¡Qué abundancia de razonadas sinrazones!

Camino punto a punto21Pretextos. —Nunca te faltarán para dejar de cumplir tus deberes. ¡Qué abundancia de razonadas sinrazones!
     No te detengas a considerarlas. —Recházalas y haz tu obligación.

Podemos justificar nuestros defectos por razones de tipo genético: qué le vamos a hacer, he nacido así, y así, con un simple encogimiento de hombros, dejamos de luchar… nada podemos hacer en contra nuestro ADN… Otros veces nos tranquilizamos echando las culpas a la educación recibida: me he educado así, que le vamos hacer… O del ambiente en el que hemos vivido, la condición social, el modo de ser propio del país de origen, el estilo educativo del lugar donde estudié, o de lo que sea…, con tal de no hacer nada por cambiar.

Pero no nos engañemos, el problema, muchas veces, somos nosotros mismos. Sí, ya sé que suena un poco fuerte, pero es así con bastante frecuencia… Tenemos los músculos del alma entumecidos… Pero esos músculos son nuestros y están ahí: lo que tenemos que hacer es empezar a ejercitarlos.

Recuerda que en esos problemas que experimentas, tienes casi siempre, aunque sea en poco, algo de culpa; ten en cuenta que hay en ti muchos recursos y posibilidades de contribuir, en alguna medida, a su solución; por último, recuerda que puedes aprender mucho en ese camino, puedes crecer y madurar personalmente. ¡Animo! Te acompaño!

5 comentarios sobre “¡Qué abundancia de razonadas sinrazones!

  1. Me gustaría ser capaz de ver la pureza alrededor de mi vida. Ver lo puro que es todo cuando cambio la mirada, cuando valoro la vida en su simplicidad. Déjame mirarme como Tú me miras. Déjame ver la belleza y alegrarme siempre con ella. Hoy te pido ser misericordiosa y pura de corazón, limpia, trasparente.
    Una mirada pura y misericordiosa es la que me gustaría tener. Los santos fueron así. Miraron como Dios nos mira. Igual que Jesús mira hoy a la muchedumbre: “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron”.
    Los mira con misericordia, conmovido. La mirada de amor de Jesús los purifica. Ve su belleza en medio de su pecado. Y pensé en una santidad que es camino, la mía, la nuestra. Una santidad que es misericordia. Mi mirada, mi forma de amar, es la que trasforma lo impuro en puro, lo sucio en limpio.

    Una mirada pura transforma la realidad. Es lo que hacen los santos con sus vidas. Aman con misericordia. Y su misericordia transforma al que la recibe. Parece sencillo. Es el gran desafío que todos tenemos. Me gustaría mirar siempre así a Dios y a los hombres. Amar siempre así, compadeciéndome, con misericordia.
    No quiero quedarme en mis pecados ni en los pecados que veo a mi alrededor. Me gustaría tener esa mirada llena de misericordia y de luz.

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