«Hijo mío, tus pecados están perdonados»

tus pecados estan perdonados

Hijo mío, tus pecados están perdonados

Algunos se pasan la vida pidiendo sin conseguir nada, y, mientras tanto, aquí la gente se lleva las cosas sin pedirlas. Ayer era el leproso, a quien le bastó mostrar a Jesús su miseria y hacer un acto de fe. Hoy, cuatro buenos amigos presentan ante Jesús a un paralítico, y el Señor, viendo la fe que tenían, no sólo le devuelve el movimiento, sino que le perdona los pecados. O sea, que ni siquiera es necesaria la fe del propio enfermo; basta la de los amigos. Rebajas de enero.

Deberíamos aprovecharlas, porque enero dura lo que dura, y a la vuelta lo venden tinto. Cuando el Señor regrese para juzgar, ya no habrá confesonarios. Pero ahora, durante las rebajas de enero, tu fe puede salvar a tu marido, a tu mujer, a tus hijos o a tus amigos incrédulos. Basta con que hagas lo que hicieron los «cuatro fantásticos»: preséntalos ente Jesús. Ve a misa cada día, y deposita sus nombres en la patena. Reza cada día el rosario, y súbelos en las cuentas. Si perseveras en esa oración, el día menos pensado los encontrarás de rodillas ante el confesor, escuchando esas maravillosas palabras: Hijo mío, tus pecados están perdonados.

Así comenta este pasaje “Viendo su fe, Jesús le dijo al paralítico: ‘Hijo mío, tus pecados están perdonados’”, el Papa Francisco, en la Encíclica “Lumen fidei / La Luz de la fe”, § 57 (trad. © Libreria Editrice Vaticana) aporta una gran idea llena: el tiempo es superior al espacio. Una idea poderosa y portadora de esperanza que de impulso a la nueva evangelización:

«El sufrimiento nos recuerda que el servicio de la fe al bien común es siempre un servicio de esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos. En este sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (cf. 2 Co 4,16-5,5). El dinamismo de fe, esperanza y caridad nos permite así integrar las preocupaciones de todos los hombres en nuestro camino hacia aquella ciudad «cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios» (Hb 11,10), porque «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5).

En unidad con la fe y la caridad, la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día. No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que «fragmentan» el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio.El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza.»

4 comentarios sobre “«Hijo mío, tus pecados están perdonados»

  1. ¿Qué importancia tiene la relación entre fe y caridad para una sana antropología y ética, compatible con la visión cristiana? Esto lo ha explicado Benedicto XVI en un breve y profundo discurso ante la asamblea plenaria del Pontificio Consejo “Cor Unum” (19-I-2013). De esta manera ha profundizado en el contenido de su motu propro sobre el servicio de la caridad (Intima Ecclesiae natura, 11-XI-2012).

    “Caridad, nueva ética y antropología cristiana”, refleja la relación entre amor y verdad o también entre fe y caridad. “Todo el ethos cristiano recibe de hecho su sentido de la fe como ‘encuentro’ con el amor de Cristo, que ofrece un nuevo horizonte e imprime a la vida la dirección decisiva” (cf. Deus caritas est, 1). Notemos ya que esta es una original y profunda manera de hablar de la fe, como “fundamento y forma” del amor cristiano; pues, ciertamente, al encontrar a Dios y experimentar su amor, aprendemos “a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él, y, con Él, para los demás” (Ibid, n. 33).

    Y también quiero hablar de la esperanza. La virtud de la esperanza que consiste en confiar con certeza en las promesas de salvación que Dios nos ha hecho. Está fundada en la seguridad que tenemos de que Dios nos ama. Y está basada en la bondad y el poder infinito de Dios, que es siempre fiel a sus promesas.
    Viviendo estas tres virtudes tendremos el impulso de vivir como Dios quiere nuestra vida.

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