de los hijos: la paternidad responsable (I)

— El bien de los hijos: la paternidad responsable (II)

— 5 consejos del Papa Francisco a las familias

— Documental: Construir la familia

12 comentarios sobre ““La aventura del matrimonio” (V): Una aventura para todos

  1. Crecer: un proyecto en familia (I)

    Nadie llega al mundo por accidente; cada uno vale mucho, lo vale todo. El valor de la propia vida se aprende, sobre todo, en la familia, lugar para la forja de la personalidad.

    Formación de la personalidad
    19/10/2015
    Opus Dei – Crecer: un proyecto en familia (I)

    ¡Cómo se parece a su madre! La misma sonrisa, ese movimiento de la mano cuando habla… hasta en el modo de andar… Muchas veces oímos o hacemos comentarios de este tipo. Porque, efectivamente, son muchos los aspectos que tomamos de la personalidad de nuestros padres y hermanos, sin apenas darnos cuenta. Algunos rasgos son heredados, como el color de los ojos o el temperamento, el modo de ser; tantos otros, en cambio, se han forjado con el trato, el roce diario, la formación: la vida.

    Las notas de la madurez personal que hemos abordado en los artículos de esta serie se siembran y germinan precisamente en el contexto familiar. Por eso, ¡qué importante es cuidar de la familia! Es, debe ser, la tierra buena en la que inicia, se desarrolla y acaba nuestro camino: «en cada edad de la vida, en cada situación, en cada condición social, somos y permanecemos hijos»[1].

    Los auténticos valores humanos se forjan a fuego lento; requieren el sentido de pertenencia a una pequeña porción de mundo, no hecha de tierra sino de cariño: una familia.

    La oración de muchas personas se vierte hoy desde todos los hogares del mundo en los padres sinodales para que, unidos al Papa y con las luces del Espíritu Santo, interpreten con profundidad los desafíos a los que se enfrenta la familia. Pero la responsabilidad sobre la institución familiar, querida por Dios, nos atañe a todos, ya sea como padres o hermanos… y a la vez, siempre como hijos. Vamos a considerar nuestro papel en el hogar en dos tiempos: primero reflexionaremos, en las líneas que siguen, acerca de lo que hace única a la familia, y acerca del “oficio” de padres e hijos. En una segunda parte, profundizaremos en la vida familiar y en los detalles que la llenan de luz y de alegría.

    Dar lo mejor en el hogar es darlo todo

    Cada uno tiene su historia, la huella que han dejado en su vida tantas situaciones, alegres o dolorosas. También nuestro pasado se enmarca en los planes de Dios, que a veces son misteriosos para nosotros. Hay hogares en los que ha faltado un ejemplo cristiano, aunque tarde o temprano la figura de Cristo se ha acabado dejando entrever en un amigo, un pariente o un profesor. En muchas otras familias se mezclan el cariño y el esfuerzo por educar en la fe, junto con los defectos y limitaciones de padres y hermanos.

    A nuestros familiares no los hemos escogido nosotros, pero sí los ha escogido Dios: Él contaba no solo con sus virtudes, sino también con sus defectos, para hacernos cristianos: «En la familia ‒de esto todos somos testigos‒ los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano… y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que “debería ser”»[2].

    Todos ‒abuelos, padres, hijos, nietos‒ estamos llamados a dar en cada momento lo mejor de nosotros mismos, con la ayuda de Dios, para dar forma cristiana a la familia. También los padres crecen con los hijos y, a medida que pasan los años, los papeles en la familia pueden cambiar: el que empujaba antes, ahora es llevado, el que iba delante deja su puesto a los que vienen detrás. El hogar, que forman entre todos, es mucho más que el primer recurso para las necesidades elementales de nutrición, calor y vestido; es, junto con todo eso, el lugar en el que se descubre la belleza de los auténticos valores humanos; del dominio de sí y del respeto, tan necesario para las relaciones interpersonales[3]; de la responsabilidad, de la lealtad, del espíritu de servicio. Valores, todos ellos, que se forjan a fuego lento, que requieren un sencillo pero fuerte sentido de pertenencia: la conciencia de que no haber sido simplemente arrojados al mundo, sino acogidos desde el principio en una pequeña porción de mundo, no hecha de tierra sino de cariño: una familia.

