El caballero de la armadura oxidada (2)

“El Caballero de la armadura oxidada” de Robert Fisher

En los bosques de Merlín

Vimos en el capitulo anterior El dilema del caballero como la situación del caballero dentro de su armadura llega a ser tan insostenible para la familia que nuestro caballero decide finalmente quitarse la armadura. Pero entonces descubre que, después de tanto tiempo encerrado en ella, está totalmente atascada y no puede quitársela. En este segundo capítulo, veremos como el caballero marcha entonces en busca del mago Merlín, el único que puede orientarle y mostrarle un sendero estrecho y empinado como la única solución liberarse de aquel curioso encierro. Se trata del sendero de la verdad (lo veremos en el tercer capítulo), y decide tomarlo de inmediato, pues se da cuenta de que si no se lanza puede cambiar pronto de opinión.

No fue tarea fácil encontrar al astuto mago. Había muchos bosques en los que buscar, pero sólo un Merlín. Así que el pobre caballero cabalgó día tras día, noche tras noche, debilitándose cada vez más.

Mientras cabalgaba en solitario a través de los bosques, el caballero se dio cuenta de que había muchas cosas que no sabía. Siempre había pensa­do que era muy listo, pero no se sentía tan listo ahora, intentando sobrevivir en los bosques.

De mala gana, se reconoció a sí mismo que no podía distinguir una baya venenosa de una comes­tible. Esto hacía del acto de comer una ruleta rusa. Beber no era menos complicado. El caballero in­tentó meter la cabeza en un arroyo, pero su yelmo se llenó de agua. Casi se ahoga dos veces. Por si eso fuera poco, estaba perdido desde que había entrado en el bosque. No sabía distinguir el norte del sur, ni el este del oeste. Por fortuna, su caballo sí lo sabía.

Después de meses de buscar en vano, el caba­llero estaba bastante desanimado. Aún no había encontrado a Merlín, a pesar de haber viajado mu­chas leguas. Lo que le hacía sentirse peor aún era que ni siquiera sabía cuánto era una legua. Una mañana, se despertó sintiéndose más débil de lo normal y un tanto peculiar. Aquella misma maña­na encontró a Merlín. El caballero reconoció al mago enseguida. Estaba sentado bajo un árbol, vestido con una larga túnica blanca. Los animales del bosque estaban reunidos a su alrededor, y los pájaros descansaban en sus hombros y brazos.

El caballero movió la cabeza sombríamente de un lado a otro, haciendo que rechinase su armadu­ra. ¿Cómo podían todos estos animales encontrar a Merlín con tanta facilidad cuando había sido tan difícil para él?

Cansinamente, el caballero descendió de su ca­ballo.

– Os he estado buscando -le dijo al mago-. He estado perdido durante meses.

Toda vuestra vida -lo corrigió Merlín, mor­diendo una zanahoria y compartiéndola con el co­nejo más cercano.

El caballero se enfureció.

No he venido hasta aquí para ser insultado.

– Quizá siempre os habéis tomado la verdad como un insulto -dijo Merlín, compartiendo la zanahoria con alguno de los otros animales.

Al caballero tampoco le gustó mucho este co­mentario, pero estaba demasiado débil de hambre y sed como para subir a su caballo y marcharse. En lugar de eso, dejó caer su cuerpo envuelto en metal sobre la hierba. Merlín le miró con com­pasión.

– Sois muy afortunado -comentó-. Estáis demasiado débil para correr.

– ¿Y eso qué quiere decir? -preguntó con brusquedad el caballero.

Merlín sonrió por respuesta.

Una persona no puede correr y aprender a la vez. Debe permanecer en un lugar durante un tiempo.

– Sólo me quedaré aquí el tiempo necesario para aprender cómo salir de esta armadura -dijo el caballero.

– Cuando hayáis aprendido eso -afirmó Mer­lín-, nunca más tendréis que subir a vuestro caba­llo y partir en todas direcciones.

El caballero estaba demasiado cansado como para cuestionar esto. De alguna manera, se sentía consolado y se quedó dormido enseguida.

Cuando el caballero despertó, vio a Merlín y a los animales a su alrededor. Intentó sentarse, pero estaba demasiado débil. Merlín le tendió una copa de plata que contenía un extraño líquido.

– Bebed esto -le ordenó.

– ¿Qué es? -preguntó el caballero, mirando la copa receloso.

– ¡Estáis tan asustado! -dijo Merlín-. Por supuesto, por eso os pusisteis la armadura desde el principio.

El caballero no se molestó en negarlo, pues estaba demasiado sediento.

– Está bien, lo beberé. Vertedlo por mi visera. No lo haré. Es demasiado valioso para des­perdiciarlo.

Rompió una caña, puso un extremo en la copa y deslizó el otro por uno de los orificios de la vi­sera del caballero.

