San Andrés Wouters de Heynoord

GorcumSan Andrés Wouters de Heynoord (1542-1572), beatificado junto con sus compañeros por Clemente X en 1675 y canonizado también con ellos por Pío IX en 1867, formaba parte de la diócesis de Harlem, pero no era precisamente el miembro más  virtuoso de su clero. Borracho y mujeriego, vivía con una concubina y tenía varios hijos, y su obispo había terminado por apartarle de toda función sacerdotal. 

Pero, en medio de esa vida dejada de la mano de Dios, Andrés Wouters seguía con preocupación los acontecimientos que se producían en su país. El 1 de abril de 1572 bajo el mando del conde de La Marck, los calvinistas lograron un gran éxito al tomar la ciudad de Brielle, en la desembocadura del Mosa. Luego, el 26 de junio, ocuparon Gorcum (Gorinchem), y tras arrasar las iglesias y quemar cuantas imágenes cayeron en sus manos, decidieron deshacerse del clero local, tanto secular como regular. Capturaron a nueve franciscanos, a dos hermanos legos de su mismo monasterio, al párroco de la ciudad y a su coadjutor, a otro sacerdote y a un agustino director del convento local de su orden. A estos quince se unieron después otros cuatro futuros mártires: un premonstratense; un dominico de una parroquia cercana que, al conocer la detención de los primeros, acudió a administrarles los sacramentos y fue detenido; un norbertino que, tras una vida frívola y en desobediencia a sus superiores, se había reconducido por la buena senda; y ¡sorpresa! Andrés Wouters.

Así que no daban crédito cuando se toparon con Wouters, porque su presencia no obedecía tanto al deseo de ayudar, como en el caso del dominico, como a la convicción de que su puesto estaba entre quienes -bien lo sabía- iban a morir por la fe. Se había entregado voluntariamente, entendiendo que debía expiar su pasado corriendo la misma suerte que quienes habían sido más fieles al sacerdocio que él. «Tal vez había fallado muy a menudo en acomodar su conducta a sus convicciones, pero en la hora de la crisis fue capaz, con la ayuda divina, de poner en práctica una fe que aún era robusta«, explica el jesuita John W. Donohue.

Por eso con Wouters se cebaron especialmente. Conocían su historial, así que era fácil recordárselo en ese trance para reírse de él y vejarle a gusto. Al final terminó soliviantándoles aún más con una frase que se haría célebre: «Fornicador, siempre fui. Pero hereje, nunca«.

Efectivamente, la fe, unida por fin a la caridad en los instantes postreros de su vida, había mantenido firme un último hilo con Nuestro Señor. Andrés Wouters redimió así una vida de pecado en el último minuto. Y también, como San Dimas recibió del mismo Jesucristo la certeza de su salvación, al reconocerle como Hijo de Dios en la cruz y pedirle perdón: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Recibió así la palma del martirio, que lava todas las culpas y garantiza el cielo, asimismo con palabras del Redentor: «Quien pierda su vida por mí, ése la salvará» (Lc 9, 24).

Fuente:  http://www.religionenlibertad.com

[Pincha aquí para una relación completa de los 19 mártires de Gorcum, con enlaces a breves biografías respectivas.]

 

4 comentarios sobre “San Andrés Wouters de Heynoord

  1. No podemos hablar de una «vida» ejemplar», pero sí de una convicción de fe.

    No entender que el martirio de la fe es una gracia para todos los creyentes, es no entender nada sobre la raíz profunda del cristianismo cuyo símbolo precisamente es la cruz de la ignominia, de la tortura, de la banalidad del mal. Frente a ello la Iglesia presenta a quienes se ofrecen como víctimas en un sacrificio pleno de sentido. No es víctima política sino exclusivamente mártir por su condición de creyente. Se garantizó el cielo, expiando su pasado y profesando su fe. Y nuestro Dios amoroso le acogió en sus brazos.

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  2. Es impresionante el valor que Dios y la fe proporcionan a los mártires en sus últimos momentos. Cuántas veces pienso, seguro que como muchos cristianos, en lo débil que es mi fe y si sería capaz de enfrentar una situación así.
    Si cuando se torna difícil el día, a pesar de vivir en una sociedad pudiente y cómoda, uno duda, ¿cómo se puede dar un paso al frente para ofrecer la vida ante quien obra injustamente, sólo por fidelidad a Dios? Me imagino que se haya dentro de la verdadera vocación de la santidad.
    Pero aún me causa más honda impresión que el mensaje y la fuerza de estos sacrificios se proyecten siglos después de estos acontecimientos. Cuando muere un mártir, parece que no es una vida perdida en aquel instante terrible y fugaz de su muerte, sino que el hecho heroico en sí se difunde en el tiempo, para ser ejemplo ante los ojos de otros hombres muchas generaciones después. Ellos han vencido a sus enemigos cientos de años más tarde. Una vida sencilla y sufrida de muchos inocentes, hoy, quizá sea luz, mensaje y orientación al cabo de mucho tiempo.
    Cómo nos usa Dios, aunque nosotros no seamos capaces de entenderle, si nos abandonamos en Él, es realmente un misterio. No quepa entonces la desesperanza en nuestras vidas, porque quizá con ellas Dios esté escribiendo alguna línea, entre todas las que componen la gran novela del Mundo.

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