Heroísmo y belleza
Imaginemos que vivimos en un país donde reina un régimen opresor y tiránico, donde los derechos de los ciudadanos son despreciados, donde reina el terror. Un día nos tropezamos con un viejo amigo al que apreciamos mucho, pero del que no teníamos noticia. En medio de la alegría del encuentro, nos relata su historia reciente: en estos años ha sido perseguido y hecho prisionero; ha sufrido mucho en la cárcel y ha sido sometido a humillantes penalidades. Sólo ha podido liberarse de ese infierno cuando se ha decidido a colaborar y ha delatado a varios compañeros.
Seguramente, nos quedaríamos helados; habríamos seguido el relato con enorme simpatía hasta llegar a ese horrible final. Quizá podemos entender su situación; comprendemos que después de haber sufrido tanto y ante el temor de más dolores y quizá de una muerte espantosa, un hombre se rompa. Y lo entendemos mejor, porque quizá no sabríamos responder de nosotros mismos en una situación semejante. Pero causa una pena inmensa que una persona a la que amamos haya hecho algo tan horrible como delatar a sus compañeros.
¡Cuánto mejor que hubiera resistido! Si hubiera aguantado, lo amaríamos todavía más: sería para nosotros un héroe: un modelo que admirar, un ejemplo que imitar; y honraríamos siempre su memoria y hablaríamos de él con inmenso respeto. En cambio, porque ha cedido, es sólo un ejemplo de la debilidad humana, que podemos apreciar y amar, pero al que tenemos que perdonarle esa bajeza.
Hay circunstancias en la vida donde la dignidad humana puede exigir grandes sacrificios; es decir, heroísmo. A veces, el deber nos lleva a afrontar el dolor y la muerte antes que ceder a lo que es indigno de un hombre. Esto indica con claridad que los bienes primarios –como es la vida misma– no son lo más importante en la escala de valores.
Es verdad que cada uno de nosotros carece de autoridad moral para exigir de otro un comportamiento heroico. Quizá no le podemos pedir que sacrifique sus bienes para salvar los nuestros. Especialmente, si tenemos presente la propia debilidad, no nos sentiremos capaces de reprochar a nadie que haya cedido en circunstancias difíciles.
En cambio, la dignidad del hombre exige no ceder en esas circunstancias. Cada uno de nosotros está obligado, no porque otros se lo pidan o se lo reprochen, sino porque se lo piden las cosas mismas; se lo pide, sobre todo, su propia dignidad de hombre. No podemos exigir a nadie en nombre propio un comportamiento heroico, pero se lo exige el bien de toda la humanidad, la dignidad de todos los hombres. Y si nos tocara participar en una situación así, tendríamos que recordárnoslo o recordárselo a otros, por nuestro bien y por el de toda la humanidad. Su fracaso es el fracaso de todos. Sería una desgracia haber nacido hombres si no hubiera hombres capaces de vivir y morir con dignidad.
¿Se puede pedir a un soldado que defienda con la vida una posición estratégica? ¿Y a un bombero que arriesgue su piel por salvar a un niño? ¿Y a un capitán que abandone el último el barco que naufraga? ¿Se puede pedir a un médico que atienda a un infeccioso? ¿A un piloto de aviación que ceda su paracaídas al último pasajero? ¿A un policía que se ponga en peligro por liberar a un secuestrado?
En todos estos ejemplos hay por medio algún deber que se ha asumido libremente o por naturaleza y que, en un momento dado, puede exigir sacrificios supremos. Probablemente nadie lo puede exigir a título personal. Lo exigen las cosas en sí. Lo exige la dignidad del hombre. Podemos entender y disculpar la cobardía de los que no son capaces (basta conocer un poco la propia, para ser generoso con los demás). Pero, por el bien de la humanidad, sería mejor que fueran capaces. Y por el bien de la humanidad hay que desear ser capaces si nos toca una circunstancia parecida. Está en juego la dignidad del hombre, de todos los hombres, de toda la raza humana. Está en juego el ver si somos o no como las ratas, si nuestra moral es ésa o no.
La historia de todas las culturas está llena de gestos ejemplares de hombres que han sabido sacrificar lo personal ante deberes que consideraban más altos: por el bien de su patria, por el amor de sus padres, de su cónyuge o de sus hijos, por la amistad. El hecho de que sean tan celebrados indica que tienen algo de extraordinario, que quizá, lo normal estadísticamentehabría sido ceder. Pero porque no han cedido son el orgullo de cada cultura: muestran lo que valen sus hombres y son ejemplos perennes de calidad humana.
