La Iglesia naciente percibió inmediatamente el ser cristiano como una vocación

El detonante fue la expulsión por la mañana del espíritu inmundo en la sinagoga. Pero la movilización vino después al saberse la curación milagrosa de la suegra de Pedro a medio día. La noticia voló y en cuestión de minutos, toda Cafarnaúm estaba a las puertas de la casa del apóstol. Todos querían verle y que les tocase aunque fuera con su sombra para quedar sanados. Jesús les imponía las manos y los curaba uno a uno. No quedó ni un enfermo en cama ese día en Cafarnaúm. Aquella ciudad aquel día había sido llena de gracia. ¿Sería Cafarnaúm donde empezaría el Reino de Dios a instaurase? Luego cayó la noche.

Al amanecer se presentaba otro día de triunfo para los apóstoles; quizá el más propicio para reclutar entre aquellos hombres agradecidos nuevos discípulos… Amanecía, y Jesús no estaba allí. Muy temprano se había levantado para orar a su Padre… Ya de vuelta, los discípulos esperan gozosos sus órdenes. “Nos vamos”, les dice: También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios”. Pero Señor ¿irnos, ahora? Y ¿qué pasa con todos nuestros planes de triunfo y nuestras expectativas de éxito? Y es que los planes de Dios no son como los de los hombres. Jesús cumple obediente lo que su Padre le ha enviado a hacer.

Nos enseña así el Señor que todas las vocaciones tienen por objeto misiones: si Dios llama, es para enviar; a Abraham, a Moisés, a Amós, a Isaías, a Jeremías, a Ezequiel les repite la misma orden: ¡Ve!. Y Dios aguarda una respuesta. Con frecuencia, esta respuesta, al ser invadido por el miedo y trata de evadirse. Y es que la vocación normalmente pone aparte al llamado y hace de él un extraño entre los suyos. Toda la predicación de Jesús tiene algo que comporta una vocación: un llamamiento a seguirle en una vida nueva cuyo secreto él posee: «Si alguien quiere venir en pos de mí…». La Iglesia naciente percibió inmediatamente el ser cristiano como una vocación. La vida cristiana es una vocación porque es una vida en el Espíritu, porque el Espíritu es un nuevo universo, que «se une a nuestro espíritu» para hacernos oír la palabra del Padre y despertar en nosotros la respuesta filial.

Pero Señor, ¡esto implica también abandonar planes personales y quizás expectativas de éxito! Y supone asumir riesgos, y abandonarse en un querer del Padre que no siempre aparece tan claro a nuestros ojos. ¿Cómo habérnoslas con la vida y con sus peligros? Necesitamos apoyos, Señor, con que poder contar, refugios donde acogernos; para perseverar en medio de las pruebas y esperar llegar a la meta hay que tener confianza. Pero ¿en quién confiar?

Desde los principios Dios revela la respuesta al invitar a nuestros primeros padres a fiarse de él solo para discernir el bien del mal. La confianza en Dios, que radica en esta fe, es tanto más inquebrantable cuanto es más humilde.

El sociólogo Rodney Stark, explica en una entrevista concedida al periódico italiano Avvenire (18-03-2011) su propia conversión. Rodney Stark, dedicó un libro a la extensión del cristianismo en la época  de la decadencia del Imperio Romano: The Rise of Christianity: A Sociologist Reconsiders History. Este autor se preguntaba: ¿Por qué se abrió paso el cristianismo en aquella época? Se ha dicho que el derrumbamiento del Imperio dejó un vacío que el cristianismo vino a llenar. Stark propone otra explicación. En su opinión, el Imperio Romano había alcanzado increíbles cotas de cultura y de arte, pero a la vez era una sociedad dura y a veces incluso cruel con las personas. En ese ambiente, la Iglesia se extendió porque era una comunidad acogedora, donde era posible vivir una experiencia de amor y libertad. Los católicos trataban al prójimo con caridad, cuidaban de los niños, los pobres, los ancianos, los enfermos. Todo eso se convirtió en un irresistible imán de atracción.

Bueno, Madre, solo pedirte que cuando mire la Cruz me alcances esa fe tuya, confiada en el amor incondicional de tu Hijo

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