    Dios mismo eligió nacer en una familia humana. El camino de Jesús estaba en esa familia. [Papa Francisco]

    Dios mismo «eligió nacer en una familia humana, que él mismo formó. La formó en un poblado perdido de la periferia del Imperio Romano (…). Y uno podría decir: “pero este Dios que viene a salvarnos, ¿perdió treinta años allí, en esa periferia de mala fama?” ¡Perdió treinta años! Él quiso esto. El camino de Jesús estaba en esa familia»[4].

    Saber que nos quieren

    Cientos de veces al minuto se renueva en la tierra lo que sucedió también con nosotros, cuando vimos la luz: «la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo»[5]. Somos, sí, uno más entre tantos que nacieron el mismo día que nosotros… Y sin embargo, somos irrepetibles y queridos desde la eternidad: «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»[6].

    Nadie llega al mundo por accidente; cada uno vale mucho, lo vale todo. Incluso quien quizá no ha conocido a sus padres, o fue acogido en adopción por una familia. «Cada alma es un tesoro maravilloso; cada hombre es único, insustituible. Cada uno vale toda la sangre de Cristo»[7]. A nuestros padres, sean quienes sean, con sus defectos y sus dificultades, ¡les debemos tanto! Saben todo lo que Dios espera de ellos, y se esfuerzan por responder a esa llamada suave pero exigente: «fui niño todavía no nacido y me acogisteis, permitiéndome nacer; fui niño abandonado y fuisteis para mí una familia; fui niño huérfano y me habéis adoptado y educado como a un hijo vuestro»[8].

    A las pocas semanas de vida de sus hijos, las madres saben ya distinguir elementos del temperamento: cualidades del llanto, del sueño, del hambre… Viene luego la primera sonrisa, que es como el nacimiento de la personalidad, y a la vez uno de los primeros signos perceptibles de esa mímesis tan pronunciada en los niños, a quienes se les pega todo lo que ven. Los padres son para los hijos una fuente de seguridad: es elocuente ese gesto tan común del pequeño que se abraza a las piernas de su padre o de su madre ante la llegada de un extraño. Desde esa seguridad, el niño aprende a moverse y a salir de sí mismo, explora el mundo y se abre a los demás.

    Aunque no estamos determinados totalmente por las circunstancias de nuestro nacimiento y educación, es decisivo para el crecimiento armónico de la personalidad que los hijos se sepan queridos desde el primer momento en la familia, para querer después a otros. El afecto y los cuidados ‒que incluyen la exigencia y fortaleza para ir limando el egoísmo al que tendemos todos‒ les ayudan a percibir su propio valor y el de los demás: ese amor tierno y recio de los padres les da la autoestima que les permitirá amar, salir de sí mismos.

    Los lazos de amor que nacen en una familia cristiana no se rompen ni con el fin de la vida. Si alguien pierde a sus padres en los primeros años, la fe hace ver al mismo Jesús, a santa María o a san José, haciendo sus veces ya en la tierra, en tantas ocasiones a través de otras personas de corazón grande. Siguiendo la huella de esta Sagrada Familia, intentamos ser muy humanos y muy sobrenaturales[9] ymantenemos la esperanza de que un día sucederá lo que escribió santa Teresa: «Parecíame estar metida en el cielo, y las primeras personas que allá vi fue a mi padre y madre»[10].

    La genuina autorrealización

    «Mamá, ¿te gustaba hacer la comida? ¿Lavar la ropa? ¿Limpiar la casa? ¿Llevarnos al colegio?… ». Este interrogatorio de una hija a su madre, ya anciana, recuerda a la buena mujer esos momentos en que las cosas no salían bien, en el cansancio ante las faenas del hogar, en los apuros económicos y las preocupaciones por esas fiebres altas de invierno que aquejaban a sus pequeños…; en algún que otro plato que había estampado contra la pared en un momento de impaciencia… Y responde, lacónica: «gustarme…, no mucho, pero sí os quería, y vibraba al veros crecer». ¡Cuántas madres y padres se comportan así! A muchos habría que darles un premio, comenta el Papa, pues han aprendido «a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: hacer que veinticuatro horas rindan el doble. (…) De 24 horas hacen 48: ¡no sé cómo hacen, pero se mueven y lo hacen!»[11].

