La esperanza de ser santos… si puedes soñarlo, puedes logarlo

esperanza2Aquí van algunas ideas sueltas para mantener «la esperanza de ser santos»:

  • Esta es la voluntad de Dios: que sean santos (1 Thes 4,3). El deseo divino de nuestra santidad es eterno, no se muda. Hoy como ayer. Esta convicción es firme asiento de nuestra esperanza: Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos (Eph 1,4). Y si nos ha elegido, nos da los medios.
  • El tiempo que llevamos sirviendo al Señor, a pesar de nuestras miserias, es en sí mismo confirmación de la permanencia de la elección divina y de nuestro deseo de corresponder: Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que están aquí conmigo(Mt 15,32).
  • Hemos de fomentar la esperanza de llegar a buen término. Y teniendo a la vista la llamada de Dios a ser santos, fortalecer el ánimo y luchar con optimismo: quien comenzó en vosotros la buena obra la llevará a feliz término (Phil 1,6).

Queridos hermanos y hermanas: En el «Credo», después de profesar que la Iglesia es «una», también decimos que es «santa». ¿Cómo es posible afirmar que la Iglesia es santa si a lo largo de su historia ha tenido tantos momentos de oscuridad? ¿Cómo puede ser santa si está compuesta de hombres pecadores? La Iglesia es santa porque Dios es Santo, es fiel y no la abandona nunca al poder de la muerte y del mal; es santa porque Jesucristo, el Santo de Dios, se ha unido a ella indisolublemente; es santa porque el Espíritu Santo la purifica, la transforma y la renueva constantemente; es santa, no por nuestros méritos, sino porque Dios la hace santa.

No tengamos miedo a ser santos. Todos estamos llamados a la santidad, que no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar que Dios obre en nuestras vidas con su Espíritu, en confiar en su acción que nos lleva a vivir en la caridad, a realizar todo con alegría y humildad, para mayor gloria de Dios y bien del prójimo. (…) Invito a todos a no olvidar la vocación a la santidad. No se dejen robar la esperanza. Ustedes pueden llegar a ser santos. Vayamos todos por este camino. Vivamos con alegría nuestra fe, dejémonos amar por el Señor. Muchas gracias.

Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor; que si ellos nunca se determinaran a desearlo y poco a poco a ponerlo por obra, no subieran a tan alto estado. Quiere Su Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de sí. Y no he visto a ninguna de éstas que quede baja en este camino; ni ninguna alma cobarde, con amparo de humildad, que en muchos años ande lo que estotros en muy pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas; aunque luego no tenga fuerzas el alma, da un vuelo y llega a mucho, aunque -como avecita que tiene pelo malo- cansa y queda. (Libro de la Vida, cap. 13, 2-3).

El peregrino vio esparcidos por las laderas hombres que, sentados en el suelo, labraban bloques de roca para la construcción. Se acercó al más próximo. «¿Qué haces, buen hombre?», preguntó el peregrino. «¿No lo ves?», respondió el cantero sin ni siquiera alzar la vista: «¡Me estoy matando con este trabajo!» El peregrino no dijo nada; siguió adelante. Pronto se encontró con otro cantero. Estaba igual de cansado, malheri­do y cubierto de polvo: «¿Qué haces, buen hombre?», preguntó también el peregrino: «¿No lo ves? ¡Trabajo de sol a sol para mantener a mi mujer y a mis hi­jos!», respondió el cantero. En silencio, el peregrino siguió adelante. Ya casi en la cumbre de la colina había otro cantero. Como los anterio­res, estaba agotado de tanto trabajo, pero en sus ojos se adivinaba cierta complacencia: «¿Qué haces, buen hombre?», preguntó el peregrino. «¿No lo ves?», respondió el cantero, sonriendo con orgullo: «¡Construyo una catedral!». Y con su mano tendida indicó el valle donde se levantaba un templo grandioso, con pilares, arcos y atrevidos pináculos de piedra gris que apuntaban al cielo.

