Ya hemos contado como empezó aquello de los brillos divinos. Pero si abrimos bien, por la fe, los “ojos del corazón” (Ef, 1, 18), y hacemos oídos atentos a las inspiraciones del Espíritu Santo, no es tan difícil encontrar esos brillos que reverberan en las realidades de nuestro acontecer diario. A veces pensamos que se trata de momentos mágicos o especiales. No tiene porque ser así siempre. Ocurre incluso que se percibe el brillo del Amor de Dios en momentos difíciles. Como cuando aquel sacerdote decía:
“Corazón de Jesús, que me iluminas,
hoy digo que mi Amor y mi Bien eres,
hoy (cada día) me has dado tu Cruz y tus espinas,
hoy digo que me quieres”
No nos tiene que dar vergüenza ver que tenemos defectos, si también luchamos toda la vida, hasta el final ¡Eso también es amor! Y si alguna vez cogemos una rabieta, porque no somos como deberíamos ser, y a escondidas lloramos, podemos repetir entonces estos otros versos:
“Mi vida es toda de amor
Y, si en amor estoy ducho,
es por fuerza del dolor,
pues no hay amante mejor
que aquel que ha llorado mucho”
¡Vaya! Hoy ha salido todo un poco poético, pero ya sabes, a buscar los brillos del amor de Dios en lo bueno y en lo menos bueno ¿De acuerdo?
Uno de los momentos en los que busco “brillos” curiosos es durante la Consagración. Puedo asegurar que en muchas ocasiones son sorprendentes. Sólo hay que tomar conciencia de lo que está pasando en ese momento y seguir los movimientos del sacerdote y la luz. Puede llegar a ser muy especial ese momento.
Eso sí, no dejemos engañarnos, por el artificio de la luz. Lo importante y grande se oculta tras ella y la hemos de descubrir en nuestra alma.
Hola Joaquín, acabo de leer tu comentario, y como siempre, te agradezco tus sugerentes aportaciones. Ya te responderé con más calma. De nuevo gracias por tus palabras de ánimo. Saludos a la patrulla.