    Desde la seguridad que le dan los padres, el niño aprende a moverse y a salir de sí mismo, explora el mundo y se abre a los demás.

    Una familia, no perfecta, pero armónica, distingue bien la identidad de cada uno de sus miembros. La autoridad la poseen los padres, pero sin imponerla. No tienen como meta amaestrar a los niños, sino guiarlos para que desarrollen sus potencialidades, con la luz y el ejemplo de su cariño. Son responsables del ambiente de la familia tanto el padre como la madre, y para cada uno la entrega al otro y a los hijos se convierte en un camino de crecimiento personal.

    La convivencia familiar ayuda también a descubrir algunos talentos en los que quizá no se había reparado, pero que los demás valoran: capacidad de ternura, fortaleza de ánimo, buen humor, etc. El amor a la propia familia hace que, incluso en medio de las dificultades, cada uno saque lo mejor de sí, el lado positivo del propio carácter. Y cuando, por el cansancio o la tensión, salga más bien lo peor de uno mismo, será el momento de pedir perdón y recomenzar. «Reconocer el hecho de haber faltado, y mostrar el deseo de restituir lo que se ha quitado ‒respeto, sinceridad, amor‒ hace dignos del perdón. Y así se detiene la infección (…) Muchas heridas de los afectos, muchas laceraciones en la familias comienzan con la pérdida de esta preciosa palabra: “Perdóname”»[12]

    La mujer podrá descubrir que sus cualidades como madre son insustituibles. El empeño por ser fiel a Dios en esta misión la llevará a crear un ambiente acogedor y apto para el crecimiento personal, para el cariño y el respeto, para el sacrificio y el don de uno mismo. «La mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad…»[13].

    El padre también se descubre como guía ante sus hijos: les ayuda a crecer, juega con ellos y deja que se desarrolle el modo de ser de cada uno. Un padre cristiano sabe que su familia será siempre su principal negocio, en el que se realiza en todas sus dimensiones. Por eso es preciso que esté en guardia ante los ritmos de vida demasiado intensos y estresantes, que nublan la vista de los objetivos más valiosos, y pueden llevar precisamente por eso a desequilibrios psíquicos y a un resentimiento de las relaciones familiares.

    ¡Qué importante es, por eso, que los padres sean cercanos ‒su ausencia causa múltiples problemas‒, y que fomenten siempre el orgullo de transmitir a los hijos la sabiduría del corazón![14]. En un hogar «luminoso y alegre»[15], el padre vive y dona su paternidad, la madre vive y dona su maternidad: cualidades complementarias e irreemplazables, capaces de llenar el corazón. Y esto, con independencia de cuántos hijos envíe Dios al matrimonio; y, si los hijos no llegan, pueden ejercer una paternidad y una maternidad espiritual con otros miembros de la familia y amigos

    La espera y el compromiso

    «Tal vez no siempre somos conscientes de ello, pero es precisamente la familia la que introduce la fraternidad en el mundo»[16]. La estructura básica de los pueblos, la paz de las naciones, se apoya en el ofrecimiento libre, por amor, del hombre y la mujer; en su fidelidad a un sí que marca para siempre sus vidas.

    Hoy abunda el hambre de aventuras. La oferta es múltiple: propuestas de lo más variadas, intensas, breves, apasionantes, como una inmersión en el océano, una incursión al techo del mundo o un salto en el vacío. El compromiso definitivo tiene colores menos llamativos, pero despierta siempre admiración, porque estamos hechos para amar para siempre, y en el fondo todo lo demás nos sabe a poco. Un amor que no fuera para siempre, un sí con letra pequeña, no sería amor.

    La paz de las naciones se apoya en la fidelidad del hombre y la mujer a un sí que marca para siempre sus vidas.