Todos esos gestos tienen en común que son bellos. Son hechos admirables que despiertan el deseo de imitarlos. Y son bellos precisamente porque ponen de manifiesto la dignidad del hombre. Dulce et decorum est pro patria mori: es dulce y noble morir por la patria, repetían los viejos romanos, enamorados de la belleza de ese gesto. Esos gestos ejemplares han servido en todas las culturas antiguas como pautas para la educación de la juventud. Se les mostraba su belleza y se les encendía en deseos de imitar los ejemplos.
Pero no hace falta irse tan lejos. Frossard cuenta que una amiga judía de su juventud fue llevada a Auschwitz; y se le presentó la oportunidad de huir, pero no quiso. Su padre estaba con ella y era sordo; temía que, si le abandonaba, no oyera las advertencias y no pudiera evitar los golpes que allí se prodigaban. También en Auschwitz, tenemos el estupendo ejemplo del P. Maximiliano Kolbe. Como represalia se echó a suerte entre los presos a quiénes les tocaba morir en la celda de castigo. Uno de los elegidos se lamentó por sus hijos y el P. Kolbe se ofreció para sustituirle, y murió en su lugar.
Gracias al Cielo no faltan en las peores circunstancias hombres y mujeres que son capaces de mostrar cuál es la dignidad del hombre, aún a pesar de sus miserias. «Los que estuvimos en campos de concentración –cuenta Viktor Frankl– recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás y dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas» (El hombre en busca de sentido, 1986, 69).
En el contexto de una sociedad de consumo, puede parecer ingenuo este modo de proceder: el sacrificar los bienes inmediatos. Pero vale la pena detenerse un momento a considerarlo: La alternativa es educar a los jóvenes para que cada uno busque su propio provecho; entendiendo este provecho de un modo rastrero, porque no puede haber mayor provecho para un hombre que ser capaz de sacrificarse por un ideal. Es despreciar al hombre suponer que necesariamente ha de optar siempre por una solución egoísta. Es despreciar al hombre hacerle vivir con una moral donde se supone que el beneficio personal está por encima de todo. Incluso en las situaciones más duras es penoso.
El hombre es el único ser que es capaz de anteponer el sentido del deber a la llamada del instinto. Los demás seres sólo se guían por la voz de los bienes. Por eso, porque es lo propio del hombre, siempre resulta bello ver que un hombre antepone sus deberes a sus gustos. Siempre despierta simpatía y admiración el hombre que es capaz de sacrificar intereses egoístas y personales por el sentido del deber. Demuestra cuál es la dignidad del hombre y con eso nos hace mejores a todos.
La moral humana no puede ser como la de las ratas, porque no somos ratas. Es comprensible que las ratas luchen por la supervivencia, como se lo pide su instinto, y que cada una busque con egoísmo lo suyo. El hombre, que no se guía por el instinto, es comprensible también –y deseable– que sea capaz de sacrificarse por lo que vale más que la vida. Precisamente, porque, a diferencia de las ratas, es capaz de advertir que hay bienes más valiosos que la vida.
Pero esto no se realiza sólo en circunstancias extraordinarias. De algún modo se presenta en la vida de todo hombre. A cada paso se nos presenta a todos el dilema de oír la voz de los deberes. A cada paso debemos optar si sacrificamos nuestros gustos –nuestras aficiones, nuestra pereza– en aras del deber o no. Lo propio de la madurez humana es ser capaz: poner antes el deber que la satisfacción de los gustos: ser capaz de aplazar las satisfacciones.
Hay una escuela prevista por la naturaleza donde cualquier hombre aprende este comportamiento heroico, sin casi advertirlo: son precisamente los compromisos del amor. El amor es una gran fuerza con la que muchos hombres y mujeres que nunca se han planteado el tema en abstracto, saben vivir día a día el heroísmo de sacrificar el egoísmo de lo propio. Muchas personalidades humanas llegan a su plenitud porque han sabido darse repetidamente ante las exigencias diarias y concretas de sus amores. El amor que se tiene a los padres, a los hijos, al esposo o a la esposa, y a los amigos, a la patria, suele el gran educador de los hombres. El verdadero amor mata el egoísmo porque lleva siempre a darse, y ennoblece al hombre.
Cuando el amor es verdadero, el sacrificio no duele, el deber no se rehúye; el amor hace que lo que es un deber se quiera como un bien propio y que se esté dispuesto a sacrificar todos los demás bienes por éste que se siente es el mayor de todos. Donde la moral se acerca a su plenitud, siempre se confunden bien y deber. (J. L. Lorda en Moral. El arte de vivir)
Que maravilloso artículo!!! lo compartiré entre mis conocidos!!! este tipo de lecturas llega P. Sanz..y más en estos momentos de país 🙂
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Gracias Mariana por el comentario. Saludos
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Estupenda entrada! Incluso durante un día normal, todos tenemos oportunidades de ser unos microhéroes: cediendo un asiento en el autobús, comiendo en casa aquello que nadie quiere para no tirarlo a la basura, ayudando a alguien en la calle cuando todos pasan ignorando el problema, permitiendo ceder en nuestro interés personal por algo,… Pequeñas cosas que se nos presentan a diario, en las que podemos poner por delante el bienestar de otros frente a nuestra propia comodidad y satisfacción.