«Estoy construyendo una catedral». Es muy iluminador comprender por qué hacemos las cosas. La respuesta que demos a ese «por qué» influye poderosamente en la trascendencia de nuestros actos. Los tres canteros hacían el mismo trabajo, pero lo que les diferencia profundamente es el motivo de sus sudores. Hay un abismo entre «matarse en un trabajo» y «construir una catedral». La catedral que construimos es, ante todo, nuestra vida, y no será una gran construcción sin la presencia de Jesucristo; sin la intención de dar gloria a Dios con ella.

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13 comentarios sobre “La esperanza de ser santos… si puedes soñarlo, puedes logarlo

  1. En el “Credo”, después de profesar que la Iglesia es “una”, también decimos que es “santa”. ¿Cómo es posible afirmar que la Iglesia es santa si a lo largo de su historia ha tenido tantos momentos de oscuridad? ¿Cómo puede ser santa si está compuesta de hombres pecadores? La Iglesia es santa porque Dios es Santo, es fiel y no la abandona nunca al poder de la muerte y del mal; es santa porque Jesucristo, el Santo de Dios, se ha unido a ella indisolublemente; es santa porque el Espíritu Santo la purifica, la transforma y la renueva constantemente; es santa, no por nuestros méritos, sino porque Dios la hace santa.

    No tengamos miedo a ser santos. Todos estamos llamados a la santidad, que no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar que Dios obre en nuestras vidas con su Espíritu, en confiar en su acción que nos lleva a vivir en la caridad, a realizar todo con alegría y humildad, para mayor gloria de Dios y bien del prójimo.

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  2. Perdóneme D. Rafael, el trozo que he puesto me lo sabía de memoria y ahora veo que Vd. hace referencia a él, porque fue el Papa Francisco quien lo dijo en una Audiencia General. Lo siento. Voy a prepararme la contestación.

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  3. Porque Dios nos ha creado “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), y de ahí que Él mismo nos diga: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lv11, 44).
    La santidad de Dios es el principio, la fuente de toda santidad. Y, aún más, en el Bautismo, Él nos hace partícipes de su naturaleza divina, adoptándonos como hijos suyos. Y por tanto quiere que sus hijos sean santos como Él es santo.
    Todo ser humano está llamado a la santidad, que “es plenitud de la vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en la unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad. El camino de santificación del cristiano, que pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la resurrección final de los justos, cuando Dios sea todo en todos”

    El cristiano ya es santo, en virtud del Bautismo: la santidad está inseparablemente ligada a la dignidad bautismal de cada cristiano. En el agua del Bautismo de hecho hemos sido “lavados […], santificados […], justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6, 11); hemos sido hechos verdaderamente hijos de Dios y copartícipes de la naturaleza divina, y por eso realmente santos.
    Y porque somos santos sacramentalmente (ontológicamente – en el plano de nuestro ser cristianos), es necesario que lleguemos a ser santos también moralmente, es decir en nuestro pensar, hablar y actuar de cada día, en cada momento de nuestra vida. Nos invita el Apóstol Pablo a vivir “como conviene a los santos” (Ef 5, 3), a revestirnos “como conviene a los elegidos de Dios, santos y predilectos, de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de dulzura y de paciencia” (Col 3, 12).
    Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno.
    Este compromiso se puede realizar, imitando a Jesucristo: camino, verdad y vida; modelo, autor y perfeccionador de toda santidad. Él es el camino de la santidad. Estamos por tanto llamados a seguir su ejemplo y a ser conformes a Su imagen, en todo obedientes, como Él, a la voluntad del Padre; a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual “se despojó de su rango, tomando la condición de siervo (…) haciéndose obediente hasta la muerte” (Fil 2, 7-8), y por nosotros “de rico que era se hizo pobre” (2 Cor 8, 9).
    La imitación de Cristo, y por lo tanto el llegar a ser santos, se hace posible por la presencia en nosotros del Espíritu Santo, quien es el alma de la multiforme santidad de la Iglesia y de cada cristiano. Es de hecho el Espíritu Santo quien nos mueve interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas ( Mc 12, 30), y a amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado ( Jn 13, 34).

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