    En la vida familiar es preciso soportar tempestades y crisis, pero la fidelidad al sí que fundó el hogar puede ser siempre más fuerte que todos ellos: «fuerte como la muerte es el amor»[17]. Grandes motivos hacen soportar grandes dificultades; y aquí los motivos no son solo una idea o una institución: son, sobre todo, personas. El sí del amor llega tan adentro de nuestro ser que no podemos negarlo sin resquebrajarnos.

    Por supuesto, todo gran proyecto entraña un gran riesgo, y muchos jóvenes hoy no se atreven al sí para siempre, por miedo a equivocarse. Pero de hecho es un error aun mayor quedarse a las puertas del amor al que está llamado nuestro corazón. Por eso, se trata de asegurar el corazón, de hacerlo crecer: ese es el sentido cristiano del noviazgo, «un itinerario de vida que debe madurar como la fruta, (…) un camino de maduración en el amor, hasta el momento en que se convierte en matrimonio»[18]. El mejor entrenamiento para ese sí, y el mejor test de su solidez, es la capacidad de esperar, que la Iglesia no se cansa de pedir a los novios, aunque a veces no se acierte a entender sus motivos: «Quien pretende querer todo y enseguida, luego cede también en todo ‒y enseguida‒ ante la primera dificultad (…) El noviazgo fortalece la voluntad de custodiar juntos algo que jamás deberá ser comprado o vendido, traicionado o abandonado, por más atractiva que sea la oferta»[19].

    Con el transcurso del tiempo la aventura prosigue: las paredes quedan pequeñas, surgen nuevos hogares, nuevos amores.

    De unos padres que custodian juntos ese amor, aprenden los hijos. Estos son los hogares que dan los mejores ciudadanos, dispuestos a sacrificarse por el bien común: trabajadores honrados en lo propio y en lo ajeno, profesores entusiastas, políticos coherentes, abogados justos, médicos abnegados, cocineros que hacen del plato una obra de arte… A esta sombra crecen nuevas madres y padres fieles, y muchos que se entregan a Dios por completo para servir a la común familia humana, en una vocación en la que brillan también la maternidad y la paternidad.

    Con el transcurso del tiempo la aventura prosigue: las paredes quedan pequeñas, surgen nuevos hogares, nuevos amores. Renace el entusiasmo, la alegría de vivir. Existe por eso «un vínculo estrecho entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre las generaciones. La alegría de los hijos estremece el corazón de los padres y vuelve a abrir el futuro»[20].

    Wenceslao Vial

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  2. Las 10 claves para que el tiempo con sus hijos sea de calidad

    La reconocida psicóloga infantil Gloria Mercedes Isaza presenta sus recomendaciones para que en 2018 cumpla con su propósito de dedicarles momentos valiosos a sus hijos.

    Cómo pasar tiempo de calidad con los hijos  Las 10 claves para que el tiempo con sus hijos sea de calidad

    Al empezar un nuevo año evaluamos lo que hicimos o dejamos de hacer en el año que termina y revisamos aquellas cosas que queremos cambiar o lograr en el que comienza. Nos proponemos ser cada vez mejores padres, dedicarles más tiempo a nuestros hijos y fortalecer los lazos que nos unen con ellos. Pero no resulta fácil cumplirlo con las múltiples presiones y responsabilidades que tenemos. Entonces, aunque nuestro compromiso sea honesto y positivo, es posible que nos enfrentemos, de nuevo, al “no tuve tiempo para hacerlo”.

    Es nuestra misión como padres establecer una relación constructiva con nuestros hijos. Para lograrla necesitamos conectarnos con ellos desde sus sentimientos, es decir, sintonizarnos con lo que sienten en cada momento de su vida. Cuando lo logramos, se sienten acogidos, comprendidos y valorados. Crecen en la seguridad de que tienen un lugar relevante en nuestra vida y que son importantes en la familia. Podemos lograr esta conexión y fortalecer la relación con nuestros hijos en las actividades y rutinas de todos los días.