– ¡Ésta es una gran idea! -dijo el caballero. Yo lo llamo una pajita -replicó Merlín.

– ¿Por qué?

– ¿Y por qué no?

El caballero se encogió de hombros y sorbió el líquido por la caña. Los primeros sorbos le pare­cieron amargos, los siguientes más agradables, y los últimos tragos fueron bastante deliciosos. Agra­decido, el caballero le devolvió la copa a Merlín. Deberíais lanzarlo al mercado. Os haríais rico. Merlín se limitó a sonreír.

– ¿Qué es? -preguntó el caballero.

– Vida. -¿Vida?

– Sí -dijo el sabio mago-. ¿No os pareció amarga al principio y, luego, a medida que la de­gustabais, no la encontrabais cada vez más apete­cible?

El caballero asintió.

– Sí, los últimos sorbos resultaron deliciosos. -Eso fue cuando empezasteis a aceptar lo que estabais bebiendo.

– ¿Estáis diciendo que la vida es buena cuan­do uno la acepta? -preguntó el caballero. -¿Acaso no es así? -replicó Merlín, levan­tando una ceja divertido.

– ¿Esperáis que acepte toda esta pesada arma­dura?

– Ah -dijo Merlín-, no nacisteis con esa ar­madura. Os la pusisteis vos mismo. ¿Os habéis preguntado por qué?

– ¿Y por qué no? -replicó el caballero, irritado. En ese momento, le estaba empezando a doler la cabeza. No estaba acostumbrado a pensar de esa manera.

– Seréis capaz de pensar con mayor claridad cuando recuperéis fuerzas -dijo Merlín.

Dicho esto, el mago hizo sonar sus palmas y las ardillas, llevando nueces entre los dientes, se alinearon delante del caballero. Una por una, cada ardilla trepó al hombro del caballero, rompió y masticó una nuez, y luego empujó los pequeños trozos a través de la visera del caballero. Las lie­bres hicieron lo mismo con zanahorias, y los cier­vos trituraron raíces y bayas para que el caballero comiera. Este método de alimentación nunca sería aprobado por el ministerio de Sanidad, pero ¿qué otra cosa podía hacer un caballero atrapado en su armadura en medio del bosque?

Los animales alimentaban al caballero con re­gularidad, y Merlín le daba de beber enormes co­pas de Vida con la pajita. Lentamente, el caballero se fue fortaleciendo, y comenzó a sentirse espe­ranzado.

Cada día le hacía la misma pregunta a Merlín:

– ¿Cuando podré salir de esta armadura? Cada día, Merlín replicaba:

– ¡Paciencia! Habéis llevado esa armadura du­rante mucho tiempo. No podéis salir de ella así como así.

Una noche, los animales y el caballero estaban oyendo al mago tocar con su laúd los últimos éxitos de los trovadores. Mientras esperaba que Merlín acabara de tocar Añoro los viejos tiempos, en que los caballeros eran valientes y las damiselas eran frías, el caballero le hizo una pregunta que tenía en mente desde hacía tiempo.

– ¿Fuisteis en verdad el maestro del rey Arturo?

El rostro del mago se encendió.

– Sí, yo le enseñé a Arturo -dijo.

– Pero ¿cómo podéis seguir vivo? ¡Arturo vi­vió hace mucho tiempo! -exclamó el caballero.

– Pasado, presente y futuro son uno cuando estás conectado a la Fuente -replicó Merlín.

– ¿Qué es la Fuente? -preguntó el caballero.

– Es el poder misterioso e invisible que es el origen de todo.

– No entiendo -dijo el caballero.

– Eso se debe a que intentáis comprender con la mente, pero vuestra mente es limitada.

– Tengo una mente muy buena -le discutió el caballero.

– E inteligente -añadió Merlín-. Ella te atrapó en esa armadura.

El caballero no pudo refutar eso. Luego recordó algo que Merlín le había dicho nada más llegar.

– Una vez dijisteis que me había puesto esta armadura porque tenía miedo.

– ¿No es eso verdad? -respondió Merlín.

– No, la llevaba para protegerme cuando iba a la batalla.

– Y temíais que os hirieran de gravedad o que os mataran -añadió Merlín.

– ¿Acaso no lo teme todo el mundo? Merlín negó con la cabeza.

– ¿Y quién os dijo que teníais que ir a la batalla?

– Tenía que demostrar que era un caballero bueno, generoso y amoroso.

– Si realmente erais bueno, generoso y amo­roso, ¿por qué teníais que demostrarlo? pregun­tó Merlín.

El caballero eludió tener que pensar en eso de la misma manera que solía eludir todas las cosas: se puso a dormir.

A la mañana siguiente, despertó con un pensa­miento clavado en su mente: (Seguiremos en otro post para no alargar este demasiado)

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