De la envidia a la tristeza solo hay un paso

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De la envidia a la tristeza solo hay un paso… Un camino tortuoso y plagado de espinas es la envidia. Quien se interna por un sendero así tiene asegurada la infelicidad. La inquina por el bien ajeno provoca sentimientos malignos que arrastran al rencor. El corazón rencoroso nunca está alegre; le invade una tristeza que a veces se convierte en rabia, otras veces, en autocompasión malsana y puede conducir a la venganza. (F. F. Carvajal en «Pasó haciendo el bien»)

16 comentarios sobre “De la envidia a la tristeza solo hay un paso

  1. Formamos parte de una sociedad que tiende a condenar el talento y el éxito ajenos
    La envidia paraliza el progreso por el miedo que genera no encajar con la opinión de la mayoría
    Uno de los mayores temores del ser humano es diferenciarse del resto y no ser aceptado

    En 1951, el reconocido psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar una prueba de visión. Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron –sin saberlo– en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social. El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chavales participaban en la misma prueba de visión que él.

    Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea. De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros.

    La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría”
    (Solomon Asch)

    La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error. Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta. Para disimular un poco, se ponían de acuerdo para que uno o dos dieran otra contestación, también errónea. Este ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios que participaron en el experimento. A todos ellos se les hizo comparar las mismas cuatro líneas verticales, puestas en distinto orden.

    Cabe señalar que solo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas las veces que les pre­­guntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás. Tanto es así, que los alumnos cobayas respondieron incorrectamente más de un tercio de las veces para no ir en contra de la mayoría. Una vez finalizado el experimento, los 123 alumnos voluntarios reconocieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”.

    A día de hoy, este estudio sigue fascinando a las nuevas generaciones de investigadores de la conducta humana. La conclusión es unánime: estamos mucho más condicionados de lo que creemos. Para muchos, la presión de la sociedad sigue siendo un obstáculo insalvable. El propio Asch se sorprendió al ver lo mucho que se equivocaba al afirmar que los seres humanos somos libres para decidir nuestro propio camino en la vida.

    La envidia y el síndrome de Solomon

    Después de 27 años en la cárcel y ser elegido en 1994 presidente electo de Sudáfrica, Nelson Mandela compartió con el mundo entero uno de sus poemas favoritos, escrito por Marianne Williamson: “Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro temor más profundo es que somos excesivamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, la que nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Infravalorándote no ayudas al mundo. No hay nada de instructivo en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras cerca de ti. Esta grandeza de espíritu no se encuentra solo en algunos de nosotros; está en todos. Y al permitir que brille nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra presencia libera a otros”.

    Más allá de este famoso experimento, en la jerga del desarrollo personal se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado. Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría. De forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso –e incluso triunfar– por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los demás. Esta es la razón por la que en general sentimos un pánico atroz a hablar en público. No en vano, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención. Y al exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad.

    El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.

    Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.

    “Ladran, luego cabalgamos”

    Bajo el embrujo de la envidia somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias frustraciones. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien.

    El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.

    ¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad.

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  2. Interesante tema de reflexión e impresionante comentario de Rosa. Es muy difícil mantener criterios objetivos y razonables en un mundo donde el experimento de Solomon Asch demuestra que la gente puede ver la nieve negra, si lo dice una mayoría. Quizá por eso, muchas veces es tan frustrante emprender el camino de la justicia y la equidad en cualquier ambiente (familiar, laboral, social). Para vencer el complejo de Solomon hay que estar dispuesto a perder o a ceder frente a la verdad en contra de nuestros intereses particulares. No todo el mundo posee el valor de hacerlo. En el fondo quizá descansa también el concepto de la capacidad de sacrificio. ¿Podemos mantener una opinión o actitud que nos va a exigir mayor responsabilidad, sacrificio y esfuerzo?

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      1. Bueno, padre Rafael, me refiero al experimento que comentó Rosa. es increíble que viendo unas líneas iguales y otra más corta, pudieran dar como válido lo que era falso. Por eso pienso, que seguramente, nos pueden convencer de que la nieve es negra, tan sólo porque lo dice la mayoría. Pero Solomon Asch no hizo el experimento de la nieve. No quiero generar un error.
        Está relacionado con lo que tú también indicabas, de cómo nos hacen creer que el aborto es lícito, cuando evidentemente no lo puede ser…

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      2. Gracias por la aclaración Joaquín. Si sabía del experimento de las líneas desiguales pero lo de la nieve me chocó tanto que por eso lo comentaba. Pero todo aclarado. Muchas gracias Joaquín.
        Por cierto ya tengo de nuevo internet, pero por si acaso ya he programado todas las entradas hasta finales de mayo, para que vayan saliendo. Es un poco trampa, pero más vale prevenir que lamentar jeje. Un fuerte abrazo

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  3. Siento el comentario de las 6:29.y otro de la siguiente entrada..desde las entradas de semana santa mi actitud hacia usted no es la misma. Con razón o sin ella (no sé )ya no me siento mi con la confianza que temía antes para contarle cualquier cosa ,aún. Siendo una tontería,ahora me puede la rebeldía y las ganas de hacer daño.Así mejor es que pare aquí y deje el blog definitivamente . Antes de que la cosas vayan a más. Siento que esto termine así. Gracias por todo

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    1. De nada Isabel. Gracias a ti por todo. Tus comentarios han sido una buena aportación al blog. Siento mucho lo ocurrido. Por mi parte estoy dispuesto a modificar o cambiar lo q me digas. En ningún momento he querido causar alguna molestia. Y si así fue te pido disculpas. El blog estará siempre esperando tus comentarios. Saludos

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      1. No es cuestión de cambiar nada,él mal está hecho.Que me hayan afectado así.,(esas entradas) no es culpa de nadie.No se preocupe estaré bien.

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  4. ISABEL, ESPERO QUE DESPUES DE UNOS DIAS DE DESCANSO VUELVAS AL BLOG, CON LA ALEGRIA DE SABER QUE TIENES BUENOS AMIGOS QUE TE DESEAN LO MEJOR. ERES IMPORTANTE EN EL BLOG Y EN NUESTRAS VIDAS, PORQUE EXISTE UNA VERDADERA AMISTAD. HASTA PRONTO.UN ABRAZO.

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