    Recomendamos: Cinco cosas que sus hijos siempre recordarán de usted

    Contamos con tres claves para lograr esta conexión:

    Observar: No es solo mirar, es darnos cuenta de lo que ellos hacen y lo que nos están diciendo a través de su comportamiento. Leer los sentimientos que están presentes en cada momento para ayudarles a reconocerlos, a manejarlos y a desarrollar autocontrol emocional. Aceptemos y enseñémosles que todas las emociones son válidas, que no hay ni buenas ni malas, sino agradables y desagradables.

    Escuchar: Estar atentos a comprender lo que nuestros hijos nos están diciendo con sus palabras, su cuerpo, sus expresiones y su estado de ánimo. Esto requiere que les prestemos toda nuestra atención, dejemos de pensar o de hacer otras cosas y los miremos a los ojos. Escucharlos no necesariamente implica darles consejos o decirles lo que deben hacer. Muchas veces solo quieren que entendamos cómo se sienten, y oírlos abre la puerta a la comunicación con ellos. Así podremos saber lo que están viviendo, sin corregir, dirigir o juzgar.

    Compartir: Es importante que realicemos en equipo actividades con ellos. Por ejemplo, las rutinas de la casa, sus actividades escolares y espacios de juego. También, que estemos presentes en los momentos, pequeños y grandes, de su vida. Cuando compartimos, creamos sentido de pertenencia y les enseñamos la importancia de dar y recibir afecto. Son las experiencias las que crean memorias profundas que van a estar presentes por el resto de su vida. No es posible reemplazar la necesidad de tiempo compartido con los padres con otras actividades o con compensaciones materiales.

    Sugerimos: Siete claves para tener hijos exitosos

    ¿Cómo lograrlo?

    No es difícil encontrar momentos y espacios para poder compartir con nuestros hijos y para conectarnos emocionalmente con ellos. Estas son algunas opciones:

    Aprovechar las mañanas: Dedicarles unos pocos minutos al despertar, para decirles algunas palabras amorosas antes de iniciar la carrera del día.

    Hacer sus propios cuentos: Narrarles historias de eventos de su vida cuando eran más pequeños, contándoles recuerdos y experiencias divertidas de los años vividos. Podemos hacerlo mirando fotos. A los hijos les encanta conocer detalles de su propia historia: cómo nacieron, cómo aprendieron a caminar y correr, cómo ayudaban; lo valientes, amables y amorosos que han sido desde pequeños.

    Compartir historias con ellos: Contarles anécdotas de la familia, los tíos y los abuelos. Además de divertirse, conocen de dónde vienen, cómo eran sus padres de pequeños y cómo era el mundo hace algunos años.

    Volverlos un personaje: Inventarles historias cuyos personajes sean como ellos, resaltando sus características al enfrentar diferentes situaciones y mostrando lo orgullosos que se sienten sus padres. Los niños, además de disfrutar de estos cuentos, desarrollan la fantasía, la creatividad y la posibilidad de encontrar nuevas opciones a las situaciones de la vida.

    Salir de la casa: Jugar con ellos en espacios al aire libre, teniendo en cuenta los gustos de cada uno y sus habilidades físicas. Podemos montar en bicicleta, patinar, correr, jugar fútbol, practicar algún deporte, caminar con el perro o subir a la montaña.

    Jugar dominó: A los hijos les gustan los juegos de mesa. Hay muchísimos y para todas las edades. Es una manera agradable de pasar un rato en familia y enseñarles que no siempre se gana.

    Estar en familia: Realizar rituales de unión familiar como comer juntos, ver una película los sábados, organizar celebraciones especiales. Estas actividades que se realizan con frecuencia, nos dan sentido de pertenencia, construyen identidad y generan seguridad. Son memorias que construyen un lazo fuerte de unión familiar y quedan grabadas en el cerebro. Está demostrado que los niños que han vivido estos momentos de unión familiar desarrollan una fortaleza, un coraje especial y la capacidad de resiliencia que les ayudará en los momentos difíciles y de estrés cuando son adultos.

    Puede ver: ¿Por qué las madres ya no lactan a sus hijos?

