Cuentan que estaba un día San Jerónimo haciendo oración cuando se le apareció el Señor y le dijo:
–“Jerónimo, ¿qué tienes para darme?”.
San Jerónimo, después de pensarlo un poco, le dijo:
–“Señor, te ofrezco mis escritos”.
San Jerónimo dedicó muchos años de su vida, día y noche, a la luz de una vela, a traducir toda la Sagrada Escritura al latín, la primera traducción -la Vulgata- que todavía se usa hoy día. El Señor le respondió:
–“No, eso no lo quiero, ¿qué otras cosas tienes?”.
Con un poco de desconcierto, desarmado, le respondió:
–“Señor, te doy mis penitencias”.
También tienes que saber que tuvo una vida muy penitente viviendo mucho tiempo en una cueva, vestido con la piel seca de un animal, con frío, calor, hambre… Y otra vez, el Señor le dijo:
–“No, eso tampoco, ¿qué más tienes?”.
San Jerónimo con un profundo desaliento no sabía qué más había en su vida que fuera digno de ofrecer a Dios; al final le respondió:
–“Señor, no sé qué te puedo dar”.
Y oyó que le decía:
–“Dame tus pecados”.
***
Sí, el abandono total en sus manos es lo que, muchas veces, nos pide el Señor. Por eso siempre me atrajo poderosamente esta oración de san Josemaría y la repito, aunque resulte cansino:
Señor Mío y Dios Mío,
en tus manos abandono todo.
Lo pasado, lo presente y lo futuro.
Lo grande y lo pequeño.
Lo mucho y lo poco.
Lo temporal y lo eterno
Bonito comentario y preciosa oración, que se ha convertido en acompañante diario.
Buen día.
Bueno, la copie de ti, jeje. Aunque ya la conocía desde hace muchos años y la uso con frecuencia también. Saludos Joaquín