Estas sentado sobre un volcan

Me dice un joven que su novia, con cierta frecuencia, le pregunta si la quiere, y él gentilmente le dice que “sí, claro”, pero ella siempre le responde “pero yo más”, y entonces él, se queda callado porque ya no sabe que decir. Lo que más le molesta es que esto se repite cada poco tiempo, y empieza a resultarle un poco incómodo. Yo le digo que tenga paciencia, porque lo que se oculta en esta desazón repetitiva de su novia es la certera intuición de que todo lo de aquí abajo es caduco, perecedero, y por eso necesita escucharlo y saborearlo cada poco. Pues bien, esta intuición de la novia es muy aguda, y de esto va nuestra meditación hoy. No se trata de amargar la fiesta a nadie, sino de ser acertar en nuestras pretensiones e ilusiones.

Efectivamente, fácilmente nos podemos ilusionar con personas que nos aprecian y nos demuestran una amistad sincera. Nos ilusionamos con realidades tan gozosas como la vida incipiente del hijo que va a nacer, con la sonrisa de los hijos… Y también, con cosas tan tontas como un ordenador portátil o un coche nuevo, etc… Estupendo, porque las cosas son y tienen que ser así, pero -y este es el nervio de esta meditación-, deberíamos además advertir que todas estas realidades las podemos perder: las amistades más fieles, mi salud, mi imagen ante los demás, esa vida en ciernes, y mi propia vida… todo lo puedo perder en un abrir y cerrar de ojos. No en vano, el Señor el próximo 33 domingo, nos recuerda a través de aquellos fariseos que estaban orgullosos de la magnificencia del Templo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”.

Insisto, no pretende el Señor, amargarnos la fiesta, lo que quiere es que advirtamos la realidad y nos planteemos la siguiente pregunta:  ¿con qué podemos ilusionarnos? ¿Qué me queda que no haya de perder algún día? Te queda el Amor de Dios.

Efectivamente, todo un Dios me mira con cariño de Padre cuando los míos me aprecian, y me sigue mirando amorosamente cuando me desprecian; me quiere cuando estoy  en plena forma, y cuando no puedo con mi alma; me sonríe cuando las cosas salen bien y  cuando salen mal; su Misericordia me ha curado y me salva en la vida y esa misma Misericordia me resucitará en la muerte; me quiere cuando le obedezco y ¡oh misterio, también cuando peco!… Sí, definitivamente, me queda siempre el Amor de Dios, un Amor que nada de lo que me pase o haga puede hacerlo desaparecer.

¡Ah! No te preocupes si todo esto te deja un poco frío, si de entrada no te emociona mucho saber que Dios te ama así… Ni te avergüence sentir que un portátil o un coche nuevo te ilusiona más que el Amor de Dios… Pero es muy importante que empieces a despertarte, y comiences a ilusionarte con lo único que en verdad no puedes perder.

¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo empezar? -me preguntas. Empieza leyendo el Evangelio, si puedes 5 minutos cada día, para que puedas conocer a Jesús, porque en realidad aún no le conoces. Ten algunos ratos de oración, acude a Misa entre semana si puedes, confiésate con frecuencia… Ten paciencia y te aseguro que un buen día te sorprenderás que estás haciéndole la corte al Señor, que estás haciendo el oso ante Dios, y como un enamorado te sorprenderá que en lugar de mirar el reloj durante la misa, lo miras el resto del día esperando la hora de acercarte a comulgar o hacer esa visita al sagrario; te sorprenderá que tienes como “hambre” de Dios… Y entonces recuerda que el Amor de Dios no lo puedes perder y sigue trabajando y estudiando y viviendo tu vida como hasta ahora, pero ya con Él para siempre ¿de acuerdo?

Éste fue el Tesoro de María; y éste ha de ser nuestro Tesoro. No hay nada que temer ya.

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