    Resolverles sus dudas: Aprovechar las preguntas como oportunidades para descubrir juntos el mundo, incentivar la curiosidad y el deseo de conocer, no dándoles la respuesta a todo lo que ellos quieran saber. Cuando les decimos “no sé”, les mostramos que nosotros no lo sabemos todo ni somos perfectos.

    Reírse: Incentivar el buen humor y la risa, contar historias chistosas, ver películas o leer libros divertidos nos permite reírnos en familia. La risa no sólo baja la tensión en muchos momentos, sino también ayuda a subir el estado de ánimo. Además, nos enseña a reírnos, sin burla, de lo que nos sucede y de nosotros mismos, y a ser tolerantes con ellos mismos y con los demás.

    Quedarse a veces en casa: Cocinar juntos y disfrutar de estar en la casa. Hoy los niños tienen muchas actividades y poco tiempo para disfrutar del ambiente familiar, apreciar la compañía de sus padres y hermanos. Es importante promover estos momentos que nos enseñan a valorar quiénes somos y a agradecer por la familia y la vida que tenemos.

    Ser padres es un reto permanente a la creatividad, la imaginación y la fantasía. Conectémonos con nuestro niño interior y disfrutemos plenamente de los espacios que compartimos con nuestros hijos.

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  3. Cómo sacar más tiempo para nuestros hijos

    Ideas para dedicar tiempo de calidad a los niños

    Podemos llenar nuestro tiempo de actividad frenética… o de momentos para recordar. Según las encuestas, para la mayoría de los españoles, la familia es lo primero, pero a la vez nos quejamos de disponer de poco tiempo para ella…

    A los niños les da mucha seguridad sentirse queridos viendo cómo sus padres se quieren. Disfrutar de nuestro tiempo de pareja nos hará disfrutar más del tiempo que estemos con nuestros hijos.

    Cómo sacar tiempo de calidad para los niños

    Cómo tener tiempo de calidad para los niños

    Cuando los hijos son pequeños, muchas parejas se tambalean, y es una pena porque, precisamente, los hijos han venido a reforzar el amor que se tenían. Todo es cuestión de organizarse. ¿Qué podemos hacer para dar calidad al tiempo? Estas son algunas sugerencias:

    * Acostar a los niños antes. Muchas veces acostamos a los niños tarde para que el padre o la madre que viene tarde del trabajo los vea, cuando realmente supone un desgaste extra. Lo ideal es ingeniárselas para llegar antes del trabajo. Si de verdad es imposible, es mejor madrugar más y hacer desayunos largos, en los que aprovechemos para contarnos planes, las aventuras del día anterior… Las últimas horas del día son definitivas para «darle sentido a la vida»… No podemos estar a las diez de la noche dando cenas, baños, poniendo lavadoras, planchando…, un día y otro. Es en esos momentos cuando uno se plantea ¿qué he hecho con mi vida?

    * Invertir en nosotros, así estaremos más descansados para nuestros hijos. El cansancio desgasta la relación de pareja. Muchas crisis conyugales tienen como solución salir más y buscar ayuda externa para las tareas de la casa, aunque sea a costa de prescindir de otras cosas. Es mejor tener menos ropa, peor coche o una decoración más sencilla que fracasar en la vida familiar.

    * Ver menos «tele». La televisión es el enemigo número uno del «tiempo de calidad», le sigue de cerca internet, los chats, los videojuegos… Si no apagamos las pantallas, se nos puede olvidar que somos los protagonistas principales de nuestra gran película: la vida.

    Queremos a nuestros hijos con locura, y la mejor forma de demostrárselo es escucharlos con atención, esforzarse por comprenderlos, saber reconocer la parte de verdad o la verdad entera que pueda haber en algunas de sus rebeldías. Y esto requiere dedicación. Es más importante la calidad que la cantidad, pero, si es posible, lo mejor es disponer de cantidad de tiempo de calidad.