Para el nivel de héroe absoluto recomiendo la película dirigida por Mel Gibson: «Hasta el último hombre», que ya sugerí hace tiempo. Un caso real de la 2@ Guerra Mundial, donde la fe en Dios, en la objeción de conciencia y el servicio a la nación se conjugan de manera excepcional en mitad de esta cruenta contienda.
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Hola este comentario me ha recordado una canción de Eros Ramazzotti que habla precisamente de eso .Os copio un trocito,si la queréis escucharla en Gogell. .
Héroes de hoy
Los Muchachos que
Con rabia en los puños luchan por la vida
Héroes de hoy que difícil es
Enfrentarse al miedo sin tener ayuda
Si algo marcha mal,se vera después
De que hayas sufrido andando por él mundo
Mientras los demás tratan de nadar y guardar la ropa en este mar profundo.
Ese gran murmullo no es él viento
es muestra palabra en movimiento
Y sé
Que estando junto a ti
Contaré con otro corazón
Me ayudarás
Con tú presencia en mí
Y me darás las fuerzas
Bajo nuestro cielo
Este inmenso pañuelo
donde casi nadie intenta comprenderse
No habrá ni un silencio solo
Porque nuestra música la hará romperse.
Esa ola enorme no es un rio
Es la juventud todos unidos
Y somos los héroes de hoy
Y a la vez guerreros que no quieren luchar
Queremos ser ejemplo de lealtad
Para vencer mañana.
Eros Ramazzotti 2009
Falta un trocito ,no quería estenderme.Muy bonita entrada ,felicidades a los héroes de todos los días.Que no se ven pero existen.
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Muchas gracias Isabel. Muy bonito el comentario. Saludos
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Cuesta el heroísmo. Arriesgar la fama, el trabajo, la salud, la vida, cuesta mucho. También cuesta a quienes han recibido el bautismo y desean vivir como católicos.
Entonces, ¿podemos decir que el heroísmo es para pocos? El católico, ¿está llamado al heroísmo, o puede vivir su fe sin grandes riesgos?
Para responder, hace falta mirar lo que significa ser católico. No se trata de una opción personal basada en uno mismo, sino en la acogida del don de Dios que, en el encuentro con Cristo, rescata del mal y del pecado a un ser humano y lo introduce en una vida nueva.
Por eso, cada bautizado está unido íntimamente a Cristo y participa del mundo de la gracia. Desde luego, la gracia puede perderse con el pecado mortal, pero también puede recuperarse a través de una confesión bien hecha.
Al vivir en la gracia, el cristiano está capacitado para acoger y vivir el Evangelio en toda su belleza y en su exigencia. Con su radicalidad y con su fuerza.
Por eso, el creyente en Cristo cuenta con todo lo que necesita para avanzar hacia la santidad, hacia la perfección, hacia el amor sin límites. Puede así asumir su llamada al heroísmo cristiano, incluso hasta arriesgar su vida.
Los mártires son quienes testimonian de un modo vivo y dramático esa vocación al heroísmo. Pero incluso sin el derramamiento de sangre, también hay miles y miles de héroes católicos de cada día, que asumen con valentía su fe y que viven la caridad hasta el extremo, a ejemplo del Maestro.
Todos los miembros de la Iglesia católica estamos llamados a la plenitud, a la valentía, al heroísmo. Sólo entonces viviremos según la invitación de Cristo, que nos enseña el camino del amor más grande, el que nos permite dar la vida por nuestros hermanos (cf. Jn 15,12-14; 1Jn 3,16).
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Estupendos comentarios de todos Joaquin , Isabel y Mariana. Un abrazo para todos.
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Saludos a todos y gracias por los comentarios. Siempre son todos muy enriquecedores, pues aportan siempre puntos de vista, inquietudes, sensaciones, experiencias, argumentos, dudas,…. Muchas gracias!
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Hola podía pediros por favor que no me alabaráis los comentarios,No me gusta el peloteo y me aumenta el ego .Y de eso voy sobrada,se admiten criticas ,preguntas ,contra comentarios .Saludos a todos.
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Hola Isabel:
Por mi parte, me parece muy inetresante la letra de la canción. así como motivo de reflexión. Creo que es una buena idea compartirla. Yo no la conocía.
Que tengas un buen día.
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