    Ideas para sacar tiempo para los niños

    * Fomentar las tertulias, especialmente las que se inician en las comidas y se prolongan después de comer.
    * Limitar el uso de la TV, que, además de quitar tiempo de juegos y estudio, suprime el diálogo en las familias. Aun siendo un recurso cómodo para controlar a los niños, es conveniente restringir su uso.
    * Crear un clima de confianza en el que se pueda hablar de todo.
    * Dedicar unos minutos en exclusiva a cada hijo a diario, en los que los miremos con atención, sin hacer otra cosa que contemplarlos. Un momento estupendo es por la noche al acostarlos. Los hace sentirse importantes, queridos en una palabra.
    * Organizar planes en familia, como mínimo una vez al mes.

    La infancia de nuestros hijos es un tiempo irrepetible para ellos y para nosotros. No se trata de llenar nuestro tiempo de actividades, sino de momentos compartidos. El problema de muchas familias es que viven pero no conviven.

    Susana Moreu. Orientadora familiar.

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  4. Santa Sede
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    25 de septiembre de 2018 7:48 am

    Esta madre de 9 hijos conmovió al Papa Francisco con su testimonio en Estonia

    Redacción ACI Prensa

    El Papa Francisco escucha el testimonio de Marina.

    El Papa Francisco se sintió conmovido al escuchar el testimonio de una madre de nueve hijos que vive en un apartamento de acogida y cuyo marido pasó tres años en la cárcel.

    El Santo Padre escuchó su historia durante la visita que realizó a la catedral de San Pedro y San Pablo de la ciudad de Tallin, Estonia, durante el viaje apostólico que está realizando a los países bálticos. Allí se encontró con personas asistidas por las obras de caridad de la Iglesia.

    Marina, que así se llama la madre, contó que hace trece años, durante un período oscuro de su vida, fue salvada por las Hermanas Misioneras de la Caridad: “Gracias a ellas, hoy mi marido y yo vivimos juntos, con trabajo, pero serenos, llevando adelante nuestra gran familia”.

    El Papa felicitó a Marina y a su esposo: “Habéis sido bendecidos con nueve hijos, con todo el sacrificio que eso significa, como bien lo has señalado. Donde hay niños y jóvenes, hay mucho sacrificio, pero sobre todo hay futuro, alegría y esperanza”.

    “En esta tierra, donde los inviernos son crudos, a vosotros no os falta el calor más importante, el del hogar, ese que nace de estar en familia. ¿Con discusiones y problemas? Sí, pero con ganas de salir adelante juntos. No son palabras bonitas, sino un claro ejemplo”.

    El Santo Padre también tuvo palabras de agradecimiento para las religiosas que ayudaron a esta familia: “no tuvieron miedo de salir e ir allí donde vosotros estabais para ser signo de la cercanía y de la mano tendida de nuestro Dios”.

    En este sentido, puso de ejemplo la valentía de las Hermanas de la Caridad que ayudaron a esta familia: “La fe misionera va como estas hermanas por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, diciendo con gestos bien concretos: tú eres parte de nuestra familia, de la gran familia de Dios en la que todos tenemos un lugar. No te quedes afuera”.

    Por eso, las invitó “a que salgáis por los barrios a decirles a muchos: Tú y tú eres parte de nuestra familia. Jesús llamó a los discípulos, y hoy también os llama a cada uno de vosotros, queridos hermanos, para seguir sembrando y transmitiendo su reino. Él cuenta con vuestras historias, con vuestras vidas, con vuestras manos para recorrer la ciudad y compartir lo mismo que vosotros habéis vivido. ¿Puede contar con vosotros?”.

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  5. San Josemaría Escrivá de Balaguer

    El secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en el trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera; en el buen humor ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad; en el aprovechamiento también de todos los adelantes que nos proporciona la civilización, para hacer la casa agradable, la vida más sencilla, la formación más eficaz.

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  6. «Poner plazos al amor es no conocer a un Dios que ama sin límites»

    Gn 2,18-24: «Y serán los dos una sola carne»
    Sal 127,1-2.3.4-5.6: «Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida»
    Hb 2,9-11: «El santificador y los santificados proceden todos del mismo»
    Mc 10,2-16: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»

    El autor sagrado quiere decir que la unión matrimonial para la comunicación de la vida, y que la igualdad entre el hombre y la mujer son queridas por Dios. La ayuda que el hombre no ha encontrado en ninguna parte vendrá del hombre mismo. Por eso le será presentada como algo tan suyo que «es hueso de mis huesos y carne de mi carne».

    San Marcos va a invocar la autoridad mesiánica de Jesús para dirimir una cuestión muy candente entre los rabinos: la posibilidad del repudio de la mujer. Apelando a unas circunstancias muy concretas; «por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto», Jesús invocará Gn 1,27 para sancionar definitivamente la indisolubilidad del matrimonio. La propia voluntad divina será la mejor garantía de la unión entre el hombre y la mujer: «Lo que Dios ha unido…»

    Las constantes noticias de matrimonios rotos, familias destrozadas, niños que deambulan cada fin de semana para convivir con el padre o la madre, disputas sobre la tutela de hijos, enfrentamientos por los bienes comunes, etc., hacen que la experiencia humana en este asunto sea preocupante. Puede suceder que en el origen de estas situaciones se encuentre un planteamiento superficial del noviazgo, de la misma convivencia matrimonial, del concepto, aceptación del matrimonio mismo, de la falta de madurez de la pareja, etc.

    — «La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: «No es bueno que el hombre esté solo». La mujer, «carne de su carne», es decir, su otra mitad, su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un «auxilio», representando así a Dios que es nuestro «auxilio». «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne». Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue «en el principio», el plan del Creador: «De manera que ya no son dos sino una sola carne» (Mt 19,6)» (1605).

    — «Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza» (1617).

    — «El matrimonio está establecido sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales» (2201).

    — «¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda, que sella la bendición? Los ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica… ¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne» (Tertuliano, ux, 2,9; cf FC 13) (1642).

    Dios es la fuente del amor de los esposos y de su unión indisoluble.
    Almudi org.

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  7. Aterrizado a la vida matrimonial:

    Juanjo: Niños! Callaos de una vez! Estoy harto de vosotros.
    Marisa: (Se acerca y le dice al oído) Juanjo, por favor, no les hables así a los niños. Esto no es bueno para ellos. No están haciendo nada malo, están jugando…
    Juanjo: (Otra vez en voz alta mientras los niños le escuchan) ¿Tú? ¿Tú me vas a dar lecciones a mí de cómo educar a mis hijos? Tu sí que los educas mal, que les compras caprichos innecesarios. Los estás volviendo unos caprichosos.
    Marisa: (Nota como un fuego enorme caldea su interior, y le parece que va a estallar contra su esposo. Pero entonces se acuerda de que Cristo está entre los dos, y lo que le diga a él, atraviesa necesariamente el Corazón de Cristo. Gracias a ser de Cristo, empieza a mirar a su esposo con misericordia, y consigue ver que está nervioso. Algo le pasa, está cegado. No sabe lo que hace. Así que primero calla y después… ama) Cariño, anda, que tú eres un gran padre, y un esposo maravilloso. Yo sé que ha pasado algo que te tiene un poco nervioso hoy. No te preocupes. Luego lo hablamos. ¡Niños! Por favor, Papá tiene muchas responsabilidades y necesita un poquito de silencio ¿Vale? ¿Quién quiere a Papá?
    Niños: Yo, yo, y yo… contestan los tres levantando sus manitas.
    Marisa: Muy bien, pues hoy, como le queremos, de regalo vamos a darle un buen rato de hablar muy bajito ¿Vale?
    (Al acostar a los niños)
    Juanjo: Chicos, perdonad que os haya gritado así. Estaba preocupado por una cosa de mayores, pero vosotros sois mucho más importantes, y os quiero muchísimo. ¿Perdonáis a Papá?
    Niños: Síííí. Buenas noches, Papi. Te quiero…
    (Al acabar la jornada, en la oración conyugal)
    Juanjo: Marisa, quería pedirte perdón por mi comportamiento. Muchas gracias por tu ayuda y tu apoyo. Me has sacado de la oscuridad en la que me encontraba. Señor, te doy muchas gracias por mi esposa. Ella me ayuda mucho a llegar a Ti.

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